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Aprender a convivir con los vivos




Fuente: Liberation - mayo 2021

Actuar para los vivos. ¿Es un tema de actualidad? parece que con la actual pandemia, la única vida que hay que salvar es la de los humanos. Se ha declarado que se hará "lo que haga falta", lo que sea necesario, pero por supuesto, para nuestra economía, no para el resto del mundo vivo.




En noviembre de 2020, Dinamarca, primer productor mundial de pieles de visón, procedió al sacrificio de todos los visones criados en su territorio después de que se identificaran unas cuantas granjas contaminadas por una versión mutada del Sars-CoV-2, que ya había llegado a varios empleados de los mataderos. Este exterminio masivo de 15 a 17 millones de animales no despertó mucha emoción. Tampoco llamó mucho la atención la forma en que habían vivido hasta ese momento: amontonados por miles, privados de su libertad, listos a morir. ¿Sabíamos siquiera que existían hasta que supimos que habían sido masacrados?


Sin embargo, podríamos habernos preocupado por las condiciones de cría, en nuestro propio interés: es en estas concentraciones de animales para la producción industrial donde se crean las condiciones favorables a la aparición, diseminación y mutación de los virus. El sacrificio masivo de estos animales no supone el fin de la transmisión del virus, sino que la perpetúa. Cuanto más creamos que estamos preservando la vida humana mediante el sacrificio masivo, más estaremos reforzando la cadena de transmisión de la pandemia: hacinamiento, confinamiento, movilidad forzada, exceso de mortalidad concentrada. Cuanto más rechazamos, por nuestra indiferencia, a los animales como ajenos al mundo en el que creemos vivir, más se multiplican las reacciones y retroalimentaciones que vinculan nuestras actividades a las de todo el planeta. Las zoonosis, enfermedades que se transmiten de una especie a otra, y que aparecen con mayor facilidad cuando las actividades humanas alteran las condiciones de vida de los seres vivos y ponen en contacto a animales que antes estaban alejados, lo demuestran claramente: la salud humana no puede separarse de la de la fauna, ni de la de los ecosistemas; son una misma cosa. Donde imaginamos que los humanos están separados de los vivos, está la realidad de su unidad y sus interacciones.


Como no hemos podido erradicar el virus, hemos exterminado a los animales que lo portaban, hemos aumentado el número de barreras y hemos intentado aumentar las distancias. Pero con la esperanza de separar a los humanos de los animales, no hemos hecho más que acentuar las separaciones entre los humanos: fronteras, diversas formas de aislamiento y la caza de migrantes que son rechazados como intrusos. ¿Cómo podemos mantener fuera a un enemigo -como lo intentamos hacer a toda costa- cuando ya estaba allí? Esta política ha fracasado: el virus sigue ahí. ¿Es por este entendimiento que, después de declararle la guerra (que no tenía ninguna intención de hacerlo), se decidió finalmente que teníamos que vivir con él? Uno puede temer que este "vivir con" no sea más que un "vivir a pesar de", otra forma de cortar la vida en dos. Está la vida que "nos" prometen, los cafés y las terrazas abiertas, las reuniones con amigos, los grupos de trabajo, los viajes al extranjero... Y está, en un mundo paralelo, la realidad de la presión sobre los hospitales, sobre los cuidadores y sobre los enfermos, los que viven y mueren en ellos.


Vivir con el virus, y no al margen de él y de los que pueden ser sus portadores, tanto humanos como no humanos, es vivir de otra manera, renunciar a las pretensiones de control tan características de la prepotencia humana, para entender por fin, como nos enseñan muchos estudios antropológicos sobre nuestras relaciones sociales con los animales, que la mejor manera de protegernos de los virus que puedan portar es convivir con ellos y compartir con ellos una forma de vivir en el mundo basada en el intercambio y la interrelación. Por tanto, no se trata de multiplicar las distancias ni de negarlas. Hay que saber mantener la distancia adecuada.


La distancia adecuada entre los seres humanos, mientras que la pandemia ha puesto de manifiesto la extrema desigualdad social en cuanto a los entornos de vida y la capacidad de respetar la distancia recomendada y, por tanto, los riesgos de contaminación. Alcanzando a los más desfavorecidos, la pandemia ha aumentado así las separaciones. Una buena distancia entre los animales, ya sean domésticos -por tanto, nada de cría industrial que multiplica los riesgos de aparición y contaminación de gérmenes de todo tipo- o salvajes: el hecho de que el Covid proceda de los murciélagos, los huéspedes habituales del virus, no convierte a todos los animales salvajes en un peligro potencial, pero significa que debemos dejar de invadir cada vez más las zonas salvajes. Tenemos que cambiar nuestra forma de habitar el mundo, aprendiendo a coexistir con los vivos, no intentando quedarnos solos.



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