Una sociedad basada en la ecología natural puede parecer una utopía lejana, pero las comunidades de todo el mundo ya la están creando.
POR JEREMY LENT - 16 DE FEBRERO DE 2021
A medida que una nueva administración más sensata se instala en Washington, D.C., hay muchas iniciativas políticas que este país necesita desesperadamente. Más allá de un plan nacional para la pandemia del COVID-19, los progresistas se esforzarán por centrar la atención de la administración en retos como arreglar el maltrecho sistema sanitario, luchar contra las desigualdades raciales sistémicas y una transición justa de los combustibles fósiles a las energías renovables.
Todas estas cuestiones son de vital importancia. Pero aquí está el problema: incluso si la administración demócrata tuviera un éxito rotundo en todos los frentes, sus iniciativas seguirían siendo totalmente insuficientes para resolver la amenaza existencial del colapso climático y la devastación de los sistemas de apoyo a la vida de nuestro planeta. Eso es porque los múltiples problemas a los que nos enfrentamos ahora mismo son síntomas de un problema aún más profundo: la estructura subyacente de un sistema económico y político global que está llevando a la civilización hacia un precipicio.
Si nos tomamos un momento para mirar más allá de las crisis cotidianas que acaparan nuestra atención, nos daremos cuenta rápidamente de que la magnitud de la catástrofe que se avecina hace que nuestras luchas políticas actuales, en comparación, parezcan una discusión sobre cómo apilar las sillas en la cubierta del Titanic.
La emergencia climática a la que nos enfrentamos es mucho peor de lo que la mayoría de la gente cree. Si bien es cierto que la adhesión de Estados Unidos al Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático fue un paso esencial, los compromisos colectivos sobre las emisiones de gases de efecto invernadero de ese acuerdo son lamentablemente insuficientes. Llevarían a un peligroso aumento de la temperatura de más de 2 grados centígrados este siglo, y muchas naciones no están logrando ni siquiera estos objetivos. Nos estamos acercando rápidamente -si es que no lo hemos superado ya- a puntos de inflexión climáticos con bucles de retroalimentación que se refuerzan y que llevarían a un mundo irreconocible y aterrador.
Incluso si la crisis climática se controlara de algún modo, nuestro actual monstruo económico orientado al crecimiento nos enfrentará a una serie de nuevas amenazas existenciales en las próximas décadas. Mientras las políticas gubernamentales hagan hincapié en el crecimiento del producto interior bruto y las empresas transnacionales persigan implacablemente la rentabilidad de los accionistas, seguiremos acelerando hacia la catástrofe mundial.
Estamos diezmando rápidamente los bosques de la Tierra, los animales, los insectos, los peces, el agua dulce e incluso la capa superior del suelo que necesitamos para cultivar. Ya hemos transgredido cuatro de los nueve límites planetarios que definen el espacio operativo seguro de la humanidad y, sin embargo, se espera que el PIB mundial se triplique para 2060, con consecuencias potencialmente calamitosas. En 2017, más de 15.000 científicos de 184 países lanzaron una ominosa advertencia a la humanidad de que el tiempo se está acabando: "Pronto será demasiado tarde", escribieron, "para cambiar el rumbo de nuestra fallida trayectoria". (Nota: En 2019, 11.000 científicos hicieron otra advertencia)
Tenemos que forjar una nueva era para la humanidad, una que se defina, en su nivel más profundo, por una transformación en la forma en que damos sentido al mundo, y una revolución concomitante en nuestros valores, objetivos y comportamiento colectivo. En resumen, tenemos que cambiar la base de nuestra civilización global. Debemos pasar de una civilización basada en la acumulación de riqueza a otra que afirme la vida: una civilización ecológica.
Una civilización que afirma la vida
Sin la interrupción del ser humano, los ecosistemas pueden prosperar en rica abundancia durante millones de años, permaneciendo resistentes ante la adversidad. Está claro que hay mucho que aprender de la sabiduría de la naturaleza sobre cómo organizarnos. ¿Podemos hacerlo antes de que sea demasiado tarde?
Esta es la idea fundamental que subyace a una civilización ecológica: utilizar los propios principios de diseño de la naturaleza para reimaginar la base de nuestra civilización. Cambiar el sistema operativo de nuestra civilización por uno que conduzca de forma natural a políticas y prácticas de afirmación de la vida en lugar de la extracción y la devastación desenfrenadas.
Una civilización ecológica es una idea nueva y antigua a la vez. Aunque la idea de estructurar la sociedad humana sobre una base ecológica pueda parecer radical, los pueblos indígenas de todo el mundo se han organizado desde tiempos inmemoriales sobre la base de principios de afirmación de la vida. Cuando las comunidades lakota, en la tierra que hoy es Estados Unidos, invocan en sus ceremonias el Mitakuye Oyasin ("Todos estamos relacionados"), se refieren no sólo a ellos mismos, sino a todos los seres sintientes. El budismo, el taoísmo y otras tradiciones filosóficas y religiosas han basado gran parte de su sabiduría espiritual en el reconocimiento de la profunda interconexión de todas las cosas. Y en los tiempos modernos, un hilo común que une a los movimientos progresistas de todo el mundo es el compromiso con una sociedad que trabaja para el florecimiento de la vida, en lugar de hacerlo en contra de ella.
6 reglas para que los humanos se reúnan con el mundo natural
1. Diversidad
La salud de un sistema depende de la diferenciación y la integración. Cuando este principio de la ecología natural se aplica a la sociedad humana, lo vemos como una afirmación de los diferentes grupos, definidos por la etnia, el género o cualquier otra delimitación. Por ejemplo:
- Autodeterminación comunitaria
- Derechos de los indígenas
- Justicia restaurativa
- Equidad social para las comunidades LGBTQ
Descifrar los principios de diseño de la naturaleza
Hay una fórmula secreta escondida en lo más profundo de la inteligencia de la naturaleza, que catalizó cada uno de los grandes saltos evolutivos de la vida a lo largo de miles de millones de años y constituye la base de todos los ecosistemas. Está plasmada en el sencillo pero profundo concepto de la simbiosis mutuamente beneficiosa: una relación entre dos partes en la que cada una aporta algo de lo que la otra carece, y ambas ganan como resultado. En esta simbiosis no hay un juego de suma cero: Las contribuciones de cada parte crean un todo que es mayor que la suma de sus partes.
Cada vez que se da un paseo por el bosque, se come o se da un chapuzón en el mar, se experimenta el milagro de la simbiosis de la naturaleza. Las plantas transforman la luz solar en energía química que sirve de alimento a otras criaturas, cuyos desechos fertilizan el suelo del que dependen las plantas. Las redes de hongos subterráneos aportan sustancias químicas esenciales a los árboles a cambio de nutrientes que no pueden fabricar por sí mismos. Los polinizadores fertilizan las plantas, que producen frutos y semillas que alimentan a los animales cuando los llevan a nuevos lugares. En tu propio intestino, trillones de bacterias reciben la nutrición de los alimentos que disfrutas, al tiempo que te dan algo produciendo las enzimas que necesitas para la digestión.
En la sociedad humana, la simbiosis se traduce en principios fundacionales de equidad y justicia, asegurando que los esfuerzos y las habilidades que las personas aportan a la sociedad sean recompensados equitativamente. En una civilización ecológica, las relaciones entre trabajadores y empleadores, productores y consumidores, humanos y animales, se basarían así en que cada parte gane en valor en lugar de que un grupo explote al otro.
Gracias a la simbiosis, los ecosistemas pueden mantenerse casi indefinidamente. La energía del sol fluye sin problemas a todas las partes que lo componen. Los residuos de un organismo se convierten en el sustento de otro. La naturaleza produce un flujo continuo en el que nada se desperdicia. Del mismo modo, una civilización ecológica, en contraste con nuestra sociedad actual construida sobre la extracción de recursos y la acumulación de residuos, comprendería una economía circular con una reutilización eficiente de los productos de desecho incorporada a los procesos desde el principio.
La naturaleza utiliza un diseño fractal con patrones similares que se repiten a diferentes escalas. Los fractales están por todas partes en la naturaleza: los vemos en los patrones de las ramas de los árboles, las líneas costeras, las formaciones de nubes y el sistema bronquial de nuestros pulmones. Las ecologías son en sí mismas fractales, con los profundos principios de comportamiento autoorganizado que perpetúan la vida compartidos por las células microscópicas, los organismos, las especies, los ecosistemas y toda la Tierra viviente. Esta forma de organización se conoce como holarquía, en la que cada elemento -desde las células en adelante- es una entidad coherente por derecho propio, a la vez que un componente integral de algo mayor. En una holarquía, la salud del sistema en su conjunto requiere el florecimiento de cada parte. Cada sistema vivo es interdependiente de la vitalidad de todos los demás sistemas.
2. Equilibrio
Cada parte de un sistema se encuentra en una relación armoniosa con todo el sistema. Cuando este principio de la ecología natural se aplica a la sociedad humana, lo vemos como competencia y cooperación en equilibrio y una distribución equitativa de la riqueza y el poder. Por ejemplo:
- Impuesto global sobre la riqueza
- Proscripción de los multimillonarios
- Abolición de los paraísos fiscales
- Apoyo legal a las cooperativas y a los bienes comunes
Basándose en este precepto crucial, una civilización ecológica se diseñaría sobre el principio básico del florecimiento fractal: el bienestar de cada persona está fractalmente relacionado con la salud del mundo en general. La salud individual depende de la salud de la sociedad, que a su vez depende de la salud del ecosistema en el que se encuentra. En consecuencia, desde la base, fomentaría la dignidad individual, proporcionando las condiciones para que todos vivan con seguridad y autodeterminación, con acceso universal a una vivienda adecuada, una atención sanitaria competente y una educación de calidad.
En el diseño fractal de un ecosistema, la salud no surge a través de la homogeneidad, sino de la contribución de cada organismo al conjunto mediante la realización de su propio potencial único. En consecuencia, una civilización ecológica celebraría la diversidad, reconociendo que su salud general depende de que los diferentes grupos -definidos por su etnia, género o cualquier otra delimitación- desarrollen sus propios dones únicos en la mayor medida posible.
En una ecología natural, el tipo de crecimiento exponencial que caracteriza a nuestra economía global sólo podría darse si otras variables estuvieran desequilibradas, y conduciría inevitablemente al colapso catastrófico de esa población. En consecuencia, el principio de equilibrio sería crucial para una civilización ecológica. La competencia se equilibraría con la colaboración; las disparidades de ingresos y riqueza se mantendrían dentro de unas franjas mucho más estrechas y reflejarían de forma justa las contribuciones de las personas a la sociedad. Y, lo que es más importante, el crecimiento se convertiría en una parte más del ciclo natural de la vida, que se ralentizaría una vez que alcanzara sus límites saludables, lo que conduciría a una economía de estado estable y autosostenible, diseñada para el bienestar más que para el consumo.
Por encima de todo, una civilización ecológica se basaría en la simbiosis global entre la sociedad humana y el mundo natural. La actividad humana se organizaría, no sólo para evitar daños a la Tierra viva, sino para regenerar y mantener activamente su salud.
Una civilización ecológica en la práctica
El objetivo primordial de una civilización ecológica sería crear las condiciones para que todos los seres humanos florezcan como parte de una Tierra viva y próspera. En la actualidad, el éxito de los líderes políticos se evalúa en gran medida por el aumento del PIB de su nación, que no hace más que medir el ritmo al que la sociedad transforma la naturaleza y las actividades humanas en economía monetaria, sin tener en cuenta la calidad de vida resultante. En cambio, una sociedad que afirme la vida haría hincapié en el crecimiento del bienestar, utilizando medidas como el Indicador de Progreso Genuino, que tiene en cuenta componentes cualitativos como el voluntariado y el trabajo doméstico, la contaminación y la delincuencia.
Durante más de un siglo, la mayoría de los pensadores económicos sólo han reconocido dos ámbitos de la actividad económica: los mercados y el gobierno. La gran división política entre el capitalismo y el comunismo se estructuró en consecuencia, y aún hoy el debate continúa en líneas similares. Una civilización ecológica incorporaría el gasto gubernamental y los mercados, pero -tal y como expone la visionaria economista Kate Raworth- añadiría dos ámbitos críticos a este marco: los hogares y los bienes comunes.
3. Organización fractal
Lo pequeño refleja lo grande, y la salud de todo el sistema requiere el florecimiento de cada parte. Cuando este principio de la ecología natural se aplica a la sociedad humana, lo vemos como dignidad individual y autodeterminación. Por ejemplo:
- Renta Básica Universal
- Acceso universal a la vivienda, la sanidad y la educación
- Ciudades rediseñadas para caminar
- Interacción comunitaria
- Educación para la realización de la vida
- Cosmopolitismo
En particular, los bienes comunes se convertirían en una parte crucial de la actividad económica. Históricamente, los bienes comunes se referían a las tierras compartidas a las que los campesinos accedían para apacentar el ganado o cultivar. Pero, en términos más amplios, los bienes comunes se refieren a cualquier fuente de sustento y bienestar de la que aún no se ha apropiado el Estado o la propiedad privada: el aire, el agua, el sol, así como creaciones humanas como el lenguaje, las tradiciones culturales y el conocimiento científico. Prácticamente se ignora en la mayoría de los debates económicos porque, al igual que el trabajo doméstico, no encaja en el modelo clásico de la economía. Pero los bienes comunes globales nos pertenecen a todos y, en una civilización ecológica, volverían a ocupar el lugar que les corresponde como principales proveedores de bienestar humano.
La abrumadora proporción de riqueza de la que dispone el ser humano moderno es el resultado del ingenio y la laboriosidad acumulados de generaciones anteriores que se remontan a los tiempos más antiguos. Sin embargo, como consecuencia de siglos de genocidio y esclavitud, racismo sistémico, capitalismo extractivo y explotación por parte del Norte Global, esa riqueza está distribuida de forma muy desigual. Una vez que nos damos cuenta de los enormes beneficios de los bienes comunes que nos han legado nuestros antepasados -junto con la atrozmente desigual distribución de la riqueza-, se transforma nuestra concepción de la riqueza y el valor. En contra de la opinión generalizada de que un empresario que se hace multimillonario se merece su riqueza, la realidad es que cualquier valor que haya creado es una miseria comparado con el inmenso banco de conocimientos y prácticas sociales anteriores -la mancomunidad- del que se ha apropiado. Una civilización ecológica, reconociendo esto, recompensaría justamente la actividad empresarial, pero restringiría severamente el derecho de cualquiera a acumular miles de millones de dólares en riqueza, sin importar sus logros.
Por el contrario, es un derecho moral de todo ser humano compartir la vasta mancomunidad que se nos ha otorgado. Esto podría lograrse efectivamente mediante un programa de desembolsos mensuales incondicionales de dinero en efectivo a cada persona del planeta, creando una base para la dignidad y la seguridad necesarias para el florecimiento fractal de la sociedad. También comenzaría a abordar el imperativo moral de remediar la explotación extrema y las injusticias que sufren las comunidades indígenas y negras en todo el mundo, históricamente y hasta el día de hoy.
Las investigaciones han demostrado repetidamente que estos programas -conocidos como Renta Básica Universal- son notablemente eficaces para mejorar la calidad de vida en comunidades de todo el mundo, tanto en el Norte como en el Sur. Los programas informan sistemáticamente de la reducción de la delincuencia, la mortalidad infantil, la desnutrición, el absentismo escolar, los embarazos adolescentes y el consumo de alcohol, junto con el aumento de la salud, la igualdad de género, el rendimiento escolar e incluso la actividad empresarial. El trabajo no es algo que la gente intente evitar; al contrario, el trabajo intencionado es una parte integral del florecimiento humano. Liberados por el ingreso básico universal de la necesidad diaria de vender su mano de obra para sobrevivir, las personas reinvertirían su tiempo en sectores cruciales de la economía -en los hogares y en las comunidades- que naturalmente conducen a una actividad que afirma la vida.
Las empresas transnacionales que actualmente dominan todos los aspectos de la sociedad global se reorganizarían fundamentalmente y serían responsables ante las comunidades a las que supuestamente sirven. A las empresas que superen un determinado tamaño sólo se les permitirá operar con estatutos que les obliguen a optimizar el bienestar social y medioambiental junto con el rendimiento de los accionistas. En la actualidad, estos estatutos de triple rentabilidad son voluntarios, y muy pocas grandes empresas los adoptan. Sin embargo, si fueran obligatorias -y se hicieran cumplir estrictamente por paneles de ciudadanos integrados por representantes de las comunidades y los ecosistemas incluidos en el ámbito de operaciones de la empresa- se transformaría inmediatamente el carácter intrínseco de las corporaciones, haciendo que trabajaran en beneficio de la humanidad y de la Tierra viva en lugar de su desaparición.
En lugar de los vastos monocultivos homogeneizados de la agricultura industrial, los alimentos se cultivarían utilizando los principios de la agricultura regenerativa, lo que llevaría a una mayor biodiversidad de los cultivos, a una mayor eficiencia en el uso del agua y del carbono, y a la eliminación virtual de los fertilizantes sintéticos. La fabricación se estructuraría en torno a flujos de materiales circulares, y las cooperativas de propiedad local se convertirían en la estructura organizativa por defecto. Se seguiría fomentando la innovación tecnológica, pero se valoraría su eficacia para mejorar la simbiosis entre las personas y con los sistemas vivos, en lugar de acuñar multimillonarios.
4. Ciclos de vida
El florecimiento regenerativo y sostenible en el futuro a largo plazo. Cuando este principio de la ecología natural se aplica a la sociedad humana, vemos que el crecimiento económico se detiene una vez que alcanza límites saludables. Por ejemplo:
- Economías estables
- Un triple resultado para las empresas
Las ciudades se rediseñarían sobre la base de principios ecológicos, con jardines comunitarios en todos los terrenos disponibles, servicios esenciales a menos de 20 minutos a pie y la prohibición de los coches en el centro de la ciudad. La comunidad local sería el pilar básico de la sociedad, y la interacción cara a cara recuperaría su importancia como parte crucial del florecimiento humano. La educación se replantearía y su objetivo pasaría de preparar a los estudiantes para el mercado empresarial a cultivar en ellos el discernimiento y la madurez emocional necesarios para cumplir el propósito de su vida como miembros valiosos de la sociedad.
La vida de la comunidad local se vería enriquecida por el alcance global de Internet. Las redes en línea con escala, como Facebook, se convertirían en bienes comunes, de modo que en lugar de manipular a los usuarios para maximizar los dólares de la publicidad, Internet podría convertirse en un vehículo para que la humanidad desarrolle una conciencia planetaria. El cosmopolitismo -un antiguo concepto griego que significa "ser ciudadano del mundo"- sería la característica definitoria de una identidad global. Celebraría la diversidad entre culturas al tiempo que reconocería la profunda interdependencia que une a todos los pueblos en una única comunidad moral con un destino compartido.
La gobernanza se transformaría y las decisiones locales, regionales y globales se tomarían en los niveles en los que más se noten sus efectos (lo que se conoce como subsidiariedad). Aunque gran parte de la toma de decisiones se delegaría en niveles inferiores, una gobernanza mundial más fuerte haría cumplir las normas sobre los desafíos de todo el planeta, como la emergencia climática y la sexta gran extinción. Una declaración de los Derechos de la Naturaleza, que reconozca los derechos inalienables de los ecosistemas y las entidades naturales a persistir y prosperar, situaría al mundo natural en el mismo nivel jurídico que la humanidad, otorgando la condición de persona a los ecosistemas y a los mamíferos de alto rendimiento, y el delito de ecocidio -la destrucción de los ecosistemas- sería perseguido por un tribunal con jurisdicción mundial.
Atreverse a hacerlo posible
No hace falta más que echar un vistazo a los titulares diarios para darse cuenta de lo lejos que estamos de esta visión de una sociedad que fomenta el florecimiento fractal. Sin embargo, al igual que la que nutre a los árboles de un bosque, innumerables organizaciones pioneras de todo el mundo ya están sentando las bases de prácticamente todos los componentes de una civilización que afirme la vida.
En Estados Unidos, la visionaria Alianza por la Justicia Climática ha establecido las directrices para una transición justa de una economía extractiva a una economía regenerativa que incorpore la democracia profunda con el bienestar ecológico y social. La Alianza, una red de más de 70 movimientos de base y de primera línea, trabaja colectivamente por una transición justa hacia la soberanía alimentaria, la democracia energética y la regeneración ecológica.
5. Subsidiariedad
Los problemas en el nivel más bajo afectan a la salud en el nivel superior. Cuando este principio de la ecología natural se aplica a la sociedad humana, lo vemos como autoautonomía de base y democracia profunda:
- La toma de decisiones en los niveles más bajos posibles
- Horizontalismo
- Cooperativas
En Bolivia y Ecuador, los principios ecológicos tradicionales del buen vivir y el sumak kawsay ("buen vivir") están inscritos en las constituciones. Aunque los mecanismos de aplicación todavía necesitan un refuerzo considerable, estos principios establecen una poderosa alternativa a las prácticas extractivas, ofreciendo una plataforma legal y ética para una legislación basada en la armonía, tanto con la naturaleza como entre los seres humanos.
En Europa, las cooperativas prósperas a gran escala, como la Cooperativa Mondragón en España, demuestran que es posible que las empresas prosperen sin utilizar un modelo de beneficios basado en los accionistas. Con un centenar de empresas y 80.000 trabajadores-propietarios que producen una amplia gama de bienes industriales y de consumo, Mondragón demuestra que es posible tener éxito manteniendo una comunidad centrada en las personas y con valores de afirmación de la vida.
Una nueva visión ecológica del mundo se está extendiendo globalmente a través de las instituciones culturales y religiosas, estableciendo un terreno común con la herencia del conocimiento tradicional indígena. Los principios básicos de una civilización ecológica ya se han establecido en la Carta de la Tierra, un marco ético lanzado en La Haya en 2000 y respaldado por más de 50.000 organizaciones y personas de todo el mundo. En 2015, el Papa Francisco sacudió a la clase dirigente católica con la publicación de su encíclica Laudato Si', una obra maestra de la filosofía ecológica que demuestra la profunda interconexión de toda la vida, y pide que se rechace la ética individualista y neoliberal.
Economistas, científicos y políticos, reconociendo la bancarrota moral del actual modelo económico, están aunando recursos para ofrecer marcos alternativos. La Wellbeing Economy Alliance es una colaboración internacional de agentes de cambio que trabajan para transformar nuestro sistema económico en uno que promueva el bienestar humano y ecológico. La Global Commons Alliance también está desarrollando una plataforma internacional para regenerar los sistemas naturales de la Tierra. Organizaciones como el Next System Project y la Global Citizens Initiative están estableciendo parámetros para la organización política, económica y social de una civilización ecológica, y la P2P Foundation está construyendo una infraestructura basada en el procomún para el cambio social. En todo el mundo, un movimiento internacional de ciudades en transición está transformando las comunidades desde la base, fomentando una cultura del cuidado, reimaginando las formas de satisfacer las necesidades locales y aportando soluciones en masa.
Y lo que es más importante, un movimiento popular a favor de un cambio que afirme la vida se está extendiendo por todo el mundo. Liderados por jóvenes activistas del clima como Greta Thunberg, Vanessa Nakate, Mari Copeny, Xiye Bastida, Isra Hirsi y otros, millones de escolares de todo el mundo están despertando a la generación de sus padres de su letargo. Un mes después de que los manifestantes de la Rebelión de la Extinción cerraran el centro de Londres en 2019, el Parlamento del Reino Unido anunció una "emergencia climática", que ya ha sido declarada por casi 2.000 jurisdicciones locales y nacionales de todo el mundo, que representan más del 12% de la población mundial. Mientras tanto, la campaña Stop Ecocide para establecer el ecocidio como un delito perseguible por el derecho internacional está dando pasos importantes, obteniendo una consideración seria a nivel parlamentario en Francia y Suecia, con un panel de expertos legales convocado para redactar su definición.
6. Simbiosis
Relaciones que funcionan en beneficio mutuo. Cuando este principio de la ecología natural se aplica a la sociedad humana, lo vemos como equidad y justicia, economías regenerativas y flujos de energía circulares. Por ejemplo:
- Medir el bienestar en lugar del PIB
- Agricultura regenerativa
- Principios de permacultura
- Economías y procesos de fabricación circulares
- Los derechos de la naturaleza y la personalidad de los no humanos
Si tenemos en cuenta la inmensidad de la transformación necesaria, las probabilidades de lograr una civilización ecológica pueden parecer desalentadoras, pero están lejos de ser imposibles. A medida que nuestra civilización actual comienza a deshacerse debido a sus fallos internos, los hilos que la mantenían bien enrollados también se aflojan. Cada año que nos acercamos a la catástrofe -a medida que surgen mayores catástrofes relacionadas con el clima, a medida que los atropellos de la injusticia racial y económica se vuelven aún más atroces, y a medida que la vida para la mayoría de la gente se vuelve cada vez más intolerable- la vieja narrativa pierde su control sobre la conciencia colectiva. Oleadas de jóvenes buscan una nueva visión del mundo, una que dé sentido al actual descalabro, una que les ofrezca un futuro en el que puedan creer.
Es una idea audaz transformar la base misma de nuestra civilización en una que afirme la vida. Pero cuando la alternativa es impensable, una visión de un futuro floreciente brilla con una luz de esperanza que puede convertirse en una realidad autocumplida. Atrévete a imaginarlo. Atrévete a hacerlo posible con tus acciones, tanto individuales como colectivas, y puede que ocurra antes de lo que esperas.
JEREMY LENT es autor de The Patterning Instinct: A Cultural History of Humanity's Search for Meaning. Su próximo libro, The Web of Meaning: Integrating Science and Traditional Wisdom to Find Our Place in the Universe, se publicará en junio.
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