El valor caraterístico de una sociedad de consumidores, el valor supremo frente al cual todos los demás valores deben justificar su peso, es una vida feliz, pero ¿somos más felices?
Por Carolina Flynn - Noviembre 2019
Que la nuestra es una sociedad donde lo económico juega un rol central no es ninguna novedad. Así como en la Edad Media todo pasaba por lo religioso en el afán de conseguir la salvación eterna, la nuestra es una sociedad donde todo pasa por lo económico en pos de conseguir la salvación en la tierra.
Lo económico, entonces, se transformó en la nueva religión moderna. Colonizó todos los espacios sociales y personales, y se convirtió en la vara del éxito o el fracaso social o personal. Este es un hecho tan naturalizado, que el tamaño de una cuenta bancaria, o el del PBI ilustran perfectamente -en el imaginario colectivo- el valor de un individuo o un país. Y si no creemos que es así, piensen en cuáles son las personas que se admiran y a qué países se quiere emular.
La creencia subyacente es que, ese valor medible y cuantificable (y que todo sea medible y cuantificable es una demanda de la modernidad) se relaciona directamente con otros valores, no medibles, no cuantificables, subjetivos: los del bienestar, los de la felicidad.
Si tenés una buena cuenta bancaria, un buen auto, una mansión, (ni hablar de avión privado, yate!!) la gente supone que se es feliz. Si vivís en un país rico también.
Y como dice Zygmunt Bauman "El valor caraterístico de una sociedad de consumidores, el valor supremo frente al cual todos los demás valores deben justificar su peso, es una vida feliz. Y es más, la sociedad de consumidores es quizás la única en la historia humana que promete felicidad en la vida terrenal, felicidad aquí y ahora y en todos los "ahoras" siguientes, es decir, felicidad instantánea y perpetua".
No es raro entonces que, siendo la felicidad un valor supremo y que se nos dice que se consigue vía bienes materiales, la discusión central en materia política, entonces, siempre ronde la problemática de cómo hacemos para que nuestro pais "crezca", y a nivel individual cómo lograremos "salvarnos".
Más recientemente, algunos han empezado a darse cuenta que ese "crecimiento económico" de los "países desarrollados" que les permite consumir desaforadamente (y supuestamente ser felices) se hace a costa de emisiones de Gases de efecto invernadero y de la sobreexplotación de los recursos del planeta. Es decir la búsqueda de la felicidad instantánea hoy, traerá sufrimiento futuro a los que queden (y en muchos lugares del planeta ya es sufrimiento presente). En un mundo finito, no sólo el consumo excesivo de unos pocos limita el consumo de otros sino que trastoca las condiciones que permiten la vida futura. Uno de los parámetros que se correlaciona directamente con el consumo, son las emisiones de CO2. Como puede verse en el gráfico siguiente, son los países más ricos los que más han calentado el planeta.
Además de la incipiente consciencia de la carencia ética de ese consumo desaforado y el cortoplacismo innato que conlleva, otra de las creencias que de a poco se va deconstruyendo es la de la asociación de consumo y riqueza con el bienestar y la felicidad, y como dice Bauman "la sociedad de consumidores se sostiene o cae por la felicidad de sus integrantes", entonces, analizar esta correlación es de vital importancia porque evidentemente, el hecho de que nos quedemos sin planeta parece no ser un deterrente suficiente.
En 1974, el economista de la Universidad de California Richard Easterlin hizo la observación paradójica de que los ingresos y la felicidad están correlacionados hasta un cierto punto, pero pasado este, la felicidad no aumenta a medida que los ingresos aumentan.
Profundizando en esta línea, el economista inglés Richard Layard en su libro sobre la felicidad, nos muestra cuál es ese punto. La sensación de ser feliz, nos dice, crece a medida que se incrementan los ingresos sólo hasta determinado umbral: el de las necesidades básicas o naturales. El consumo más allá de ese umbral, no aporta nada.
La segunda conclusión de Layard es que no hay ninguna evidencia de que con el crecimiento del volumen de consumo aumente el número de personas que dicen ser felices. Parece ser todo lo contrario: la exacerbación del consumo implica mayor presión para ganar dinero, aumentando así las causas del malestar y la infelicidad como el estrés o la depresión, el síndrome del trabajador quemado, horarios de trabajo extensos y antisociales, el deterioro de los vínculos, etc.
La Universidad de Leeds en Gran Bretaña, tiene una página dedicada al estudio del tema satisfacción vital y límites planetarios y señala lo que veníamos diciendo. Si bien encuentran que "las personas en países con altos niveles de consumo tienden a ser más felices y saludables que las personas en países con bajos niveles de consumo (una comparación, por ejemplo, entre Francia y Etiopía), no hay evidencia de que los ingresos crecientes o la huella de carbono mejoren cualquiera de los indicadores de bienestar con el tiempo"
El análisis se vuelve rico cuando comparamos un país de alto nivel de consumo, y que sobrepasa todos los límites biológicos de sustentabilidad, como Estados Unidos y Brasil, con un nivel medio de consumo. Como puede verse en los gráficos y sobre todo en las tablas, la desproporción entre las emisiones de CO2 per capita es enorme :USA (21,2 per cáptita) y de Brasil (3 per cápita) y sin embargo el impacto de esas emisiones (que recordemos reflejan el consumo) en el bienestar es casi nulo: Satisfacción de vida en USA, 7.1 y en Brasil 7.
Pueden visualiza más comparaciones entre bienestar y emisiones de GEI en este link.
Esto indica que estamos destruyendo el planeta por nada. La promesa de mayor felicidad a través de consumo y del crecimiento económico no se cumple. La obsesión por el crecimiento económico no tiene sentido.