David Graeber: Sobre burocracia, trabajos de mierda y obsesión por el control
- Homo consciens
- 15 dic 2023
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Fuente: The Guardian - Por Stuart Jeffries - 21 de marzo de 2015
El autor anarquista, acuƱador de la frase "Somos el 99%" y fallecido en 2020, hablaba en 2015 sobre los "trabajos de mierda", nuestras vidas regidas por la burocracia, la obsesión por las tecnologĆas de control y pacificación del ser humano, la falta de adelantos que cambien nuestras vidas realmente y la importancia del juego.
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Hace unos años, la madre de David Graeber sufrió una serie de derrames cerebrales. Los asistentes sociales le aconsejaron que, para pagar los cuidados a domicilio que necesitaba, solicitara Medicaid, el programa de seguro médico del gobierno estadounidense para personas con bajos ingresos. Asà lo hizo, pero se vio inmerso en una vorÔgine de formularios y humillaciones que resulta familiar a cualquiera que se haya visto envuelto en trÔmites burocrÔticos.
En un momento dado, la solicitud se retrasó porque alguien del Departamento de VehĆculos Motorizados habĆa puesto su nombre de pila como "Daid"; en otro, porque alguien de Verizon habĆa escrito su apellido como "Grueber". Graeber empeoró las cosas imprimiendo su nombre en la lĆnea claramente marcada como "firma" en uno de los formularios. Empapado en Kafka, Catch-22Ā y El rey pĆ”lido, de David Foster Wallace, Graeber era consciente de todas las ironĆas infernales de la situación, pero eso no hacĆa que fuera mĆ”s fĆ”cil de soportar. "Pasamos mucho tiempo rellenando formularios", dice. "El estadounidense medio pasa seis meses de su vida esperando a que cambien los semĆ”foros. Si es asĆ, ĀæcuĆ”ntos aƱos de nuestra vida pasamos haciendo papeleo?".
El asunto se volvió académico, porque la madre de Graeber murió antes de conseguir Medicaid. Pero el calvario de rellenar formularios se le quedó grabado. "Habiendo pasado gran parte de mi vida llevando una existencia bastante bohemia,
comparativamente aislado de este tipo de cosas, me encontrĆ© preguntĆ”ndome: Āæes esto lo que la vida ordinaria, para la mayorĆa de la gente, es en realidad?", escribe el profesor de antropologĆa de 53 aƱos en su nuevo libro La utopĆa de las reglas: Sobre la tecnologĆa, la estupidez y las alegrĆas secretas de la burocracia. "ĀæIr por ahĆ sintiĆ©ndose idiota todo el dĆa? ĀæEstar en una situación en la que uno acaba actuando como un idiota?
"Me gusta pensar que soy una persona inteligente. La mayorĆa de la gente parece estar de acuerdo con eso", dice Graeber, en un restaurante cercano a su oficina de la London School of Economics. "Estaba emocionalmente perturbado, pero estaba haciendo cosas que eran realmente tontas. ĀæCómo no me di cuenta de que la firma estaba en la lĆnea equivocada? Hay algo en estar en esa situación burocrĆ”tica que te anima a comportarte tontamente".
Pero el libro de Graeber no sólo presenta la idiotez humana en su forma burocrĆ”tica. Su principal propósito es liberarnos de una idea equivocada de la derecha sobre la burocracia. Desde que Ronald Reagan dijo: "Las palabras mĆ”s aterradoras de la lengua inglesa son: Soy del gobierno y estoy aquĆ para ayudar", ha sido un lugar comĆŗn asumir que burocracia significa gobierno. Graeber sostiene que es un error. "Si vas a la tienda de Mac y alguien te dice: 'Lo siento, es obvio que lo que hay que hacer aquĆ es que necesitas una pantalla nueva, pero vas a tener que esperar una semana para hablar con el experto', no dices 'Oh, malditos burócratas', aunque eso es lo que es: el clĆ”sico procedimiento burocrĆ”tico. Nos han hecho creer que burocracia significa funcionarios. Se supone que el capitalismo no crea puestos sin sentido. Lo Ćŗltimo que va a hacer una empresa con Ć”nimo de lucro es desembolsar dinero para contratar a trabajadores que realmente no necesita. Aun asĆ, de alguna manera, ocurre".
El argumento de Graeber es similar al que expuso en un artĆculo de 2013 titulado "Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda", en el que argumentaba que, en 1930, el economista John Maynard KeynesĀ predijo que a finales de siglo la tecnologĆa habrĆa avanzado lo suficiente como para que en paĆses como Reino Unido y Estados Unidos tuviĆ©ramos semanas de 15 horas. "En tĆ©rminos tecnológicos, somos bastante capaces de ello. Y sin embargo no ha ocurrido. En lugar de eso, la tecnologĆa se ha utilizado, si acaso, para encontrar formas de hacernos trabajar mĆ”s. Enormes franjas de personas, en Europa y NorteamĆ©rica en particular, pasan toda su vida laboral realizando tareas que consideran innecesarias. El daƱo moral y espiritual que se deriva de esta situación es profundo. Es una cicatriz en nuestra alma colectiva. Sin embargo, prĆ”cticamente nadie habla de ello".
ĀæQuĆ© trabajos son una mierda? "Un mundo sin profesores ni estibadores no tardarĆa en tener problemas. Pero no estĆ” del todo claro cómo sufrirĆa la humanidad si desaparecieran todos los directores ejecutivos de empresas de capital riesgo, lobistas, investigadores de relaciones pĆŗblicas, actuarios, teleoperadores, agentes judiciales o asesores jurĆdicos". Admite que algunos podrĆan argumentar que su propio trabajo carece de sentido. "No puede haber una medida objetiva del valor social", afirma con tranquilidad.
En La utopĆa de las reglas, Graeber va mĆ”s allĆ” en su anĆ”lisis de lo que salió mal. Se suponĆa que el avance tecnológico nos llevarĆa a teletransportarnos a nuevos planetas, Āæno es asĆ? Enumera algunas de las otras maravillas tecnológicas previstas que le decepcionan que no existan: coches voladores, animación suspendida, drogas para la inmortalidad, androides, colonias en Marte. "Hablando como alguien que tenĆa ocho aƱos en el momento del alunizaje del Apolo, tengo claros recuerdos de calcular que tendrĆa 39 aƱos en el mĆ”gico aƱo 2000 y preguntarme cómo serĆa el mundo que me rodeaba. ĀæDe verdad esperaba vivir en un mundo tan maravilloso? Por supuesto que sĆ. ĀæAhora me siento engaƱado? Por supuesto".
Pero, ĀæquĆ© ocurrió entre el alunizaje del Apolo y ahora? La teorĆa de Graeber es que a finales de los sesenta y principios de los setenta creció el miedo a una sociedad de proletarios hippies con demasiado tiempo libre. "La clase dominante temĆa que los robots sustituyeran a todos los trabajadores. HabĆa un sentimiento general de que 'Dios mĆo, si ahora es malo con los hippies, imagĆnate lo que serĆ” si toda la clase trabajadora se queda sin empleo'. Nunca se sabe hasta quĆ© punto era consciente, pero se tomaban decisiones sobre las prioridades de investigación". Consideremos, sugiere, la medicina y las ciencias de la salud desde finales de los aƱos sesenta. "ĀæEl cĆ”ncer? No, eso sigue igual". En cambio, los avances mĆ”s espectaculares se han producido con fĆ”rmacos como Ritalin, Zoloft y Prozac - todos los cuales, escribe Graeber, estĆ”n "hechos a medida, se podrĆa decir, para que estas nuevas exigencias profesionales no nos vuelvan completamente, disfuncionalmente, locos".
Su argumento de los empleos de mierda podrĆa tomarse como un contragolpe al argumento de la distopĆa hipercapitalista en la que los robots toman el poder y los humanos se ven abocados a una eternidad de jugar al Minecraft. Resumiendo las predicciones de la reciente literatura futurológica, John Lanchester ha escrito: "EstĆ” el capital, que va mejor que nunca; los robots, que hacen todo el trabajo; y la gran masa de la humanidad, que no hace gran cosa pero se divierte jugando con sus dispositivos". Lanchester llamó la atención sobre una tabla clasificatoria elaborada por dos economistas de Oxford de 702 trabajos que podrĆan ser mejor realizados por robots: en el nĆŗmero uno (el mĆ”s seguro) estaban los terapeutas recreativos; en el 702 (el menos seguro), los teleoperadores. Graeber se alegra de saber que los antropólogos ocupan el puesto 39, asĆ que no hace falta que empiece a pulir su currĆculum: estĆ”n mucho mĆ”s seguros que los escritores (123) y los editores (140).
Graeber cree que desde la dĆ©cada de 1970 se ha pasado de tecnologĆas basadas en la realización de futuros alternativos a tecnologĆas de inversión que favorecĆan la disciplina laboral y el control social. De ahĆ Internet. "El control es tan omnipresente que no lo vemos". Tampoco vemos cómo la amenaza de la violencia apuntala la sociedad, afirma. "La rareza con la que aparecen los golpes sólo contribuye a que la violencia sea mĆ”s difĆcil de ver", escribe.
En 2011, en el parque Zuccotti de Nueva York, se implicó en Occupy Wall Street, que describe como un "experimento de sociedad posburocrĆ”tica". Fue el responsable del lema "Somos el 99%". "QuerĆamos demostrar que podĆamos hacer todos los servicios que hacen los proveedores de servicios sociales sin una burocracia interminable". De hecho, en un momento dado, en el Parque Zuccotti habĆa una bolsa de basura de plĆ”stico gigante que contenĆa 800.000 dólares. La gente seguĆa dĆ”ndonos dinero, pero no Ćbamos a depositarlo en el banco. Tienes todas estas reglas y regulaciones. Y Occupy Wall Street no puede tener una cuenta bancaria. Siempre digo que el principio de la acción directa es la insistencia desafiante en actuar como si uno ya fuera libre".
Cita con aprobación al colectivo anarquista Crimethinc: "Ponerte constantemente en situaciones nuevas es la única manera de asegurarte de que tomas tus decisiones libre de la naturaleza del hÔbito, la ley, la costumbre o el prejuicio, y depende de ti crear las situaciones". El mundo académico fue un refugio para los bichos raros, una de las razones por las que se dedicó a ello. "Era un lugar de refugio. Ahora ya no. Ahora, si no puedes actuar como un ejecutivo profesional, puedes despedirte de la idea de una carrera académica".
ĀæPor quĆ© es tan terrible? "Significa que estamos cogiendo a un gran porcentaje del mayor talento creativo de nuestra sociedad y mandĆ”ndoles al infierno... Los excĆ©ntricos han sido expulsados de todas las instituciones". Bueno, quizĆ” no de todas. "Soy una persona poco convencional. Soy uno de esos tipos a los que no se permitirĆa entrar en la academia hoy en dĆa". De hecho, afirma haber sido vetado por la academia estadounidense y haber encontrado refugio en Gran BretaƱa. En 2005, se tomó un aƱo sabĆ”tico en Yale, "realicĆ© muchas acciones directas y estuve en los medios de comunicación". A su regreso fue desairado por sus colegas y no le renovaron el contrato. ĀæPor quĆ©? En parte, cree, porque sus actividades contraculturales eran una vergüenza para Yale.
Nacido en 1961 de padres judĆos de clase trabajadora en Nueva York, Graeber tenĆa una herencia radical. Su padre, Kenneth, era un stripper que luchó en la guerra civil espaƱola, y su madre, Ruth, era una trabajadora de la confección que interpretó el papel principal en Pins and Needles, una revista musical de los aƱos treinta organizada por el Sindicato Internacional de Trabajadoras de la Confección.
Su hijo se declaraba anarquista a los 16 aƱos, pero no se implicó en polĆtica hasta 1999, cuando participó en las protestas contra la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seattle. MĆ”s tarde, mientras enseƱaba en Yale, se unió a los activistas, artistas y bromistas de la Red de Acción Directa de Nueva York. ĀæHabrĆa llegado mĆ”s lejos en Yale si no hubiera sido anarquista? "Tal vez. Supongo que tenĆa dos puntos en contra. Uno, parecĆa que disfrutaba demasiado con mi trabajo. AdemĆ”s, soy de la clase equivocada: Vengo de la clase obrera". La pĆ©rdida de Estados Unidos es la ganancia del Reino Unido: Graeber se convirtió en lector de antropologĆa en Goldsmiths, Universidad de Londres, en 2008 y en profesor en la LSE hace dos aƱos.
Entre sus publicaciones figuran Fragments of an Anarchist Anthropology (2004), en el que expone su visión de cómo podrĆa organizarse la sociedad sobre lĆneas menos alienantes, y Direct Action: An Ethnography (2009), un estudio sobre el movimiento global por la justicia. En 2013, escribió su libro mĆ”s popularmente polĆtico hasta la fecha, The Democracy Project. "QuerĆa que se llamara 'Como si ya fuĆ©ramos libres'", me cuenta. "Y los editores se rieron de mĆ: Ā”un subjuntivo en el tĆtulo!". Pero fue Deuda: los primeros 5.000 aƱos, publicado en 2011, el que le hizo famoso y ha suscitado elogios de personalidades como Thomas PikettyĀ y Russell Brand. La periodista del Financial Times y tambiĆ©n antropóloga Gillian Tett afirmó que el libro "no solo invitaba a la reflexión, sino que era sumamente oportuno", entre otras cosas, sin duda, porque en Ć©l Graeber pedĆa un "jubileo" al estilo bĆblico, es decir, la eliminación de las deudas soberanas y de consumo.
Al final de La utopĆa de las reglas, Graeber distingue entre el juego y la diversión: el primero implica ācreatividad libreā, el segundo exige a los participantes que se atengan a unas reglas. Aunque el segundo es placentero (por citar el subtĆtulo del libro, es una de las alegrĆas secretas de la burocracia), es el primero el que le entusiasma como antĆdoto contra nuestra āsociedad llena de formularios āy cintas rojas.
Justo antes de terminar su cena, Graeber me cuenta la nueva idea que estĆ” barajando. Se trata del principio del juego en la naturaleza". Normalmente, argumenta, proyectamos agencia a la naturaleza en la medida en que existe algĆŗn tipo de interĆ©s económico. De ahĆ, por ejemplo, El gen egoĆstaĀ de Richard Dawkins. Empiezo a entender mejor la idea: se trata de una teorĆa anarquista de la organización que parte de los insectos y los animales para llegar a los seres humanos. Graeber sugiere que, en lugar de ser zĆ”nganos económicos que siguen las reglas del capitalismo, somos esencialmente juguetones. El nivel mĆ”s bĆ”sico del ser es el juego en lugar de la economĆa, la diversión en lugar de las reglas, hacer el tonto en lugar de rellenar formularios. El propio Graeber parece divertirse mĆ”s de lo que parece propio de un profesor respetado.
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