David Graeber: hacia una "economÃa de mierda"
- Homo consciens
- 30 may 2020
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Fuente: Liberation -Por David Graeber, antropólogo y economista estadounidense. -mayo de 2020
Después del Covid, ¿ hay que "relanzar la economÃa"? El autor del best-seller "Trabajos de mierda" sostiene que tal vez haya empleos que nos convendrÃa no volver a ver, toda esos trabajos innecesarios que no le aportan nada a la sociedad como las estructuras superflua de gerentes, directores de imagen, contadores que se monta sobre los verdaderos trabajadores esenciales.
En Inglaterra y en los Estados Unidos se habla constantemente de la necesidad de "reactivar la economÃa", de "poner en marcha de nuevo nuestra economÃa para que pueda funcionar a pleno rendimiento", entre otras expresiones del mismo tipo. Estas frases dan la impresión de que la economÃa es una especie de enorme turbina zumbadora que se ha apagado temporalmente y necesita volver a funcionar lo antes posible. A menudo se nos anima a pensar en la economÃa en estos términos, aunque se nos dijo, no hace mucho, que la máquina funcionaba por sà sola. Desafortunadamente, no tenÃa un botón de pausa o de encendido/apagado, y si lo hubiera tenido, era mejor no presionar el botón de apagado, porque las consecuencias habrÃan sido inmediatas y desastrosas. Pero aquà descubrimos, asombrados, que este botón sà existe. Sin embargo, podemos estar tentados de ir más allá: ¿qué queremos decir exactamente cuando hablamos de "economÃa"? Básicamente, si una economÃa es el sistema por el cual la gente se sostiene, alimenta y viste, puede tener un albergue e incluso se entretiene, entonces, para la mayorÃa de nosotros, la economÃa hizo maravillas durante el confinamiento. Pero si la economÃa no es precisamente el suministro de las necesidades básicas, entonces ¿qué es?
A cualquier persona sensata no le disgustarÃa ver que las muchas actividades que conforman nuestra vida social continúen donde las dejaron: desde los bares hasta los deportes y las universidades. Pero esta es la cuestión: estas son actividades que, para la mayorÃa de nosotros, pertenecen a la "vida", no a la "economÃa". Y hay que decir que nuestras polÃticos no han puesto "la vida" en su agenda. Sino que como le dicen a la gente que arriesgue la arriesgue por el bien de la economÃa, es fundamental entender lo que quieren decir con esta palabra.
Aunque ahora se considera un hecho natural, la idea misma de un sistema denominado "economÃa" es un concepto relativamente reciente. HabrÃa sido incomprensible para Lutero, Shakespeare o Voltaire. Gradualmente, la sociedad aceptó su existencia, pero la realidad que abarca ha permanecido cambiante. Asà pues, cuando el término "economÃa polÃtica" pasó a ser de uso común a principios del siglo XIX, la idea a la que se referÃa era muy cercana a la "ecologÃa" (su prima etimológica): ambos términos se aplicaban a sistemas que se consideraban autorregulados y que, mientras mantuvieran su equilibrio natural, producÃan una riqueza adicional -ganancias, crecimiento, naturaleza abundante- que los humanos podÃan disfrutar sin lÃmites.
Un exceso glorificado
Pero parece que hemos llegado a una etapa en la que la economÃa no es un mecanismo para satisfacer las necesidades o incluso los deseos humanos, sino sobre todo un mecanismo para generar ese pequeño excedente, la guinda del pastel: el que proviene del aumento del PIB. Sin embargo, el confinamiento nos lo ha demostrado bastante: no es más que espejismos. Para decirlo con otras palabras, hemos llegado al punto en que la economÃa no es más que un vasto nombre en clave para una economÃa de mierda: produce un exceso, pero no un exceso glorificado por ser superfluo, como podrÃa haberlo hecho la aristocracia en el pasado, sino un exceso cultivado con violencia y presentado como el reino de la necesidad, de la "utilidad", de la "productividad", en definitiva, de un frÃo y frenético realismo.
Pero lo que se nos pide cuando se nos dice "revivir la economÃa" es precisamente revivir ese estúpido sector en el que los gerentes supervisan a otros gerentes, el mundo de los consultores de recursos humanos y el telemarketing, los gerentes de marca, los directores superiores y otros vicepresidentes de desarrollo creativo (asistidos por su cohorte de asistentes), el mundo de los administradores de escuelas y hospitales, aquellos que son pagados generosamente para "diseñar" la imagen para las revistas dedicadas a la"cultura" de estas empresas, donde los trabajadores de cuello azul en constante reducción y sobreexigidos se ven obligados a lidiar con montones de papeleo superfluo. Toda esta gente cuyo trabajo, en resumen, es convencerte de que su trabajo no es pura y simple aberración. En el mundo corporativo, muchos empleados no esperaron al comienzo de la contención para convencerse de que no estaban contribuyendo a la sociedad. Hoy en dÃa, al trabajar casi todos en casa, se ven obligados a enfrentarse a la realidad: la parte necesaria de su trabajo diario se hace en un cuarto de hora; mejor aún, las tareas que deben hacerse en el lugar -que existen- se hacen mucho más eficientemente en su ausencia. Una parte del velo se ha levantado, y los llamados a "poner la economÃa en movimiento de nuevo" dominan el coro de nuestros polÃticos, aterrorizados de que el velo pueda levantarse para siempre si tarda demasiado en bajar.
Esta cuestión es de crucial importancia para la clase polÃtica en particular, porque es fundamentalmente una cuestión de poder. Todos estos batallones de lacayos, traficantes de papel y pistoleros profesionales, creo que deben ser vistos como la versión contemporánea del sirviente feudal. Su existencia es la consecuencia lógica de la financierización, ese sistema en el que los beneficios de las empresas no proceden de la producción o incluso de la comercialización de ningún bien, sino de una alianza cada vez más fuerte entre las burocracias empresariales y gubernamentales, creadas para producir deuda privada y que se hacen cada vez más nebulosa a medida que se entrelazan. Para dar un ejemplo concreto de este sistema: recientemente, un artista amigo mÃo comenzó a hacer máscaras en cantidades industriales para ofrecerlas a los que trabajan en primera linea. Y hete aquà que recibe un comunicado en el que se afirma que no se le permite distribuir máscaras, ni siquiera gratuitamente, sin obtener antes una licencia muy cara. Se trata de una demanda que nadie podrÃa satisfacer sin pedir un préstamo; asà pues, no sólo se pide al individuo que comercialice su operación, que la formalice, sino también que proporcione al aparato financiero parte de todos los ingresos futuros. Todo sistema que funcione sobre la base del principio de la simple extracción de fondos deberÃa, por lo tanto, redistribuir al menos una parte de la torta para ganar la lealtad de una cierta parte de la población - en este caso, las clases dirigentes. De ahà los trabajos de mierda.
Como reveló la crisis de 2008, los mercados financieros mundiales no son más que herramientas para especular con las próximas estrategias de búsqueda de rentas: un sistema basado en el poder militar de los Estados Unidos. En 2003, Immanuel Wallerstein llegó a sugerir que todo el consenso de Washington del decenio de 1990 se basaba en esta realidad: presa del pánico por el declive del dominio industrial de los Estados Unidos y los inexorables avances de Europa, Asia oriental y los Brics [paÃses emergentes]: Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, nota del editor], el imperio estadounidense estaba haciendo un intento desesperado de obstaculizar el progreso de sus competidores insistiendo en la "reforma del mercado", una reforma cuyo principal efecto serÃa obligarles a adoptar el mismo modelo de negocio, esa burocracia inepta y derrochadora que prevalecÃa en los Estados Unidos. Estas son las personas que un Donald Trump o un Boris Johnson quiere poner a trabajar a toda costa: los que no hacen las máscaras, sino las licencias para operar.
Famosa productividad
Es evidente que estarÃamos mejor si muchos de los puestos de trabajo puestos en suspenso se restablecieran pronto; pero tal vez haya más puestos que nos convendrÃa no volver a ver, especialmente si queremos evitar una catástrofe climática absoluta. (Piense en la masa de CO2 arrojada a la atmósfera y el número de especies animales extintas, con el único propósito de alimentar la vanidad de esos burócratas que, en lugar de dejar que sus lacayos trabajen desde casa, prefieren tenerlos a mano en la cima de sus relucientes torres).
Si todo esto no nos parece un clamor de verdad, si no nos cuestionamos más que eso sobre los méritos de la reactivación de la economÃa, es porque nos hemos acostumbrado a pensar en las economÃas según el criterio de esa vieja categorÃa del siglo XX, la famosa "productividad". Sabemos que muchas fábricas han cerrado, tal vez todas. También sabemos que las existencias de refrigeradores, chaquetas de cuero, cartuchos de impresora y otros productos de limpieza no se repondrán por sà solas. Pero si la crisis actual nos ha permitido sacar una conclusión, es que sólo una pequeña fracción del empleo, incluso la más indispensable, es verdaderamente "productiva" en el sentido clásico, es decir, produce un objeto fÃsico que antes no existÃa. Y la mayorÃa de los trabajos "esenciales" son de hecho una extensión de la cadena de cuidados: cuidar de alguien, cuidar de un enfermo, enseñar a los estudiantes, mover, reparar, limpiar y proteger objetos, atender las necesidades de otros seres o asegurar las condiciones en las que pueden prosperar. Asà que la gente está empezando a darse cuenta de que nuestro sistema de compensación es eminentemente perverso, porque cuanto más trabajes para cuidar a los demás o enriquecerlos de alguna manera, menos probable es que te paguen.
Lo que se percibe menos es la medida en que el culto a la productividad, cuya principal razón de ser es justificar este sistema, ha llegado a un punto en el que ahora se está desintegrando sobre si mismo. Todo tiene que ser productivo: en los Estados Unidos, la Oficina de EstadÃsticas de la Reserva Federal llega a medir la "productividad" de los bienes raÃces! Donde está claro que el término es un eufemismo para "beneficios". Pero las cifras de la Reserva Federal también muestran que la productividad en los sectores de la educación y la salud está a media asta. Sólo se necesita un poco de investigación para ver que los sectores de la atención de la salud son precisamente los más desbordados por los mares, océanos de papeleo con el objetivo final de traducir los resultados cualitativos en datos cuantitativos, que luego pueden integrarse en hojas de cálculo de Excel para demostrar que este trabajo tiene algún valor productivo, lo que obviamente obstaculiza la verdadera enseñanza, el entrenamiento o la atención. Dado que los sumadores y los expertos en eficiencia fueron los primeros en abandonar los hospitales y las clÃnicas al principio de la pandemia, muchos trabajadores de primera lÃnea y otros tantos pacientes pudieron comprobar por sà mismos que la máquina funciona mucho mejor sin estos gestores.
Asà que es comprensible que los llamados a estimular la economÃa sean meramente incentivos para arriesgar nuestras vidas para que los contadores vuelvan a sus cubÃculos. Esto es una locura. Si la economÃa puede tener algún significado real y tangible, debe ser éste: el medio por el cual los seres humanos pueden cuidarse unos a otros, y mantenerse vivos, en todos los sentidos de la palabra. ¿Qué requerirÃa esta nueva definición de la economÃa? ¿Qué indicadores necesitarÃa? ¿O tendrÃan que dejar de lado todos los indicadores para siempre? Si esto resulta imposible, si el concepto está ya demasiado saturado de falsas suposiciones, harÃamos bien en recordar que anteayer la economÃa no existÃa. Tal vez esta idea ha seguido su curso.



