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La psicología de la negación del cambio climático: una visión existencialista



No es casual que haya tanta resistencia. Aceptar el cambio climático no sólo nos hace enfrentar el temor primordial del ser humano, la muerte, sino que nos hace reconocer la equivocación de nuestra pretensión antropocentrista de estar por encima del mundo natural y nos obliga a reconocernos sujetos a fuerzas que pueden no estar bajo nuestro control. Tres temas muy dificiles para el animal humano: muerte, pertenencia al mundo natural, incertidumbre.


Por Carolina Flynn


El psicólogo existencialista canadiense, Ernest Becker, señalaba que el carácter, la identidad o el ego de los seres humanos, no es más que una ficción, una pantalla que nos creamos para poder afrontar lo indefensos que nos sentimos frente a las poderosas fuerzas de la naturaleza.


La vida es un juego que sabemos que termina mal, no tenemos chances, hagamos lo que hagamos, seamos quienes seamos: todos nos vamos a morir. Esa es la ansiedad básica que tenemos que esconder para tener posibilidades de funcionar y no estar paralizados por el terror. Por esto mismo desacralizamos la naturaleza, la ponemos en un plano de igualdad y hasta pensamos que la podemos dominar. Estas defensas que nos construimos nos permiten ir por el mundo, nos permiten operar “olvidándonos” de todo lo que no controlamos y que nos puede suceder, y de lo que certeramente nos va a suceder no sabemos cuando.


Estos mismos escudos que necesitamos para movernos con confianza y amor propio se vuelven nuestra propia trampa, y al cabo del tiempo, como muchos prisioneros, nos acostumbamos a nuestras vidas limitadas. Trascender lo que somos, "autorealizarnos" diría Maslow, es romper esas capas y "aceptar" la muerte, aceptar nuestra condición de naturaleza. Dice Becker que, una vez aceptada, la dificultad sólo recién empieza: ¿por qué? Porque por primera vez nos vamos a encontrar sujetos a la terrorífica paradoja de la condición humana: nacimos humanos - no dioses- y ahora, recién ahora, somos conscientes de eso. Sabemos de nuestras debilidades, de que estamos al arbitrio de cualquier contingencia, no sólo nosotros sino todos los seres que amamos, sabemos que no tenemos control, que no tenemos poder, que hagamos lo que hagamos vamos a morir.

Y pararse ante el terror de nuestra condición implica angustia y ansiedad. Plena humanidad significa miedo y temblor. Cuando uno mira las cosas que pasan a diario en el mundo, los accidentes inútiles, la completa fragilidad de la vida, la impotencia no sólo del individuo común sino de los más poderosos, ¿qué confort podemos tener? ¿Qué haría el individuo promedio con la completa consciencia de su absurdidad? Armó su ego para, justamente, poner entre él y lo hechos algo que le permita ignorarlos, fantasear con su lugar en el mundo, dejar de lado los sucesos que le indican lo contrario.


Entonces con el cambio climático nos sucede lo mismo pero a nivel social. Nos hace enfrentar con la muerte, no ya individual, sino con la muerte de la humanidad entera, de la especie. Nos hace ser conscientes que nuestras propias acciones pueden habernos puestos a nosotros, a nuestros hijos, a nuestros nietos, a los animales, a las plantas, a los insectos en una situación terrible, difícil de asir mentalmente. Somos culpables de la destrucción, de la posible muerte y sufrimiento de muchos, no es fácil de digerir.


De alguna manera, el mismo proceso que hicimos cada uno de nosotros como individuos: construyendo nuestras defensas -nuestro ego-, pretendiéndonos mini dioses, mini centros gravitacionales donde todo gira en torno a nosotros, para así sentirnos poderosos y capaces de dominar y vivir la vida, ese mismo proceso lo vamos atravesando como humanidad:


Pensémonos cubiertos con unos cueros y con una lanza como única herramienta, enfrentándonos a algún animal salvaje, mucho más grande, mucho más fuerte, necesitando comer o defendernos. ¿Cómo no íbamos a tener que recurrir a todas nuestras fantasías para convencernos de nuestro poder y tener las agallas para enfrentarlo?.


Creamos entonces la magia, la palabra y el hechizo que nos permitíría experimentar algún tipo de seguridad. Dibujábamos en las cuevas las escenas de caza que repetiríamos luego en la realidad y en las que encontrábamos la valentía de salir al cara a cara con animales cientos de veces más grandes y más fuerte que nosotros.


Cuando la magia no nos alcanzó, creamos a los dioses para que nos protejan. Solos no podiamos, pero ahora sí, eramos hijos de dios, y con él de nuestro lado lo podíamos todo.


Y cuando dios se nos cayó, nos paramos sobre los pies de la ciencia y la técnica y ahora ¡los dioses éramos nosotros! Lo podíamos todo, el mundo estaba a nuestros pies para ser conquistado y utilizado. No teníamos límites.


Y el cambio climático ES el límite. Y es el límite que no sólo nos enfrenta a la muerte, sino que nos destrona de nuestro antropocentrismo que pretendía haber conquistado la naturaleza. No sólo no somos mini dioses, sino que hay que aceptar que pudimos haber echado a perder el planeta!. Que lo que pensábamos que dominábamos con nuestras fórmulas, experimentos y herramientas tiene una lógica propia que tenemos que aceptar y respetar, y esa lógica no tiene piedad ni preferencias con nuestra especie. Nos exige humildad. No somos especiales. No hay plan divino salvador. Entonces aceptar el cambio climático es además de aceptar la posibilidad real de la muerte, aceptar la impotencia humana, nuestra pertenencia al mundo natural, nuestra falta de control sobre una naturaleza cuyos motivos nos escapan, que puede perfectamente arreglárselas sin nosotros. Es aceptar que somos ya, una fuerza geológica, y hoy en día destructiva.


Hasta si se quiere es entendible la fuerza que ponemos como sociedad para tapar el tema, para negarlo, para hablar de trivialiades cuando lo que se está jugando a nivel planetario, a nivel especie es de vida o muerte. Es la misma estructura que nos construimos nosotros mismos a nivel individual para vivir como si nunca fuéramos a morir, es la resistencia a salir de la confortable ignorancia, porque SABER tiene una penalidad: el terror y la ansiedad. Y no todos los seres humanos están en condiciones de hacer frente a esta realidad.


Como dice Becker "Que podría hacer el ser humano promedio con la conciencia completa de la absurdidad de la vida? Se organizó su caracter para el preciso propósito de interponerlo entre él y los hechos de la realidad; es su gran logro que le permite ignorar las incongruencias, nutrirse en imposibles, prosperar en la ceguera. Alcanza así una peculiar victoria: la habilidad de ser presumido en el terror."


El cambio climático, si, nos pone de rodillas. Pero de todos modos estábamos parados sobre pies de barro. Pueda ser que nos levantemos, más fuertes, más sabios, más amorosos para, siendo parte de la fuerza vital, construir algo más verdadero.


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