En la semana de la Cumbre de Acción Climática en Nueva York no podemos dejar de preguntarnos si esta vez, lo que se hable en los foros internacionales será trasladado a la acción por los países. La historia reciente no da mucho lugar a la esperanza, pero el empuje de los movimientos sociales surgidos recientemente pueden generar un cambio, pero sin revisar el paradigma del crecimiento ilimitadoy el consumo desenfrendao va a ser difícil reducir las emisiones de CO2.
Por Carolina Flynn
En su libro On Fire: The Burning Case for a Green New Deal , Naomi Klein dice: "Han pasado más de tres décadas desde que los gobiernos y los científicos comenzaron a reunirse oficialmente para discutir la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar los peligros de la degradación del clima. En los años transcurridos, hemos escuchado innumerables llamamientos a la acción que involucran a "los hijos", "los nietos" y "las generaciones venideras". Sin embargo, las emisiones mundiales de CO2 han aumentado en más de un 40% y siguen aumentando. El planeta se ha calentado alrededor de 1ºC desde que empezamos a quemar carbón a escala industrial y las temperaturas medias están a punto de aumentar hasta cuatro veces esa cantidad antes de que termine el siglo; la última vez que hubo tanto CO2 en la atmósfera, los humanos no existían".
Y este es el gráfico que da cuenta del párrafo anterior, de la notable diferencia entre los dichos y los hechos, no sólo los gases de efeco invernadero no fueron reducidos, sino que bajo el paraguas de las cumbres internacionales la situación del planeta no hizo sino empeorar año a año.
Y quizás el problema sea que la disminución de las emisiones de CO2 no pueda hacerse sobre la base del paradigma actual que nos gobierna ideológicamente y sobre el cual estamos atados psicológicamente: la idea del progreso ilimitado, que "estar mejor" es "tener más", acumular más, ganar más. "Crecer". Crecer económicamente. No importa a que precio ambiental, social y humano. Si para "crecer" hay que destruir la selva, demoler montañas, maltratar animales, alienar a sociedades enteras, crear adictos para vender más medicamentos, utilizar el diseño persuasivo para que estemos cada vez más pendientes de las redes sociales y del celular, trabajar horas y horas en actividades que no permiten ningún desarrollo personal, se hace. Y ese es el triunfo. Y la medida de ese trofeo pírrico, lo que que demostrará cuan bien lo hicimos, cuánto mejor estamos, el indicador por excelencia de este paradigma es el PBI. Que no significa otra cosa que hay más plata en algún lugar de las fronteras nacionales.
Ese es y fue el cometido de todos los gobiernos desde que salimos la Edad Media, época en la cual el sentido estaba más puesto en una recompensa en la vida eterna que en un paraíso terrenal.
El problema es que, con la aceleración que nos permitió el uso de los combustibles fósiles, más específicamente el petróleo, estamos convirtiendo al paraíso terrenal en un infierno.
Más allá de las cuestiones filósoficas que podrían analizarse sobre la cuestión del sentido de la vida humana, y cuan alejado está del concepto del crecimiento económico, el sin sentido de la persecución del crecimiento económico a toda costa es más notable en los últimas décadas, cuando distintas versiones de un neoliberalismo desatado, palpables en una creciente desregulación financiera y de la información, han provocado una notable desigualdad del ingreso intra nacionales y entre los países.
El tema de fondo es quien se queda con la plata reflejada en el PBI, quien se queda con el "crecimiento", para qué y quienes estamos trabajando y arruinando el planeta. En realidad las estadísticas demuestran que gran parte del crecimiento del PBI es capturado por una muy pequeña minoría, con lo cual estamos pagando un alto precio ambiental, social y humano para que unos pocos se queden con mucho, que en última instancia no va a tener demasiado valor si nos quedamos sin lugar de sustento.
En un informe del año 2018, Oxfam da cuenta que " El 1% más rico de la población mundial acaparó el 82% de la riqueza generada el año pasado, mientras que la mitad más pobre no se benefició en absoluto." En relación a América Latina Oxfam tiene estos cálculos:
En esta región el 10% más rico de la población concentra el 68% de la riqueza total, mientras el 50% más pobre solo accede al 3.5% de la riqueza total.
La riqueza de los milmillonarios latinoamericanos creció en 155 mil millones de dólares el último año, dicha cantidad de riqueza sería suficiente para acabar casi 2 veces con toda la pobreza monetaria por un año en la región.
En América Latina y el Caribe, el 16% de los trabajadores asalariados y el 28% de los trabajadores por cuenta propia se encuentran en situación de pobreza.
No se trata de una cuestión sólo de desigualdad de riqueza, sino que en frenesí acumulativo no deja sin planeta a todos.
El dinero es una creación simbólica, existe en las mentes de los ciudadanos, no tiene otro valor que el compartido. Pero en nuestra locura antropocentrista lo hemos colocado por encima de la realidad física, la del medioambiente y la del ser humano. Y por esa ficción estamos arriesgando la supervivencia de la civilización humana. Y no nos engañemos los beneficiarios del sistema hacen todo lo que pueden para impedir que se implemente una política que ataque la raíz del cambio climático.
Disminuir las emisiones de CO2 implicará, nos guste o no, cuestionar este paradigma, , abandonar la superviviencia del más apto trasladada a la economía como la voluntad del mercado, y abrazar la cooperación y la empatía, y, en el camino descubrir otro sentido vital.
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