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La aceleración perpetua nos hace infelices


"Cuanto más rápido vivimos, menos tiempo tenemos" Hartmunt Rosa


Fuente: El Confidencial - Por Héctor G. Barnés - 2012

Los madrileños caminan tres veces más rápido que los habitantes de Blantyre (Malaui), pero no tanto como los habitantes de Copenhague, la capital danesa, que son aún más rápidos. Mientras en la capital española se tardan casi once segundos en recorrer dieciocho metros, los habitantes de Malaui tardan treinta y un segundos en recorrer el mismo espacio, y los daneses, por su parte, apenas diez. Se trata de un curioso estudio realizado por investigadores del Consejo Británico que, básicamente, confirma algo que sospechábamos: cuanto más urbana, moderna, avanzada y tecnológica es nuestra sociedad, más abocados estamos a vivir rápidamente.


Cristóbal Colón tardó en cruzar el Atlántico más de cinco semanas, cuando hoy lo podemos hacer en apenas doce horas; una carta podía tardar años en llegar de un extremo a otro de Europa en la Antigüedad, mientras que ahora, gracias al correo electrónico, la comunicación es inmediata; y un copista podía reproducir como máximo tres o cuatro libros al año, cuando hoy en día los ebooks nos garantizan una reproducción automática e instantánea. Y sin embargo, a pesar de todo el tiempo que ahorramos, nos encontramos cada vez más estresados.



A toda velocidad hacia la insatisfacción


El teórico francés Paul Virilio escribió que “hacemos las cosas más rápido porque la velocidad nos divierte, llama nuestra atención. Produce excitación y nos saca del aburrimiento. Nada es aburrido si es lo suficientemente rápido. La velocidad es una nueva forma de éxtasis, la amamos hasta que nos asusta porque produce una descarga de adrenalina, una intensificación de la existencia”. La velocidad ha sido clave en la formación de la sociedad moderna en la que nos hemos criado. Sin embargo, parece ser que esta velocidad ya no nos lleva al éxtasis, sino a la insatisfacción de no poder satisfacer nuestras expectativas: multiplicamos nuestras experiencias, aun a costa de no disfrutarlas plenamente. Como dice el profesor de la Universidad de Jena Hartmut Rosa, “no tenemos tiempo, a pesar de que lo ganamos en abundancia (a través de la aceleración social)”.


Nuestro mundo es como la rueda del hámster, que avanza sin llevarnos a ningún sitio "El problema no es que no podamos saltar fuera de la rueda del hámster, sino que es imposible volver a entrar si lo hacemos. Y no podemos reducir el ritmo mientras estamos a bordo", señala el profesor Hartmut Rosa en declaraciones para El Confidencial. Rosa es uno de los sociólogos más importantes de Alemania, autor de algunos de los ensayos clave sobre la modernidad y el mundo contemporáneo de los últimos años, y editor de la revista científica Time & Society. "Es una consecuencia natural del juego de la aceleración que nos mantiene en un movimiento incesante. Tenemos que pagar el precio por nuestros defectos, y la creciente masa de todos aquellos que han salido de la turbina por el desempleo nos recuerda cuán alto el precio puede ser", señalaba en su artículo From the Pleasures of the Motorcycle to the Bleakness of the Treadmill: The Dual Face of Social Acceleration.   

La enfermedad incurable

Seguidor de teóricos de la Escuela de Frankfurt como Theodor Adorno, Jürgen Habermas o Herbert Marcuse, Rosa ha propuesto en diversas ocasiones la metáfora de la rueda del hámster para caracterizar nuestro mundo, marcado por la velocidad, la imposibilidad de relajarse y, ante todo, la sensación de frustración. Frente a esta rueda que gira sin avanzar, Rosa antepone la idea de la motocicleta como el ideal de la modernidad pasada y que, aunque se basaba en la velocidad, sí tenía como objetivo llevarnos a otro lugar. Su último trabajo, Alienación y aceleración, aborda precisamente el problema crucial del crecimiento continuo e imparable de la sociedad.

Necesitamos una nueva concepción de lo que significa vivir bien "Podemos abandonar la turbina, pero a un alto precio: quedamos excluidos del juego, corremos el peligro de perder nuestra estima social, reconocimiento, recursos y contactos, etc. Es altamente improbable que podamos volver. Este juego de la velocidad es conducido por la ansiedad y el miedo, no por la avaricia", prosigue Rosa en su explicación. "Si sólo se tratarse de eso, podríamos remediarlo. Pero la gente siente que tiene que correr cada vez más rápido simplemente para permanecer en el mismo sitio. La aceleración es un problema estructural, y por lo tanto, no podemos solucionarlo individualmente. Es como una enfermedad incurable: puedes desarrollar estrategias para sobrellevarlo, aprender a vivir con ello como como con la diabetes o el Parkinson, pero no puedes superarlo. Aunque seguramente cosas como la meditación ayudan hasta cierto punto".


El crecimiento perpetuo


Así pues, si estamos inmersos en un sistema que exige de nosotros estar en constante movimiento, ¿qué podemos hacer, si somos meras piezas del engranaje? "Creo que colectivamente sí que hay cosas que podamos hacer. El problema no son el crecimiento o la aceleración de por sí: si hay escasez, el crecimiento es bueno, y si existe un problema, la innovación es necesaria. El problema con las sociedades modernas, capitalistas, es que tienen que crecer, acelerar e innovar no para alcanzar una meta o resolver una crisis, sino simplemente para reproducir su estructura, para mantener el statu quo. Lo puedes ver en España (o en cualquier otro país) hoy en día: si la economía no crece, no se acelera, luego hay crisis y depresión. Así, necesitamos una sociedad que pueda estabilizarse a sí misma sin tener que buscar necesariamente la aceleración y el crecimiento perpetuos".


El gran error de nuestra era es la firme creencia de que el crecimiento, la aceleración y la innovación hacen la vida mejor.


Para ello, Rosa propone tres estrategias esenciales que debemos afrontar como colectividad para poder alcanzar ese mundo desacelerado en el que seríamos más felices. "En primer lugar, una reforma económica para una sociedad capitalista como la que conocemos que necesita obligatoriamente crecer. En segundo lugar, una reforma del Estado de bienestar: la lógica de la distribución y redistribución de nuestra sociedad depende del crecimiento. Un primer paso para resolver ese problema podría ser la introducción de un ingreso mínimo para todos. No es socialismo, y tiene sentido económicamente hablando", se atreve a proponer, adhiriéndose a las ideas del filósofo francés André Gorz.



Reconectando con el mundo


"En tercer y último lugar, necesitamos una nueva concepción de qué es vivir bien, una visión más cultural. Sólo podemos llevar esto a cabo de forma colectiva. Creo que el gran error de nuestra era es la firme creencia de que el crecimiento, la aceleración y la innovación hacen la vida mejor", afirma Rosa. "En muchos sentidos, nos hacen cada vez más miserables. Así que pensemos en ello de otra forma: creo que podemos determinar el punto en el que el crecimiento perpetuo conlleva a la alienación, de la gente, de los lugares, de las cosa, de nuestras actividades, de nuestros cuerpos, etc. El opuesto a esta alienación es, creo yo, la 'resonancia'".


¿De verdad nuestra sociedad tiene tiempo para la belleza?


Rosa propone su fórmula para llevar a ese estado de "resonancia". "Somos felices cuando sentimos que el mundo resuena con nosotros: cuando responde y vibra a nuestro contacto. Tenemos este tipo de experiencias cuando interactuamos con los demás, pero también gracias al arte, la música, la naturaleza, el océano o las montañas, y para mucha gente, también gracias a la religión", indica. "Pero en cada caso, la resonancia sólo puede desarrollarse cuando gozamos del tiempo necesario para que cada uno pueda hacer suyos los lugares, los libros, la gente. Así, al final, podemos re-conquistar el mundo, y obtendremos una vida mejor para todos. Esa es, al menos, mi visión".


Se trata de una concepción no tan lejana de aquella del trascendentalismo americano de autores como el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, que escribió estos célebres versos: "de pie sobre la tierra desnuda, bañada mi frente por el aire leve y erguido hacia el espacio infinito, todo mezquino egoísmo se diluye. Me convierto en un ojo transparente; nada soy: veo todo. En el paisaje tranquilo y, especialmente, en la lejana línea del horizonte, el hombre contempla algo tan hermoso como su propia naturaleza". Pero, ¿tenemos tiempo para ello?



 

El investigador Richard Wiseman, profesor de psicología de la Universidad de Hertfordshire (Reino Unido), estudió “el ritmo de la vida” en 32 ciudades.

  • Singapore (Singapore): 10.55 segundos/60 pies.

  • Copenhagen (Dinamarca): 10.82

  • Madrid (España): 10.89

  • Guangzhou (China): 10.94

  • Dublín (Irlanda): 11.03

  • Curitiba (Brasil): 11.13

  • Berlín (Alemania): 11.16

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