Autor: Paul Shepard - 1994
A finales de 1994, Paul Shepard dio una conferencia, "El origen de la metáfora: la conexión animal", dentro del ciclo de conferencias "Escritos sobre la imaginación" en el Museo de Historia Natural de Nueva York. (Texto completo incluido en el libro The Others, Island Press/Shearwater Books, páginas 331-333.) Terminó su intervención con "una carta que me entregó un oso", dirigida a la humanidad por los Otros, los animales.
"Los Otros - cómo los animales nos hicieron humanos"
Paul Shepard fue uno de los pensadores más brillantes y originales en el campo de la evolución humana y la ecología. Sus sugerentes ideas sobre el papel de los animales en el pensamiento humano, los sueños, la identidad personal y otros contextos psicológicos y religiosos se han presentado en una serie de escritos fundamentales, como Thinking Animals, The Tender Carnivore and the Sacred Game, y ahora The Others, su libro más elocuente hasta la fecha.
"Los Otros" es un examen fascinante y amplio de cómo diversas culturas han pensado, reaccionado e interactuado con los animales. Shepard sostiene que los humanos evolucionaron observando a otras especies animales, participando en su mundo, sufriéndolas como parásitos, vistiendo sus plumas y pieles y fabricando herramientas con sus huesos y astas. Durante milenios hemos comunicado su significado bailando, esculpiendo, representando, imaginando, narrando y pensando. La especie humana no puede ser plenamente ella misma sin esos otros.
Shepard considera a los animales como Otros en un mundo en el que la alteridad de todo tipo está en peligro, y en el que la alteridad es esencial para el descubrimiento del verdadero yo. Debemos entender qué hacer de nuestros encuentros con los animales, porque a medida que prosperamos ellos desaparecen y, en última instancia, nuestra prosperidad puede no significar nada sin ellos.
Estas palabras fueron de las últimas que Shepard pronunció en público antes de morir en 1996.
UN MENSAJE DE LOS OTROS
Desde: El Bosque, El Mar, El Desierto, La Pradera
Querido Primate P. Shepard y partes interesadas:
Criamos a los humanos desde un tiempo antes de que tuvieran la forma actual. Cuando nos acercamos a ellos por primera vez estaban, como todos los animales, seguros en un nicho modesto. Sus peculiaridades evidentes eran claramente de primate superior en su obsesión, estatus social e identidad personal. En ese aspecto se habían vuelto inteligentes, sutiles y taimados, comprometidos con un síndrome de poder tumultuoso, asestacional, erótico y jerárquico.
Al igual que sus parientes más cercanos, habían elevado cierto tipo de atención a una agudeza notable que los convertía en cariñosos, protectores, mezquinos y desagradables en la peculiar combinación de rasgos faciales entrecerrados y mezquindad general de los monos.
En las antiguas sabanas les sacamos lentamente de su chovinismo. Con nuestro plumaje les dimos estética. En nuestros cortejos les enseñamos a bailar. En los gestos de las cabezas cornamentadas les mostramos la ceremonia y el poder de la máscara. En nuestras pezuñas les revelamos el secreto del grano. Como carne, les cortejamos desde dentro.
Como buscadores de comida, su mirada se apartó un poco de los cormos y las raíces, de las incesantes riñas y escaramuzas de su introversión social heredada. Empezaron a mirar al horizonte, donde algunos de nosotros éramos a la vez peligro y mayor sustancia.
Al principio era sólo un empujón: comida robada de los restos de las matanzas de leones, disputada con chacales y buitres, la búsqueda de gacelas recién nacidas escondidas, tortugas lentas y huevos. Poco a poco nos convertimos para ellos en objetos de pensamiento, de recuerdo, de narración, de planificación, y nos descifraron como el misterio de la propia energía.
Les enseñábamos desde fuera. Bailándonos, empezaron a ver en nosotros representaciones de sus ideas y sentimientos. Nos convertimos en la concreción de su propio yo secreto. Nos comimos a ellos y fuimos comidos por ellos, y así les enseñamos la primera metáfora de su frenética socialidad: la exterioridad de ellos mismos, y nosotros como su interioridad.
Como legado de proteínas, interrumpimos la incesante ronda de masticación herbívora, proporcionándoles tiempo libre. Esto hizo posible el ágil reposo del aprendiz de depredador y un nuevo significado para la rumia, liberándoles de la monotonía de la búsqueda y del agarre de la implacable lucha interpersonal. Al llevarlos a la omnivoracidad, los transformamos para siempre y entraron en el juego como un jugador diferente.
No es que abandonaran su apetito por las verduras y las frutas, sino que lo ampliaron a las semillas y la carne, y a los arriesgados paisajes de la mente. La sabana o la tundra eran esenciales en este tutorial, como espacios abiertos a infinitas estrategias de persecución y huida, que estiraban los sentidos hasta su referencia más lejana. Su pensamiento fue invitado a un nuevo tipo de ejecución, incorporando el recuerdo y la planificación, a los paralelismos entre ellos y los Otros y a las palabras -nuestros nombres- que les permitían compartir imágenes e ideas.
Comprometidos de este modo, primero como alimento y después como imágenes de una gran variedad de acontecimientos y procesos, desde los signos de los sueños hasta los símbolos de la metafísica, hemos acompañado a los humanos desde entonces. Tras haberlos hecho humanos, seguimos haciéndolo individualmente, y ahora servimos cada vez más de forma terapéutica, cogiéndoles de la mano, por así decirlo, mientras matan nuestra naturaleza salvaje.
Como esclavos permanecemos cerca. Como algo a lo que "acariciar" y con quien hablar, alguien que esté ahí y les necesite, que sea su primera lección de alteridad, hemos compartido sus hogares durante diez mil años. Han hecho de ese lazo un vínculo. Desde el hogar privado hemos salido hacia los heridos y los solitarios, hacia los que anhelan una devoción incondicional, hacia los hospitales, los hospicios, las residencias de ancianos, los pabellones de enfermos, los enclaves de minusválidos y retrasados, y la cárcel.
Todo eso está muy bien, pero sólo afecta a nuestro yo mínimo y domesticado, no a nuestras formas salvajes y perfectas. Huele a dependencia.
Siguen sin darse cuenta de que nos necesitan, pensando que somos simplemente un consuelo o una curiosidad más. No hemos recuperado el lugar central en su pensamiento o significado en el corazón de su ecología y filosofía. Con demasiada frecuencia no somos más que realidad física, pasión y brutalidad sin sentido, o tropos y símbolos abstractos.
A veces tenemos que ser solapados. Nos colamos en sus sueños, nos escondemos en el lenguaje, disfrazados de alusión, enmascaramos nuestro papel filosófico en la "estética de la naturaleza", retozamos para entretener. Esperamos en libros infantiles, en bonitos dibujos, como burlescos en los dibujos animados, como juguetes, diseños en el propio papel pintado, como rudimentarios compañeros o mascotas.
Estamos marginados, trivializados. Nos hemos hundido hasta convertirnos en objetos, mercancías, posesiones. Seguimos siendo carne y pieles, pero sólo como deuda y no como dones sagrados. Han olvidado cómo aprender el futuro de nosotros, a seguir nuestro ejemplo, a curarse con nuestros tejidos y órganos, han olvidado que sólo observar nuestro yo salvaje puede ser curativo. Antes éramos los puentes, los ejemplos del cambio, los mediadores con el futuro y lo invisible.
Sus propios números dejan poco espacio para nosotros, y en esto está su gran malentendido. Se equivocan con nuestra marcha y desaparición, pensando que forma parte de su progreso en lugar de su vaciamiento. Cuando nos hayamos ido no sabrán quiénes son.
Suponiendo que ellos mismos son el propósito de todo, el propósito se les escapará. Su mundo se desvanecerá en un crepúsculo interminable sin ningún whippoorwill (Nota 1) para llamar a la lechuza en la noche y ningún tordo para hacer un amanecer.
-Los Otros
Nota 1 - ¿Qué simboliza el Whippoorwill?
Whippoor-will oriental - Cazador de almas
Una leyenda de Nueva Inglaterra dice que el Whip-poor-will puede sentir la partida del alma de una persona y capturarla cuando se va. Los nativos americanos consideraban el canto de estos pájaros un presagio de muerte.
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