Neoliberalismo - la raĆz de todos nuestros problemas
- Homo consciens
- 26 oct 2019
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GEORGE MONBIOT -El colapso financiero, el desastre ambiental e incluso el auge de Donald Trump - el neoliberalismo ha jugado su parte en todos ellos.
Autor: George Monbiot - The Guardian - Abril 2016
Imaginen que el pueblo de la Unión SoviĆ©tica nunca hubiera oĆdo hablar del comunismo. La ideologĆa que domina nuestras vidas no tiene, para la mayorĆa de nosotros, ningĆŗn nombre. Menciónalo en una conversación y de la otra parte conseguirĆ”s un encogimiento de hombros. Incluso si sus oyentes han escuchado el tĆ©rmino antes, tendrĆ”n dificultades para definirlo. Neoliberalismo: Āæsabes lo que es?
Su anonimato es a la vez sĆntoma y causa de su poder. Ha desempeƱado un papel importante en una notable variedad de crisis: el colapso financiero de 2007-2008, la deslocalización de la riqueza y el poder, de los cuales los PanamĆ” Papers nos ofrecen sólo un vistazo, el lento colapso de la salud pĆŗblica y la educación, el resurgimiento de la pobreza infantil, la epidemia de la soledad, el colapso de los ecosistemas, el surgimiento de Donald Trump. Pero respondemos a estas crisis como si surgieran de forma aislada, aparentemente sin ser conscientes de que todas ellas han sido catalizadas o exacerbadas por una misma filosofĆa coherente; una filosofĆa que tiene -o tenĆa- un nombre. ĀæQuĆ© mayor poder puede haber que el de operar sin nombre?
El neoliberalismo se ha vuelto tan omnipresente que rara vez lo reconocemos como una ideologĆa. Parece que aceptamos la propuesta de que esta fe utópica y milenaria describe una fuerza neutral; una especie de ley biológica, como la teorĆa de la evolución de Darwin. Pero la filosofĆa surgió como un intento consciente de reformar la vida humana y cambiar el lugar del poder.
El neoliberalismo considera que la competencia es la caracterĆstica que define las relaciones humanas. Redefine a los ciudadanos como consumidores, cuyas opciones democrĆ”ticas se ejercen mejor comprando y vendiendo, un proceso que premia los mĆ©ritos y castiga la ineficiencia. Sostiene que "el mercado" ofrece beneficios que nunca podrĆan lograrse mediante la planificación.
Los intentos de limitar la competencia se consideran contrarios a la libertad. Hay que reducir al mĆnimo los impuestos y la reglamentación y privatizar los servicios pĆŗblicos. La organización del trabajo y la negociación colectiva por parte de los sindicatos se presentan como distorsiones del mercado que impiden la formación de una jerarquĆa natural de ganadores y perdedores. La desigualdad se refunda como virtuosa: una recompensa por la utilidad y por la generación de riqueza, que se derrama hacia abajo para enriquecer a todos. Los esfuerzos para crear una sociedad mĆ”s igualitaria son contraproducentes y moralmente corrosivos. El mercado se asegura de que todos reciban lo que se merecen.
Interiorizamos y reproducimos sus credos. Los ricos se persuaden a sà mismos de que adquirieron su riqueza a través del mérito, ignorando las ventajas -como la educación, la herencia y la clase social- que pueden haber ayudado a asegurarla (ver grÔfico a continuación en base a OXFAM que muestra que 2/3 de la riqueza de los billonarios es producto de la herencia, monopolio o amiguismo). Los pobres empiezan a culparse a sà mismos por sus fracasos, incluso cuando poco pueden hacer para cambiar sus circunstancias.

No importa el desempleo estructural: si no tienes trabajo es porque no eres emprendedor. No importa el costo imposible de la vivienda: si su tarjeta de crƩdito estƔ al mƔximo, usted es irresponsable e imprudente. No importa que sus hijos ya no tengan un campo de juego en la escuela: si engordan, es culpa suya. En un mundo gobernado por la competencia, los que se quedan atrƔs se definen y se autodefinen como perdedores.
Entre los resultados, como Paul Verhaeghe documenta en su libro What About Me? estĆ”n las epidemias de autolesiones, trastornos alimentarios, depresión, soledad, ansiedad en el desempeƱo y fobia social. QuizĆ”s no sorprenda que Gran BretaƱa, en la que la ideologĆa neoliberal se ha aplicado con mayor rigor, sea la capital de la soledad de Europa. Ahora todos somos neoliberales.
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El tĆ©rmino neoliberalismo fue acuƱado en una reunión en ParĆs en 1938. Entre los delegados habĆa dos hombres que vinieron a definir la ideologĆa, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. Ambos exiliados de Austria, vieron la socialdemocracia, ejemplificada por el New Deal de Franklin Roosevelt y el desarrollo gradual del estado de bienestar britĆ”nico, como manifestaciones de un colectivismo que ocupaba el mismo espectro que el nazismo y el comunismo.
En El Camino a la Servidumbre publicado en 1944, Hayek argumentó que la planificación gubernamental, al aplastar el individualismo, conducirĆa inexorablemente al control totalitario. Al igual que el libro de Mises, Burocracia, El Camino a la Servidumbre fue ampliamente leĆdo. Llamó la atención de algunas personas muy ricas, que vieron en la filosofĆa una oportunidad para liberarse de la regulación y de los impuestos. Cuando, en 1947, Hayek fundó la primera organización que difundirĆa la doctrina del neoliberalismo -la Sociedad Mont Pelerin-, fue apoyada financieramente por millonarios y sus fundaciones.
Con esa ayuda, comenzó a crear lo que Daniel Stedman Jones describe en Masters of the Universe como "una especie de internacional neoliberal": una red transatlĆ”ntica de acadĆ©micos, empresarios, periodistas y activistas. Los ricos partidarios del movimiento financiaron una serie de grupos de reflexión que perfeccionarĆan y promoverĆan la ideologĆa. Entre ellos se encontraban el American Enterprise Institute, la Heritage Foundation, el Cato Institute, el Institute of Economic Affairs, el Centre for Policy Studies y el Adam Smith Institute. TambiĆ©n financiaron puestos acadĆ©micos y departamentos, particularmente en las universidades de Chicago y Virginia.
A medida que evolucionó, el neoliberalismo se hizo mĆ”s estridente. La opinión de Hayek de que los gobiernos deberĆan regular la competencia para evitar la formación de monopolios cedió el paso -entre los apóstoles estadounidenses como Milton Friedman- a la creencia de que el poder de monopolio podĆa ser visto como una recompensa a la eficiencia.
Algo mĆ”s sucedió durante esta transición: el movimiento perdió su nombre. En 1951, Friedman estaba feliz de describirse a sĆ mismo como un neoliberal. Pero poco despuĆ©s, el tĆ©rmino comenzó a desaparecer. MĆ”s extraƱo aĆŗn, a pesar de que la ideologĆa se hizo mĆ”s clara y el movimiento mĆ”s coherente, el nombre perdido no fue reemplazado por ninguna alternativa comĆŗn.
Al principio, a pesar de su abundante financiación, el neoliberalismo permaneció en los margenes. El consenso de la posguerra fue casi universal: Las recetas económicas de John Maynard Keynes se aplicaron ampliamente, el pleno empleo y el alivio de la pobreza eran objetivos comunes en los EE.UU. y en gran parte de Europa occidental, las tasas impositivas mÔs altas eran altas y los gobiernos buscaban resultados sociales sin vergüenza, desarrollando nuevos servicios públicos y redes de seguridad.
Pero en la dĆ©cada de 1970, cuando las polĆticas keynesianas comenzaron a desmoronarse y se produjeron crisis económicas a ambos lados del AtlĆ”ntico, las ideas neoliberales comenzaron a entrar en la corriente principal. Como seƱaló Friedman, "cuando llegó el momento de que tenĆas que cambiar... habĆa una alternativa lista para ser usada". Con la ayuda de periodistas y asesores polĆticos simpatizantes, elementos del neoliberalismo, especialmente sus recetas para la polĆtica monetaria, fueron adoptados por la administración de Jimmy Carter en Estados Unidos y el gobierno de Jim Callaghan en Gran BretaƱa.
DespuĆ©s de que Margaret Thatcher y Ronald Reagan tomaron el poder, el paquete pronto siguió su curso: recortes masivos de impuestos para los ricos, el aplastamiento de los sindicatos, la desregulación, la privatización, la subcontratación y la competencia en los servicios pĆŗblicos. A travĆ©s del FMI, el Banco Mundial, el Tratado de Maastricht y la Organización Mundial del Comercio, se impusieron polĆticas neoliberales -a menudo sin consentimiento democrĆ”tico- en gran parte del mundo. Lo mĆ”s notable fue su adopción entre los partidos que alguna vez pertenecieron a la izquierda: El Partido Laborista y los Demócratas, por ejemplo. Como seƱala Stedman Jones, "es difĆcil pensar en otra utopĆa que se haya realizado tan plenamente".
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Puede parecer extraño que se haya promovido una doctrina que promete elección y libertad bajo el lema "no hay alternativa". Pero, como señaló Hayek en una visita al Chile de Pinochet -una de las primeras naciones en las que el programa se aplicó de manera integral- "mi preferencia personal se inclina hacia una dictadura liberal en lugar de hacia un gobierno democrÔtico desprovisto de liberalismo". La libertad que ofrece el neoliberalismo, que suena tan seductora cuando se expresa en términos generales, resulta ser libertad para los peces gordos, no para los chicos.
Estar libres de sindicatos y de negociación colectiva significa la libertad de pisar los salarios. La libertad de regulación significa la libertad de envenenar rĆos, poner en peligro a los trabajadores, cobrar tasas de interĆ©s inicuas y diseƱar instrumentos financieros exóticos. Libres de impuestos significa libres de la distribución de la riqueza que saca a la gente de la pobreza.
Como documenta Naomi Klein en La Doctrina del Shock, los teóricos neoliberales abogaron por el uso de las crisis para imponer polĆticas impopulares mientras la gente estaba distraĆda: por ejemplo, tras el golpe de Pinochet, la guerra de Irak y el huracĆ”n Katrina, que Friedman describió como "una oportunidad para reformar radicalmente el sistema educativo" en Nueva OrleĆ”ns.
Cuando las polĆticas neoliberales no pueden imponerse a nivel nacional, se imponen a nivel internacional, a travĆ©s de tratados comerciales que incorporan la "solución de controversias entre inversores y Estados": tribunales extraterritoriales en los que las empresas pueden presionar para que se eliminen las protecciones sociales y ambientales. Cuando los parlamentos han votado a favor de restringir las ventas de cigarrillos, proteger los suministros de agua de las compaƱĆas mineras, congelar las facturas de energĆa o evitar que las empresas farmacĆ©uticas estafen al estado, las corporaciones han entablado una demanda, a menudo con Ć©xito. La democracia se reduce a teatro.
Otra paradoja del neoliberalismo es que la competencia universal depende de la cuantificación y comparación universales. El resultado es que los trabajadores, los demandantes de empleo y de servicios pĆŗblicos de todo tipo estĆ”n sometidos a un rĆ©gimen de evaluación y control asfixiante, diseƱado para identificar a los ganadores y castigar a los perdedores. La doctrina que Von Mises propuso nos liberarĆa de la pesadilla burocrĆ”tica de la planificación central ha creado una.
El neoliberalismo no fue concebido como una estafa egoĆsta, sino que se convirtió rĆ”pidamente en una de ellas. El crecimiento económico ha sido notablemente mĆ”s lento en la era neoliberal (desde 1980 en Gran BretaƱa y los Estados Unidos) que en las dĆ©cadas anteriores, pero no para los muy ricos. La desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza, despuĆ©s de 60 aƱos de declive, aumentó rĆ”pidamente en esta Ć©poca, debido a la destrucción de los sindicatos, las reducciones de impuestos, el aumento de los alquileres, la privatización y la desregulación.

La privatización o comercialización de servicios pĆŗblicos como la energĆa, el agua, los trenes, la salud, la educación, las carreteras y las prisiones ha permitido a las empresas instalar cabinas de peaje frente a los bienes esenciales y cobrar una renta, ya sea a los ciudadanos o al gobierno, por su uso. La renta es otro tĆ©rmino para los ingresos no ganados. Cuando se paga un precio exagerado por un billete de tren, sólo una parte de la tarifa compensa a los operadores por el dinero que gastan en combustible, salarios, material rodante y otros gastos. El resto refleja el hecho de que los concesionarios cobran muchos beneficios.
Aquellos que poseen y dirigen los servicios privatizados o semi-privatizados del Reino Unido hacen fortunas estupendas invirtiendo poco y cobrando mucho. En Rusia y la India, los oligarcas adquirieron activos estatales a travĆ©s de la venta de combustible. En MĆ©xico, a Carlos Slim se le otorgó el control de casi todos los servicios de telefonĆa fija y móvil y pronto se convirtió en el hombre mĆ”s rico del mundo.
La financiarización, como seƱala Andrew Sayer en Why We Can't Afford the Rich, ha tenido un impacto similar. "Al igual que el alquiler", argumenta, "el interĆ©s es... un ingreso no ganado que se acumula sin ningĆŗn esfuerzo". A medida que los pobres se empobrecen y los ricos se enriquecen, los ricos adquieren un control cada vez mayor sobre otro activo crucial: el dinero. Los pagos de intereses, en su inmensa mayorĆa, son una transferencia de dinero de los pobres a los ricos. A medida que los precios de las propiedades y el retiro de los fondos estatales cargan a la gente de deudas (piense en el cambio de becas a prĆ©stamos estudiantiles), los bancos y sus ejecutivos se llenan de plata.
Sayer sostiene que las últimas cuatro décadas se han caracterizado por una transferencia de riqueza no sólo de los pobres a los ricos, sino también dentro de las filas de los ricos: de los que ganan dinero produciendo nuevos bienes o servicios a los que ganan dinero controlando los activos existentes y cosechando rentas, intereses o ganancias de capital. Los ingresos provenientes del trabajo han sido suplantados por los ingresos no provenientes del trabajo.
Las polĆticas neoliberales estĆ”n recostadas en por todos lados por las fallas del mercado. No sólo los bancos son demasiado grandes para quebrar, sino que tambiĆ©n lo son las corporaciones que ahora se encargan de prestar servicios pĆŗblicos. Como Tony Judt seƱaló en Ill Fares the Land, Hayek olvidó que no se puede permitir que los servicios nacionales vitales colapsen, lo que significa que la competencia no puede seguir su curso. El negocio se lleva las ganancias, el Estado se queda con el riesgo.
Cuanto mayor es el fracaso, mĆ”s extrema es la ideologĆa. Los gobiernos utilizan las crisis neoliberales como excusa y oportunidad para recortar impuestos, privatizar los servicios pĆŗblicos que aĆŗn quedan, desarticular la red de seguridad social, desregular las corporaciones y volver a regular a los ciudadanos. El Estado que se odia a sĆ mismo ahora hunde sus dientes en todos los órganos del sector pĆŗblico.
Chris Hedges seƱala que "los movimientos fascistas construyen su base no a partir de los polĆticamente activos, sino de los polĆticamente inactivos, los `perdedores' que sienten, a menudo correctamente, que no tienen voz ni papel que desempeƱar en la clase polĆtica". Cuando el debate polĆtico ya no nos habla, la gente se vuelve sensible a los lemas, sĆmbolos y sensaciones. Para los admiradores de Trump, por ejemplo, los hechos y los argumentos parecen irrelevantes.
Judt explicó que cuando la densa red de interacciones entre la gente y el estado se ha reducido a nada mĆ”s que autoridad y obediencia, la Ćŗnica fuerza que nos une es el poder estatal. El totalitarismo que Hayek temĆa que surgiera es mĆ”s probable cuando los gobiernos, habiendo perdido la autoridad moral que surge de la prestación de servicios pĆŗblicos, se ven reducidos a "engatusar, amenazar y, en Ćŗltima instancia, coaccionar a la gente para que les obedezca".
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Como el comunismo, el neoliberalismo es el Dios que fracasó. Pero la doctrina de los zombis se tambalea, y una de las razones es su anonimato. O mejor dicho, un grupo de anonimatos.
La doctrina invisible de la mano invisible es promovida por patrocinadores invisibles. Lentamente, muy lentamente, hemos comenzado a descubrir los nombres de algunos de ellos. Encontramos que el Instituto de Asuntos Económicos, que ha argumentado enĆ©rgicamente en los medios de comunicación en contra de una mayor regulación de la industria tabacalera, ha sido financiado secretamente por British American Tobacco desde 1963. Descubrimos que Charles y David Koch, dos de los hombres mĆ”s ricos del mundo, fundaron el instituto que estableció el movimiento del Tea Party. Encontramos que Charles Koch, al establecer uno de sus grupos de reflexión, observó que "para evitar crĆticas indeseables, no se debe dar mucha publicidad a la forma en que se controla y dirige la organización".
Las palabras utilizadas por el neoliberalismo a menudo ocultan mÔs de lo que aclaran. El "mercado" suena como un sistema natural que puede que nos afecte por igual, como la gravedad o la presión atmosférica. Pero estÔ lleno de relaciones de poder. Lo que "el mercado quiere" tiende a significar lo que las corporaciones y sus jefes quieren. La "inversión", como señala Sayer, significa dos cosas muy diferentes. Una es la financiación de actividades productivas y socialmente útiles, la otra es la compra de activos existentes para ordeñarlos para renta, intereses, dividendos y ganancias de capital. El uso de la misma palabra para diferentes actividades "camufla las fuentes de riqueza", lo que nos lleva a confundir la extracción de riqueza con la creación de riqueza.
Hace un siglo, los nuevos ricos eran menospreciados por los que habĆan heredado su dinero. Los entrepeneurs buscaban la aceptación social haciĆ©ndose pasar por rentistas. Hoy en dĆa, la relación se ha invertido: los rentistas y los herederos se hacen pasar por entrepreneurs. Afirman haberse ganado su riqueza (no ganada por el esfuerzo) por medio del trabajo.
Estas anonimidades y confusiones se mezclan con la falta de nombre y de lugar del capitalismo moderno: el modelo de franquicias y de tercerizaciones que hacen que los trabajadores no sepan para quiĆ©n trabajan; las compaƱĆas registradas a travĆ©s de una red de regĆmenes de secreto offshore tan complejos que ni siquiera la policĆa puede descubrir a los beneficiarios finales; los acuerdos fiscales que embaucan a los gobiernos; los productos financieros que nadie entiende.
El anonimato del neoliberalismo estĆ” ferozmente custodiado. Quienes estĆ”n influenciados por Hayek, Mises y Friedman tienden a rechazar el tĆ©rmino, sosteniendo -con algo de justicia- que hoy en dĆa sólo se utiliza de forma peyorativa. Pero no nos ofrecen ningĆŗn sustituto. Algunos se describen a sĆ mismos como liberales o libertarios clĆ”sicos, pero estas descripciones son engaƱosas y curiosamente egoĆstas, ya que sugieren que no hay nada nuevo en El camino hacia la servidumbre, la Burocracia o la obra clĆ”sica de Friedman, Capitalismo y libertad.
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Por todo ello, hay algo admirable en el proyecto neoliberal, al menos en sus primeras etapas. Era una filosofĆa distintiva e innovadora promovida por una red coherente de pensadores y activistas con un plan de acción claro. Fue paciente y persistente. El Camino a la Servidumbre se convirtió en el camino al poder.
El triunfo del neoliberalismo tambiĆ©n refleja el fracaso de la izquierda. Cuando la economĆa del laissez-faire condujo a la catĆ”strofe en 1929, Keynes ideó una teorĆa económica integral para reemplazarla. Cuando la gestión de la demanda keynesiana llegó a los topes en los aƱos 70, habĆa una alternativa lista. Pero cuando el neoliberalismo se desmoronó en 2008 no hubo .... nada. Es por eso que el zombie queda libre. La izquierda y el centro no han producido un nuevo marco general de pensamiento económico durante 80 aƱos.
Cada invocación de Lord Keynes es una admisión de fracaso. Proponer soluciones keynesianas a las crisis del siglo XXI es ignorar tres problemas evidentes. Es difĆcil movilizar a la gente en torno a viejas ideas; los defectos expuestos en los aƱos 70 no han desaparecido y, lo que es mĆ”s importante, no tienen nada que decir sobre nuestro problema mĆ”s grave: la crisis medioambiental. El keynesianismo funciona estimulando la demanda de los consumidores para promover el crecimiento económico. La demanda de los consumidores y el crecimiento económico son los motores de la destrucción del medio ambiente.
Lo que la historia tanto del keynesianismo como del neoliberalismo muestra es que no basta con oponerse a un sistema roto. Hay que proponer una alternativa coherente. Para los laboristas, los demócratas y la izquierda en general, la tarea central deberĆa ser desarrollar un programa económico Apolo, un intento consciente de diseƱar un nuevo sistema, adaptado a las exigencias del siglo XXI.
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