Fuente: Metode - 2013
Entrevista a Michel Maffesoli : Profesor de Sociología de la Universidad René Descartes – Sorbona de París
Michel Maffesoli (Graissessac, Francia – 1944) no deja indiferente a nadie. Acostumbrado a las polémicas en su país, este sociólogo de la postmodernidad conocido por difundir el concepto de «tribus urbanas» acaba de publicar Homo eroticus. Des communions émotionnelles (2012), en el que desarrolla su teoría sobre el predominio de las emociones y la emotividad en nuestra sociedad. Una sociedad postmoderna –una de las palabras que más repetirá durante la entrevista– de la que el sociólogo pone como referente al expresidente francés Nicolas Sarkozy. Así lo subrayaba en su libro Sarkologies. Pourquoi tant de haine(s)? (“Sarkologías. ¿Por qué tanto(s) odio(s)?”), publicado durante las pasadas elecciones presidenciales galas. De los resultados se podría deducir, sin embargo, que los franceses se resisten aún a entrar de lleno en la era postmoderna.
Sus relaciones con el poder han despertado recelos entre los sociólogos franceses, pero uno de los episodios más polémicos que ha protagonizado procede de una tesis académica. En 2001, Michel Maffesoli dirigió la tesis de una conocida y mediática astróloga, Élizabeth Teissier, que le valió la condena de una gran parte de los sociólogos franceses, pero también de los científicos, que vieron en este trabajo una forma de apoyo a la astrología desde el ámbito académico. De hecho, con motivo de esta controversia, un grupo de sociólogos y científicos (astrofísicos, físicos e historiadores de la ciencia) realizó un análisis del trabajo académico que calificaron de «manifiesto a favor de la astrología» y de «panegírico de la “ciencia” astrológica». Los científicos consideraban preocupante que este episodio pudiera ser el preludio de la introducción de la astrología en las enseñanzas universitarias. Una cuestión que el sociólogo siempre ha negado.
«En nuestra sociedad existe un retorno al sincretismo, que puede ser la astrología o las seudociencias en sus diversas formas. No digo que esté bien o mal, mi posición es de neutralidad axiológica absoluta»
Con motivo de su participación en un coloquio internacional organizado por el profesor Domingo Pujante en la Universitat de València, titulado «Diverciudades: Visiones urbanas de lo cotidiano», el profesor Maffesoli accede a conceder una entrevista en el céntrico hotel de Ruzafa donde se aloja, y no pondrá objeciones a hablar de esta cuestión, ni de otras relativas a su visión de nuestra sociedad hoy en día. Con su característico estilo, con un impecable traje azul y pajarita a juego, el profesor de sociología de la Sorbona se desenvuelve con total soltura –y paciencia– en la sesión fotográfica, posando según los requerimientos del fotógrafo. Es obvio que está acostumbrado a relacionarse con los medios. Al sentarse en la butaca, los pantalones dejan ver unos calcetines rojos, a juego con los cordones de los zapatos. «Son calcetines de cardenal», asegura jocoso con una media sonrisa que no abandonará durante toda la entrevista.
Usted ha popularizado el concepto de «tribus urbanas», ¿de dónde piensa que viene esta necesidad humana de pertenecer a un grupo? ¿Es una necesidad biológica?
La tribu es una metáfora para mostrar el paso que estamos viviendo de la modernidad a la postmodernidad. Se trata de un tránsito de una concepción más racional de vivir juntos a otra más emocional. Las grandes instituciones habían caracterizado la modernidad racional, pero ahora nos encontramos ante una fragmentación del cuerpo social que podemos ligar más con la biología y que nos recuerda a nuestra esencia de animales humanos. Entre nuestros instintos está el del sentimiento de pertenencia, que nos hace buscar la proximidad. Para mí, la principal tendencia de nuestra sociedad es esta que nos recuerda que existe una noción de animalidad en nuestro interior.
En sus trabajos, compara los iconos de nuestra sociedad con los tótems de las tribus primitivas. ¿Necesitamos tener modelos para imitarlos o idolatrarlos?
Más allá del mito del progreso que ha caracterizado a la modernidad racional, hay un retorno a las imágenes. Y sí, necesitamos estos iconos. En cierta medida, la modernidad había desterrado las imágenes, porque no permitían el buen funcionamiento del cerebro. Pero de repente, las imágenes están presentes en la televisión, en la publicidad, en los videojuegos… y nos encontramos con un retorno a los iconos, de la misma forma que en las sociedades primitivas. Es un tema que he tratado en mi libro Iconologías. Nuestras idolatrías postmodernas (2008), donde hablo de diferentes iconos modernos como pueden ser Harry Potter o futbolistas como Zidane.
¿Pero qué encontramos en estos iconos? ¿Por qué son importantes para nosotros?
Los iconos son una especie de cristalización –en el sentido del novelista francés Stendhal– de nuestros fantasmas. Es decir, los iconos son una especie de caricatura de los deseos inconscientes que son vividos por el pueblo. Y eso nos recuerda que tenemos la necesidad de tener tótems, alrededor de los cuales las tribus primitivas se reunían. Y ahora, las tribus postmodernas en función de su deseo sexual, religioso, deportivo, musical, se reúnen también alrededor de un tótem sexual, religioso, deportivo o musical. Esto son los tótems, y tienen una función agregativa.
Algunos antropólogos y biólogos evolutivos entienden la religión como un rasgo adaptativo del ser humano, que, por medio de la cohesión grupal, nos ha permitido evolucionar como sociedad. ¿Qué piensa usted de esta visión evolutiva de la sociedad?
Personalmente no estoy totalmente seguro de que la evolución sea una cuestión lineal. Es lo que considero el falso mito del progreso. La visión evolutiva nos dice que la humanidad parte de un punto A de barbarie para llegar a un punto B de civilización absoluta. Y sin embargo vemos cómo volvemos a modas vividas del pasado. Las tribus son arcaicas, pertenecen a sociedades primitivas. Desde el punto de vista del evolucionismo social, podríamos pensar que ya habíamos dejado atrás estas tribus justamente a través de las grandes instituciones creadas en el siglo xix. Pero muestro que hay un retorno a las tribus. A mí me gusta ejemplificarlo con la imagen de la espiral. No es simplemente una evolución, pero tampoco una regresión. Creo que la palabra ingresión es mucho más interesante, porque volvemos a la tribu pero con tecnologías como internet. Volvemos a cosas que ya hemos vivido, pero con el añadido del desarrollo tecnológico. Así pues, mi posición no es evolucionista en este sentido..
En política, usted pone como ejemplo del hombre postmoderno a Sarkozy, ¿por qué?
Me pareció divertido mostrar a Sarkozy como un político postmoderno porque representaba al niño eterno. Tenía este aspecto lúdico y no racional, que le hacía poner el acento sobre lo más emocional.
No sé si conoce bien la política española, ¿encuentra alguna figura parecida en este sentido?
La verdad es que desconozco la realidad española, y quizá diría una burrada.
¿Y en Europa?
Berlusconi en Italia tendría el mismo perfil. Mezcla el cerebro y la pasión. También Lula en Brasil, o Chávez en Venezuela. Se da un retorno de este aspecto más emocional. Pero la verdad es que en España no lo sé. Creo que Zapatero, por ejemplo, representaría lo contrario al hombre postmoderno, sería el ejemplo de la racionalidad, el equivalente a Hollande en Francia.
«No estoy totalmente seguro de que la evolución social sea una cuestión lineal. Vemos cómo volvemos a modos vividos del pasado. Las tribus son arcaicas, pertenecen a sociedades primitivas»
Usted señala esta «emocionalidad» como una característica de la postmodernidad, ¿podemos decir que somos menos racionales hoy en día?
En francés existen dos palabras que son interesantes. Una es el contrato social, el gran término de Jean-Jacques Rousseau, y que ha caracterizado nuestra forma de vivir en sociedad. Un contrato social implica un acuerdo entre dos personas racionales para hacer política. Y actualmente hay un desplazamiento del contrato al pacto. El pacto es mucho más emocional. El contrato implica una larga duración, mientras que el pacto es puramente pasional. Así pues, pienso que sí que hay un retorno a las emociones colectivas en todos los ámbitos. Pero esto no implica una negación de la razón. Escribí un libro que se llama Elogio de la razón sensible (1996), que, a pesar de parecer un oxímoron, es lo que yo quiero mostrar: cómo la razón y la pasión se mezclan. Los afectos, los sentimientos, representarán un papel cada vez más importante. Y para mí esta es la característica de la postmodernidad.
¿Es en este marco donde usted habla del Homo eroticus que da título a su último libro?
Sí, en este libro retomo la idea de que existe una erótica social. Para mí la erótica no es simplemente sexual, sino el hecho de que todo es bueno para vibrar conjuntamente. La palabra sería «sintonía», es decir, hay una agrupación deportiva, religiosa… y en esta unión vemos que lo principal es compartir las emociones. Pienso que ocurre igual en España que en Francia, donde cualquier ocasión se aprovecha para producir vibraciones colectivas.
¿Qué lugar puede ocupar la ciencia dentro de esta sociedad más emotiva y menos racional?
La postmodernidad no es una negación de la razón, sino la complementariedad de la razón y de los sentidos, lo que he comentado: la razón sensible. Y desde esta perspectiva, la ciencia y la tecnología tienen su lugar. Yo mismo escribí un libro mostrando que había, gracias a la tecnología y a las aplicaciones científicas, un cierto reencantamiento. La ciencia y la técnica moderna han reencantado el mundo. Hay un lugar, evidentemente, para la ciencia en nuestra sociedad desde la perspectiva de este reencantamiento o refascinación.
En una entrevista de 2009 usted aseguraba que el trabajo del sociólogo está en los libros, pero también en los bares. ¿Quería decir que la universidad se ha alejado de la sociedad?
Sí, y para mí es uno de los problemas de la universidad. El saber académico y universitario se ha abstraído, se ha desconectado de la realidad, y de aquí esta respuesta sobre los libros y los bares. Hay que encontrar un equilibrio entre el pensamiento académico, que es importante, y al mismo tiempo, la necesidad «de oler» la sociedad. Oler en el bar, en el mercado, en el calle… que para nosotros es el campo de observación. No olvidemos que la universidad se funda en la Edad Media, y está arraigada orgánicamente en la vida de la época. Pero desde entonces, poco a poco, va pasando a ser más racional, demasiado abstracta, y por tanto creo que hay una necesidad de rearraigar el saber en la vida cotidiana. Dirijo en la Sorbona un centro de investigación que fundé ya hace treinta años sobre la actualidad y la cotidianidad, de forma que para mí la importancia de la vida cotidiana es muy grande.
«La postmodernidad no es una negación de la razón, sino la complementariedad de la razón y de los sentidos. Y desde esta perspectiva, la ciencia y la tecnología tienen su lugar»
¿Por eso dirigió una tesis sobre astrología en el 2001? Creó una gran controversia en la universidad y en los círculos académicos franceses.
Efectivamente hubo una gran controversia. Yo he dirigido tres tesis sobre astrología, pero hubo una que fue célebre porque la autora era una astróloga muy mediática y esto es lo que suscitó mucha polémica. Mi centro y yo tenemos la particularidad de estudiar temas que las universidades no tocan. Por ejemplo, yo fui el primero en dirigir una tesis sobre la homosexualidad, que no era un tema de moda en su momento. Pero también he dirigido tesis sobre los restaurantes, sobre los locales de intercambios de pareja… He tomado temas que a la ciencia clásica le daba miedo analizar. Pero además, dentro de la sociología comprensiva, un hecho social puede pasar a ser un hecho sociológico. Desde el momento en que existe, para mí es suficiente y hay que estudiarlo. Había un 50% de franceses que consultaban el horóscopo en la prensa, y para mí eso fue suficiente para tomar esta tesis, porque estábamos ante un hecho social. Y, por último, alguien que está implicado en un tema, como era el caso de esta astróloga, puede estudiarlo. Para mí no existe la objetividad absoluta. Por ejemplo, un cura puede hacer una tesis sobre la Iglesia o un militante político puede hacer una sobre la vida política. Y de la misma manera, una astróloga puede hacer una tesis sobre astrología. Hubo mucha polémica porque los intelectuales franceses y los sociólogos en particular consideran siempre de una manera muy moral las cosas. Es decir, piensan cómo debería ser el mundo, mientras que mi posición es que eso es el mundo. A título personal, no tengo ningún interés en la astrología, pero al mismo tiempo no puedo negar que es un fenómeno social.
«Había un 50% de franceses que consultaban el horóscopo en la prensa, y para mí eso bastó para dirigir una tesis sobre astrología, porque estábamos ante un hecho social»
Una de las cosas de las que le acusaban era de haber dejado entrar la astrología en la Universidad.
No, de ninguna manera. Era un estudio sobre la astrología. Nadie se leyó la tesis y nadie conoce que su título era Situación epistemológica de la astrología a través de la ambivalencia fascinación/rechazo en las sociedades postmodernas. Es decir, cómo los medios, y en concreto los periódicos, son atraídos por la astrología. Esta era la tesis. No se trataba de enseñar astrología en la Sorbona.
Pero en la tesis, y en concreto en uno de los anexos, sí que se defendía la influencia de los astros en las personas.
En uno de los anexos, y por tanto fuera de lo que es la tesis, se daba una explicación de los signos astrológicos. Pero la tesis no trataba sobre eso, sino sobre la fascinación de los medios por la astrología.
Esta fascinación por la astrología y por las pseudociencias en general, ¿tiene alguna relación con la creciente emotividad que según usted define nuestra época?
Sí, podemos decir que en nuestra sociedad podemos observar que hay un retorno al sincretismo, que puede ser la astrología, la New Age americana, las pseudociencias en sus diversas formas… Una vez más no digo que esté bien o que esté mal, mi posición es de neutralidad axiológica absoluta, pero sociológicamente lo observamos y lo analizamos. Pero es cierto que cada vez más existe una necesidad de sacralidad, de religiosidad, en nuestra sociedad. Nuestro siglo verá volver muchas de estas formas un poco místicas o esotéricas. Y hay que analizarlo, no nos sirve de nada negar que estos fenómenos existen. Y este es el objeto de la sociología. Cualquier hecho social se puede convertir en un hecho sociológico.
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