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El Evangelio de la Perdición




Por Edgar Morin y Anne Brigitte Kern - Extracto del libro "Tierra Patria" - 1993

"Nos encontramos en la aventura desconocida. Debemos asumir la incertidumbre y la inquietud, debemos asumir el dasein, el hecho de estar aquí sin saber por qué. Cada vez habrá más fuentes de angustia, y hará falta cada vez más participación, fervor, fraternidad, las únicas que saben no sólo aniquilar, sino también rechazar la angustia. El antídoto es el amor, la réplica –no la respuesta- a la angustia"


Si hubiera navegantes en el espacio su ruta en la constelación de Virgo ignoraría la muy marginal Vía Láctea y pasaría lejos del pequeño sol periférico que tiene en su órbita al minúsculo planeta Tierra. Como Robinson en su isla, nos hemos puesto a enviar signos hacia las estrellas, hasta ahora en vano, y quizás en vano para siempre. Estamos perdidos en el cosmos.


Ese cosmos formidable también está destinado a la perdición. Nació, consecuentemente es mortal. Se dispersa a velocidad enloquecida, mientras los astros chocan, explotan, implotan. Nuestro sol, que sucede a dos o tres otros soles difuntos, se consumirá. Todos los vivos son lanzados a la vida sin haberlo pedido, son comprometidos con la muerte sin haberlo deseado. Viven entre nada y nada, la nada de antes y la nada de después, rodeados, entretanto, de nada. No sólo los individuos están perdidos: tarde o temprano lo estará la humanidad, después las últimas trazas de vida, más tarde la Tierra. El mundo mismo se dirige a su muerte, sea por dispersión generalizada o por retorno implosivo al origen… Quizás de la muerte de este mundo nazca otro mundo, pero el nuestro se hallará entonces irremediablemente muerto, Nuestro mundo está consagrado a la perdición. Estamos perdidos.


Este mundo que es el nuestro es muy débil en la base, casi inconsistente: nació de un accidente, quizás de una desintegración del infinito, a menos que se considere que nació de la nada. De cualquier modo, la materia conocida no es más que una ínfima parte de la realidad material del universo, y la materia organizada no es más que una ínfima parte de esa ínfima parte. Para nuestros espíritus, son las organizaciones entre entidades materiales, átomos, moléculas, astros, seres vivos, las que toman consistencia y realidad; son las emergencias que surgen de esas organizaciones, la vida, la conciencia, la belleza, el amor, las que, para nosotros, tienen valor: pero esas emergencias son perecederas, fugitivas, como la flor que se abre, el resplandecer de un rostro, el tiempo del amor…


La vida, la conciencia, el amor, la belleza son efímeros, Esas emergencias maravillosas suponen organizaciones de organizaciones, oportunidades inauditas, corren constantemente riesgos mortales. Para nosotros son fundamentales, pero no tienen fundamento. Nada tienen fundamento absoluto, todo procede en última o primera instancia de lo sin nombre, de lo sin forma. Todo nace circunstancialmente y todo lo que nace está comprometido con la muerte.


Entonces: las últimas emergencias, los últimos productos del devenir, la conciencia, el amor, deben ser reconocidos como primeras normas y primeras leyes.


Pero no adquirirán la perfección ni la inalterabilidad. El amor y la conciencia morirán. Nada escapará a la muerte. No hay salvación en el sentido de las religiones de salvación que prometen la inmortalidad personal. No hay salvación terrestre, como lo prometió la religión comunista, es decir una solución social en la que la vida de cada uno y de todos fuera liberada de la desgracia, del azar, de la tragedia. Hay que renunciar radical y definitivamente a esa salvación.


También tenemos que renunciar a las promesas infinitas. El humanismo occidental nos orientaba a la conquista de la naturaleza, al infinito. La ley del progreso nos decía que éste debía perseguirse hasta el infinito. No había límite al crecimiento económico, no había límite a la inteligencia humana, no había límite a la razón. El ser humano se había vuelto para él mismo su propio infinito. Hoy podemos rechazar esos falsos infinitos y tomar conciencia de nuestra irremediable finitud. Como dice Gadamer, hay que “dejar de pensar en la finitud como la limitación en la que nuestro querer ser infinito fracasa y conocer la finitud positivamente como la verdadera ley fundamental del dasein” (N.T: “ser ahí”, existencia). El verdadero infinito está más allá de la razón, de la inteligibilidad, de los poderes del ser humano. Quizás nos atraviese de un lado al otro, totalmente invisible, y sólo se deja presentir en la poesía y la música.


A la vez que la conciencia de la finitud, de aquí en más podemos adquirir una conciencia de nuestra inconsciencia y un conocimiento de nuestra ignorancia: en adelante podemos saber que nos hallamos en una aventura desconocida. Basados en la fe de una pseudociencia, creíamos que conocíamos el sentido de la historia humana. Pero, desde los inicios de la humanidad, desde los inicios de los tiempos históricos, ya nos hallábamos en una aventura desconocida, en la que nos encontramos más que nunca. El curso que sigue la historia y la era planetaria se desprendió de la órbita del tiempo reiterativo de las civilizaciones tradicionales para entrar en un devenir cada vez más incierto.


Nos orientamos a la incertidumbre que las religiones de salvación, incluyendo la terrestre, habían creído rechazar:


  • "Los bolcheviques no querían, o no podían, comprender que el ser humano es un ser frágil e incierto que cumple una obra incierta en un mundo incierto". D Tchossitch, Le Temps du mal, 1992


Debemos comprender que la existencia en el mundo físico, y la del mismo mundo físico, tiene un costo de degradación, de disminución, de ruina inédita, que la existencia viviente tiene un costo inédito de sufrimiento, que toda alegría, toda felicidad, tendrán como contrapartida la degradación, la perdición, la ruina y el sufrimiento.


Estamos en la itinerancia. No estamos en camino sobre una ruta marcada, tampoco estamos teleguiados por la ley del progreso, no tenemos mesías ni salvación, caminamos en la noche y en la niebla. Sin embargo, no es errar al azar, por más que haya azar y errancia; también podemos tener ideas, fuerza, valores elegidos, una estrategia que se enriquece al modificarse. No es solamente una marcha al matadero. Estamos empujados por nuestras aspiraciones, podemos disponer de voluntad y de coraje. El itinerario se alimenta con esperanza. Pero es una esperanza privada de recompensa final: navega en el océano de la desesperanza.


La itinerancia corresponde al mundo de aquí abajo, es decir al destino terrestre. Pero a la vez importa una búsqueda de los más allá. No se trata de “más allá” de fuera del mundo, son “más allá” del hic et nunc, los “más allá” de la miseria y de la desdicha, los “más allá” desconocidos correspondientes a la aventura desconocida.


Es en la itinerancia donde se ha inscripto el acto vivido. La itinerancia implica la revalorización de los momentos auténticos, poéticos, extáticos de la existencia e, igualmente, como todo fin alcanzado, nos lanza sobre un nuevo camino y como toda solución, abre un nuevo problema, una desvalorización relativa de las ideas de fin y solución. La itinerancia puede vivir plenamente el tiempo, no sólo como continuum que vincula pasado/presente/futuro, sino como recurso (pasado), acto (presente), posibilidad (tensión hacia el futuro).


Nos encontramos en la aventura desconocida. La insatisfacción que provoca la itinerancia jamás podría ser saciada por aquella. Debemos asumir la incertidumbre y la inquietud, debemos asumir el dasein, el hecho de estar aquí sin saber por qué. Cada vez habrá más fuentes de angustia, y hará falta cada vez más participación, fervor, fraternidad, las únicas que saben no sólo aniquilar, sino también rechazar la angustia. El antídoto es el amor, la réplica –no la respuesta- a la angustia. Es la experiencia fundamentalmente positiva del ser humano, donde la comunión, la exaltación de sí, del otro, alcanzan su punto superior, ya que no están alteradas por la posesividad. ¿No se podría descongelar la enorme cantidad de amor petrificado en religiones y abstracciones y orientarlo no ya a lo inmortal sino a lo mortal?


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