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Zizek: ¿Qué tienen en común el coronavirus y las protestas sociales en Francia?

Actualizado: 20 mar 2020





Fuente: RT.com - Por Slavoj Zizek - Febrero 2020

Los brotes epidémicos - al igual que el cambio climático, el capitalismo de vigilancia y las protestas sociales - no estallan y luego desaparecen; persisten y acechan, esperando explotar cuando menos se espera.



Deberíamos aceptar esto, pero hay dos maneras de hacerlo.


La gente de fuera de China pensó que una cuarentena sería suficiente para hacer frente a la propagación del virus, y que estaban más o menos seguros detrás de ese "muro". Pero ahora que se han notificado casos de coronavirus en más de 20 países (NT: el artículo es febrero antes que se declarara la pandemia) , se necesita un nuevo enfoque. ¿Cómo vamos a hacer frente a amenazas tan traumáticas?


Tal vez podamos aprender algo sobre nuestras reacciones a las epidemias de coronavirus de la psiquiatra y autora Elisabeth Kübler-Ross, quien, en "Sobre la muerte y el dolor", propuso el famoso esquema de las cinco etapas de cómo reaccionamos al enterarnos de que tenemos, por ejemplo, una enfermedad terminal:

  • Negación (uno simplemente se niega a aceptar el hecho, como en "Esto no puede estar sucediendo, no a mí");

  • Ira (que explota cuando ya no podemos negar el hecho, como en "¿Cómo puede sucederme esto a mí?");

  • Negociación (la esperanza de que podemos de alguna manera posponer o disminuir el hecho, como en "Sólo déjame vivir para ver a mis hijos graduarse.");

  • Depresión (desinversión libidinal, como en "Voy a morir, así que, ¿por qué molestarse con algo?"); y finalmente:

  • Aceptación ("No puedo luchar contra ello, pero puedo prepararme para ello.").


El temor alimentado por la especulación y los escenarios del día del juicio final sobre la propagación del coronavirus plantea una mayor amenaza para la economía global que la epidemia.


Kübler-Ross aplicó posteriormente estas etapas a cualquier forma de pérdida personal catastrófica (desempleo, muerte de un ser querido, divorcio, drogadicción) y también hizo hincapié en que no necesariamente vienen en el mismo orden, ni todas las cinco etapas son experimentadas por todos los pacientes.


Se pueden discernir las mismas cinco etapas siempre que una sociedad se enfrenta a algún acontecimiento traumático. Tomemos la amenaza de una catástrofe ecológica.


En primer lugar, tendemos a negarlo: "es sólo paranoia, todo lo que realmente sucede son las habituales oscilaciones de los patrones climáticos". Luego viene la ira - a las grandes corporaciones que contaminan nuestro medio ambiente y al gobierno que ignora los peligros. A esto le sigue un regateo: "si reciclamos nuestros residuos, podemos ganar algo de tiempo; además, también tiene sus ventajas: ahora podemos cultivar vegetales en Groenlandia, los barcos podrán transportar mercancías de China a los Estados Unidos mucho más rápidamente a través de la ruta del norte, se está disponiendo de nuevas tierras fértiles en el norte de Siberia debido al derretimiento del permafrost". Luego sigue la depresión ("es demasiado tarde, estamos perdidos"), y, finalmente, la aceptación - "¡estamos tratando con una seria amenaza y tendremos que cambiar toda nuestra forma de vida!


Lo mismo ocurre con la creciente amenaza del control digital sobre nuestras vidas. De nuevo, primero, tendemos a negarlo, y lo consideramos "una exageración", "más paranoia izquierdista", "ninguna agencia puede controlar nuestra actividad diaria". Luego explotamos de rabia contra las grandes empresas y las agencias estatales secretas que "nos conocen mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos" y usan este conocimiento para controlarnos y manipularnos. Le sigue la negociación (las autoridades tienen derecho a buscar terroristas, pero no a violar nuestra privacidad), la depresión (es demasiado tarde, nuestra privacidad se ha perdido, la era de las libertades personales ha terminado). Y, finalmente, viene la aceptación: "el control digital es una amenaza para nuestra libertad, debemos hacer que el público sea consciente de todas sus dimensiones y comprometernos a combatirlo".


Incluso en el ámbito de la política, lo mismo se aplica a los que están traumatizados por la presidencia de Trump: primero, hubo una negación ('no te preocupes, Trump es sólo una pose, nada cambiará realmente si toma el poder'), seguida de ira (contra las 'fuerzas oscuras' que le permitieron tomar el poder, contra los populistas que lo apoyan y que representan una amenaza para nuestra sustancia moral), negociación ('no está todo perdido todavía, tal vez Trump pueda ser contenido, vamos a tolerar algunos de sus excesos'), y depresión ('estamos en el camino del fascismo, la democracia está perdida en los EE.UU.'), y luego aceptación: "Hay un nuevo régimen político en los EE.UU., los viejos tiempos de la democracia americana han terminado, enfrentemos el peligro y planeemos con calma cómo podemos superar el populismo de Trump".’


En la época medieval, la población de un pueblo afectado reaccionaba a los signos de la plaga de una manera similar: primero la negación, luego la ira (a nuestras vidas pecaminosas por las que somos castigados, o incluso al cruel Dios que lo permitió), luego el regateo (no es tan malo, evitemos a los que están enfermos), luego la depresión (nuestra vida se ha acabado), luego, curiosamente, las orgías ("ya que nuestras vidas se han acabado, consigamos todos los placeres que aún son posibles -bebida, sexo..."). Y, finalmente, hubo aceptación: "aquí estamos, comportémonos lo mejorq que nos sea posible como si la vida normal continuara".





¿Y no es así también como estamos tratando con la pandemia del coronavirus? Primero, hubo una negación (no está pasando nada grave, algunos individuos irresponsables sólo están sembrando el pánico); luego, la ira (generalmente en forma racista o anti-estatal: los chinos sucios son culpables, nuestro estado no es eficiente...); luego viene la negociación (OK, hay algunas víctimas, pero es menos grave que el SARS, y podemos limitar el daño); si esto no funciona, surge la depresión (no nos engañemos, estamos todos condenados).


Pero, ¿cómo se vería nuestra aceptación aquí? Es un hecho extraño que estas epidemias muestran un rasgo común con la última ronda de protestas sociales como las de Francia o Hong Kong: no explotan y luego se esfuman, se quedan aquí y simplemente persisten, trayendo un miedo y una fragilidad permanentes a nuestras vidas.


Lo que debemos aceptar, con lo que debemos reconciliarnos, es que hay una subcapa de la vida, la vida no muerta, estúpidamente repetitiva, presexual de los virus, que siempre estuvo aquí y que siempre estará con nosotros como una sombra oscura, planteando una amenaza para nuestra propia supervivencia, explotando cuando menos lo esperamos.


Y a un nivel aún más general, las epidemias virales nos recuerdan la última contingencia y el sinsentido de nuestras vidas: no importa cuán magníficos edificios espirituales nosotros, la humanidad, creemos, una estúpida contingencia natural como un virus o un asteroide puede acabar con todo. Sin mencionar la lección de la ecología que es que nosotros, la humanidad, también podemos contribuir sin saberlo a este fin.


Pero esta aceptación puede tomar dos direcciones. Puede significar sólo la renormalización de la enfermedad: Bien, la gente morirá, pero la vida continuará, tal vez incluso habrá algunos buenos efectos secundarios. O la aceptación puede (y debe) impulsarnos a movilizarnos sin pánico ni ilusiones, a actuar en solidaridad colectiva.




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