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Se subestima fatalmente el apetito totalitario del capitalismo de crisis



Fuente: Philosophical Salon - POR FABIO VIGHI - 29 de mayo de 2023

Título original: ¿GRADUALMENTE, LUEGO DE REPENTE? EL CAPITALISMO DE CRISIS Y SUS DESMENTIDOS


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Tal vez la mejor manera de comprender el significado de nuestra Nueva Normalidad sea enmarcarla como el cambio irreversible de paradigma hacia el "capitalismo de crisis". La implicación macroeconómica clave es que el capitalismo actual ya no necesita las crisis para aumentar su capacidad de crecimiento; más bien, las necesita para ocultar su impotencia crónica. Lo que cambia, por tanto, es la función epistémica de la "crisis". Mientras que en el pasado conducía a un nuevo ciclo económico, una crisis sirve hoy para facilitar la gestión agresiva de la decadencia socioeconómica, ya que el motor del auge y la recesión está inundado, y la "destrucción creativa" de Schumpeter sólo deja tras de sí escombros. Por muy contraintuitivo que parezca, la adicción al crédito del capitalismo ultrafinaciarizado necesita que la economía real se contraiga, sobre todo mediante un flujo continuo de shocks calculados: el trabajo de la actual "industria de emergencia". Y precisamente por su impotencia inherente, el capitalismo de crisis es políticamente autoritario.


Es revelador que las voces críticas actuales, ya sean conservadoras o progresistas, compartan la misma nostalgia por un mundo que se está marchitando: esa "sociedad del trabajo" liberal-democrática que el propio capital está convirtiendo en obsoleta. Incluso aquellos pensadores radicales que insisten en ver un potencial emancipador en la condición actual son, la mayoría de las veces, liberales en negación, ya que la emancipación que invocan se basa en las mismas categorías que nos han llevado a donde estamos. En otras palabras, subestiman fatalmente el apetito totalitario del capitalismo de crisis. Esto es comprensible, ya que los límites del capitalismo (como formación social totalizadora que persigue ciegamente su propio fin) son también los límites de nuestra imaginación: al estar sobredeterminados por el capital, nos cuesta ver más allá de su sistema de valores. Sin embargo, quizá haya llegado el momento de cuestionarnos la sostenibilidad real de nuestra zona de confort existencial, ya que la historia nos dice que, por regla general, el descenso de la humanidad a la barbarie se ve acelerado por la negación política, la misma negación obstinada que hoy unifica a conservadores, progresistas y gran parte de la llamada izquierda radical. Lo que la clase política no tiene en cuenta es que el capitalismo es perfectamente capaz de reproducir sus categorías -desde el trabajo asalariado hasta la producción de mercancías- dentro de un marco totalitario; del mismo modo que es perfectamente capaz de fingir una fachada liberal mientras suspende gradualmente el contrato social.


Crisis calculadas e impagos selectivos


La principal lección de los últimos tres años y medio es que la manipulación de los mercados financieros se traduce directamente como manipulación de la realidad. "Mercados sistemáticamente distorsionados" equivale a "realidad sistemáticamente distorsionada". El discurso maestro de nuestro tiempo ya no es la economía basada en el trabajo, sino la supervisión de la implosión socioeconómica impulsada por las finanzas, que la "pandemia" ha inaugurado a escala mundial. La creciente disociación entre una sociedad del trabajo en caída libre y la estratosfera financiera artificialmente apuntalada -donde la distorsión en todo el espectro de clases de activos es la norma- sugiere que ha comenzado una nueva era capitalista basada no sólo en la vigilancia, sino sobre todo en la manipulación y el control.


El objetivo de la política monetaria de los bancos centrales ya no es la estabilización de los precios, sino la estabilización del declive, para que los mercados puedan seguir floreciendo. Por ejemplo, el ciclo de subidas de tipos de la Reserva Federal iniciado en marzo de 2022 está restringiendo el crédito al mundo real, lo que no es más que una medida cosmética contra la inflación, pero aplasta la resistencia económica de la gente corriente. La crisis de los bancos regionales estadounidenses es un caso especialmente instructivo. Desde la perspectiva del capitalismo financiero, el naufragio bancario iniciado con el colapso del Silicon Valley Bank el 10 de marzo de 2023 es, de una manera perversa, existencialmente necesario, porque una economía dopada por el crédito que no tiene manera de volver a encender un ciclo de crecimiento intensivo en mano de obra se nutre de crisis calculadas y de impagos selectivos, que deben atribuirse a factores externos y no sistémicos. El sistema endeudado que acumula riesgos necesita un flujo constante no sólo de liquidez (crédito), sino también de chivos expiatorios y coartadas, desde la "emergencia pandémica" hasta la "quiebra de un banco regional". ¿Por qué?


Gráfico: La deuda mundial se dispara hasta un récord de 305 tn$ en el primer trimestre por el endeudamiento de EEUU y China

La deuda total aumenta en 3,3 tn de dólares en los tres primeros meses del año y desde 2019 las empresas no financieras acumulan nueva deuda por valor de más de 14 tn de dólares - Fuente: National News


Los agentes financieros saben que, en lo que respecta a los mercados actuales, cualquier botón rojo de alarma es seguido por el salto de la Reserva Federal a la acción para empujar los activos de riesgo más alto y galvanizar el sector especulativo. Todo el mundo, desde los megabancos hasta los fondos de inversión y los pequeños inversores, sabe que el mecanismo del "valor justo" de los mercados financieros está amañado, ¡precisamente por eso siguen confiando en él! En este contexto, corderos sacrificados como Sillicon Valley Bank desencadenan repuntes artificiales basados en buy-the-dips (comprar en los bajos de las curvas), short squeezes, recompras corporativas y otras estrategias que ahora se incluyen en el acuerdo de "recompensa silenciosa" asegurado por la Fed. En la actualidad, parece que todo el mundo se adelanta al giro de la Reserva Federal hacia la bajada de tipos, que se espera para finales de año.


Hay que añadir que el colapso de los bancos regionales a través de las subidas de tipos fue (otro) golpe de genio maligno por parte de nuestra aristocracia financiera, basándose en el conocimiento de que, en esta etapa, los mega bancos como JP Morgan no se arriesgarían al contagio, ya que todavía están (¿pero por cuánto tiempo? - Nota de Climaterra: en julio de 2023 los depósitos de los bancos grandes estaban en bajos históricos, ver gráfico) amortiguados por suficientes reservas. De hecho, estos bancos acabaron consolidando sus posiciones gracias a fusiones y adquisiciones baratas (por ejemplo, First Republic Bank comprado por JP Morgan), así como a los miles de millones en depósitos que salieron de los bancos regionales en desgracia y fueron a parar a sus arcas. No obstante, también debemos tener en cuenta que la crisis bancaria inaugurada por el Sillicon Valley Bank -SVB fue un fracaso de la garantía subyacente: los títulos de deuda estadounidenses. Esencialmente, el SVB se hundió porque poseía un elevado volumen de bonos del Tesoro (deuda pública estadounidense) a largo plazo, tradicionalmente seguros, que de repente perdieron su valor. Al subir los tipos de interés, el precio de estos bonos cayó, haciendo insostenible la exposición del banco a la deuda y provocando la quiebra. El punto general es que, aunque se trata de un acontecimiento oportunista, la crisis bancaria es al mismo tiempo un síntoma de un colapso sistémico.


Gráfico: Los 25 mayores bancos de EE.UU. registran la mayor caída de depósitos en 38 años sin visos de remitir - Fuente: Wall Street on Parade


Dicho de otro modo, el oportunismo es una forma de negación. Al elegir de antemano un chivo expiatorio, el sistema echa la casa por la ventana. Pero, ¿cuán largo es el camino? Podría decirse que el callejón sin salida ya está a la vista. Es crucial tener en cuenta que, una vez que el insustancial andamiaje financiero construido sobre "dinero tonto" y capa tras capa de apuestas derivadas se desmorone, la sociedad se romperá; el mundo entero tal y como lo conocemos se descompondrá de repente. El sistema económico actual se encuentra en un estado perpetuo de déficit, y a medida que los déficits se expanden, requieren cantidades cada vez mayores de efectivo inflacionario. Un sistema basado en la deuda como el nuestro puede compararse a un agujero negro que chupa efectivo como si fueran espaguetis. La exposición de la mayoría de los bancos a los derivados ya está por las nubes (sólo Goldman Sachs está expuesto a más de 53 billones de dólares en derivados). Dado que en nuestro entorno inflado puede producirse una congelación de la liquidez en cualquier momento, la Reserva Federal (en sintonía con otros grandes bancos centrales) no sólo tiene que permanecer vigilante si quiere mantener altos los niveles de confianza, sino que también debe encontrar formas de adelantarse a un posible colapso. ¿Cómo? Por ejemplo, empujando al sistema hacia impagos selectivos que justifiquen los paquetes de rescate y consolidación. El riesgo sigue siendo el nombre del juego, aunque de una variedad bastante diferente.


Gráfico: Exposición a los derivados de los grandes bancos - marzo 2023 - Fuente: Wall Street on Parade

Grafico: Correlación entre impresión de dólares por parte de la Fed vs aumento del índice bursátil S&P 500


La demolición controlada significa ahora que incluso el cada vez más frágil sistema financiero está siendo desmantelado pieza a pieza en preparación para la nueva infraestructura monetaria, que probablemente se basará en la Moneda Digital de los Bancos Centrales. Sin embargo, será necesaria una crisis sustancial para que el nuevo sistema se implante con éxito. Tendrán que traumatizarnos tan duramente que no sólo aceptemos sino que incluso supliquemos por nuestras nuevas cadenas digitales.


"Seguras y eficaces" vacunas digitales

Mientras tanto, la inflación sigue aumentando. Aunque (creamos que) su ritmo se está ralentizando, el hecho es que, año tras año, la inflación sigue aumentando. La inflación de los alimentos es de dos dígitos en toda Europa (la media de la UE es del 19,17%), con Alemania en el 21,2%, el Reino Unido en el 19,1% y Turquía en el 67,89%. Además, la mayoría de los operadores financieros saben que el IPC (Índice de Precios al Consumo) oficial es falso. Utilizando la escala que Paul Volcker utilizó en la década de 1980, la inflación sería el doble de la oficial. En resumen, la Fed y compañía tienen su pastel y se lo comen, ya que necesitan la inflación para "desinflar" la deuda (a través de los tipos reales negativos), pero también pueden mentir y subestimarla para que sus políticas no parezcan tan ineficaces como lo son en realidad.


A medida que la crisis de la deuda/bonos se convierte en una crisis bancaria, se hace cada vez más evidente que el capitalismo implosivo necesita algún tipo de mecanismo centralizado de jurisdicción de la moneda digital. La fase embrionaria de este cambio hacia el control monetario descendente es lo que el Bank for International Settlements (el "banco central de todos los bancos centrales") llama acertadamente Proyecto Rompehielos. Inicialmente, su objetivo es que los bancos centrales utilicen las transacciones digitales entre ellos. En realidad, sin embargo, tenemos más de una razón para suponer que esto es precisamente sólo el rompehielos: el primer paso significativo hacia la preparación de la infraestructura que nos "salvará" de la próxima recesión. No debemos olvidar que desde el comienzo de la "pandemia" los bancos centrales han anunciado insistentemente la Moneda Digital del Banco Central CBDC como el futuro de la transacción monetaria. Uno piensa en Augustin Carsten (director general del Bank for International Settlements) y su escalofriante explicación del 19 de octubre de 2020: "la diferencia clave con el CBDC es que el banco central tendrá el control absoluto sobre las normas y reglamentos que determinarán el uso de esa expresión de la responsabilidad del banco central [el efectivo digital], y también tendremos la tecnología para hacerlo cumplir".


Es cierto que, como nos recuerda Yanis Varoufakis (entre otros), el Estado y la policía ya tienen poder para controlar nuestras transacciones, como se demostró con la congelación de las cuentas de los camioneros canadienses durante las protestas contra la vacunación de febrero de 2022. Sin embargo, esa intervención requirió una Ley de Emergencia -la promulgación oficial de un "estado de excepción" limitado en el tiempo- que, como tal, aún es probable que se enfrente a una resistencia popular generalizada. Otra cosa es autorizar un sistema digital centralizado de control monetario absoluto. De hecho, Varoufakis ve la tecnología digital del banco central como una herramienta democrática, presumiblemente porque (romántica o falsamente) la proyecta en un mundo idealizado: "la privacidad podría salvaguardarse mejor si las transacciones se concentraran en el libro mayor del banco central bajo la supervisión de algo así como un Jurado de Supervisión Monetaria compuesto por ciudadanos seleccionados al azar y expertos procedentes de una amplia gama de profesiones". Aunque esto pueda entusiasmarnos haciendo cosquillas a nuestra imaginación utópica, desgraciadamente seguimos a merced de una dialéctica capitalista agresivamente implosiva, que sugiere que lo más probable es que cualquier Jurado de Supervisión Monetaria esté supervisado por la oligarquía ultra rica, en un esfuerzo coordinado por mantener a raya la pobreza al tiempo que conserva poder y privilegios.


No se trata de una mera cuestión de imaginación o deseo político, ya que el dinero (moneda fiduciaria) es sólo la expresión superficial de una condición socioeconómica compleja e implacable. La propuesta de Varoufakis de eliminar a los "intermediarios corruptos" -el sistema bancario comercial- para que los bancos centrales puedan verter dinero directamente en las carteras digitales de todo el mundo (por ejemplo, como Renta Básica Universal) pasa completamente por alto el dilema existencial al que se enfrenta el capital hoy en día: su creciente incapacidad para generar cantidades suficientes de nuevo valor, y por tanto de riqueza social, a través de ciclos de crecimiento intensivos en mano de obra, razón por la cual depende tanto del crédito a golpe de ratón y de la inflación de las burbujas financieras. De manera asombrosa, pero coherente con su posición, Varoufakis prescribe más Quantitative Easing (Expansión cuantitativa, política monetaria) para la inversión en la transición verde y digital, como si esta gastada medida keynesiana pudiera sacar por arte de magia un nuevo régimen de acumulación del estancamiento terminal actual y salvar a las sociedades capitalistas de su sombrío destino: una solución simple para una lectura simplista. En realidad, tanto las recetas neokeynesianas como las neoliberales son noticias de ayer; ya han demostrado repetidamente su incapacidad para resucitar el modo de producción capitalista, puesto que sólo lo afrontan a nivel superficial. La cuestión más profunda y urgente a la que nos enfrentamos es la crisis estructural de creación de valor de una economía que se desinfla rápidamente, razón por la cual las monedas digitales centralizadas sólo pueden funcionar como herramientas cínicas para la regimentación de la decadencia de las masas. Cualquier otra hipótesis es, en el mejor de los casos, asombrosamente ingenua.


Nota de Climaterra: este análisis de Varoufakis no tiene en cuenta que la Fed, el Banco Central de EEUU, moneda de reserva mundial y el que lidera la política monetaria mundial es una entidad pública - privada, cuyos accionistas son los "intermediarios corruptos" del sistema bancario privado estadounidense. Ver: ¿Quienos son los dueños de la Fed?


En la actualidad, las monedas digitales de los bancos centrales -CBDC se presentan como un sistema de pagos "seguro y eficaz" (¿les suena?) que, entre otras lindezas, garantizará una banca más segura y eliminará el riesgo de quiebras tipo SVB. Sin embargo, con toda probabilidad la próxima crisis grave mostrará su verdadero rostro, coaccionándonos para que aceptemos más miseria y menos libertad. Como en el caso de Covid, el estado de excepción no nos deja ninguna opción real. Para la mayoría de la gente, mantener un empleo significó ponerse las vacunas. Ahora nos dirigimos hacia un verdadero desplome económico que, independientemente de si se materializa en un desplome deflacionario del mercado o en un ciclo hiperinflacionario (o en ambos), irá seguido de que las élites nos ofrezcan su prodigiosa solución tecnológica: los depósitos se trasladarán a un banco central cercano a ti, lo que significa que todo lo que debas pasará a ser un pasivo de ese banco central, que garantizará la protección gestionando digitalmente tus flujos monetarios. Como ocurre con los pinchazos de Covid, la mayoría de los ciudadanos morderán el anzuelo "seguro y eficaz". ¡El capitalismo es realmente el regalo que sigue dando! El final del juego ya está escrito: una economía global en colapso a cámara lenta sólo puede intentar perpetuarse manipulando sus monedas degradadas.


Es imposible predecir lo lejos que estamos del momento decisivo que resultará ser lo suficientemente impactante (es decir, conveniente para el sistema) para la hábil introducción del nuevo régimen monetario. Silicon Valley Bank, Signature y First Republic fueron sólo una pequeña muestra de lo que está por venir. El sistema se está resquebrajando por las costuras, y hace tiempo que debería haberse producido un evento crediticio, como anticipó la crisis de los repos de septiembre de 2019, seguida por el crash de marzo de 2020, la implosión de los fondos de pensión británicos de octubre de 2022 y la crisis bancaria regional de marzo de 2023. Hay pocas dudas de que el Titanic está acelerando hacia el iceberg, un gran accidente que se utilizará para hacer flotar la cura milagrosa: una "vacuna digital" que -así se promocionará- nos protegerá contra un virus económico.


¿Seguronomics?

Hemos entrado en una era de extrema fragmentación socioeconómica que se va a intentar controlar de arriba abajo. La descomposición de nuestro mundo se manifiesta tanto en la fractura del vínculo social como en el lento hundimiento de los mercados financieros. Sin embargo, como nos recuerda Hemingway en Fiesta, la quiebra se produce "de dos maneras. Gradualmente y de repente". Y mientras nos preparamos para el aterrizaje forzoso, la desconfianza que surge desde abajo empieza a chocar con las políticas de gestión de crisis impuestas desde arriba. Esto aumentará las tensiones económicas, sociales, militares y culturales. Lo primero que hay que hacer es aceptar que, actualmente, no hay alternativas colectivas a la vista. El capital nos ocupa todo el día (trabajo precario y/o agobiante, distracciones masivas, falsas polarizaciones, disonancia cognitiva, chantajes emocionales) pero al mismo tiempo nos hace superfluos. Sea cual sea la forma que adopte una sociedad postcapitalista auténticamente emancipadora, una cosa es segura: tendrá que sustituir el actual modo de producción por un vínculo social en el que aprendamos a hacer un uso radicalmente distinto de nuestro tiempo, creatividad y modos de disfrute, es decir, un uso distinto de nuestra libertad.


En este sentido, la ciencia económica es de poca ayuda, ya que sigue estando minada por un grave defecto positivista - el mismo defecto que siempre ha amenazado también al marxismo tradicional. Mientras expliquemos nuestra crisis únicamente a través de datos empíricos, la ciencia económica ofrecerá más problemas que soluciones. Por ejemplo, la inflación se considera el simple efecto de un desencadenante inmediatamente visible y calculable: la guerra en Ucrania, el estrangulamiento energético, los cierres pandémicos, los cuellos de botella en la cadena de suministro, etcétera. El pensamiento económico hegemónico reduce toda la realidad a unidades cuantificables que son observables en la superficie. Todo lo que escapa al cálculo empírico es, en el mejor de los casos, degradado al rango de especulación filosófica. Pero en su arrogancia, la economía burguesa se muestra inadecuada para captar el valor-sustancia de las relaciones socioeconómicas. Todo lo que puede hacer es ofrecernos rebautizados hastiados de viejas fórmulas, desde "Bidenomics" a "securonomics" (la seguridad económica está por encima de la eficiencia económica). Este último neologismo es la última iteración del "neokeynesianismo verde" recientemente movilizado por el Partido Laborista del Reino Unido. Como de costumbre, promete ofrecer una excitante mezcla de más deuda estatal e inversión en nuevas tecnologías (un "plan de prosperidad verde" de 28.000 millones de libras al año), destinado a crear más puestos de trabajo y (¡por fin!) un entorno financiero seguro para todos los ciudadanos británicos.


Para comprender el rumbo del capitalismo contemporáneo es mejor que dejemos atrás la agotada diatriba de "estímulo vs austeridad" y consideremos los siguientes indicadores más profundos:

1. 1. La creciente contracción de la masa global de valor creada por medio del trabajo (que es socialmente necesario);

2. La compensación de esta situaciòn mediante el crecimiento del capital-dinero como crédito sin sustancia de valor;

3. La ampliación de la brecha entre el crédito creado de la nada y el valor excedente creado mediante la explotación del trabajo; y

4. El cambio de paradigma global del capitalismo liberal a un sistema mundial actualmente en formación de capitalismo iliberal, de meta emergencia.

El último punto es consecuencia directa de los tres primeros. Ignorar esta relación causal es emprender una crítica de la Nueva Normalidad tan estéril como contraproducente.


Gráfico - La Fed y el Banco Central europeo, y la creación masiva de dinero.

  • Gráfico: Quantitative Easing - Expansión cuantitativa

  • Creación de dólares desde 2008 a 2022

  • Flexibilización cuantitativa 1 - 2008 a 2010: se crearon 1.4 billones de dólares

  • Flexibilización cuantitativa 2 - 2011 - 2012: se crearon 0.56 billones de dólares

  • Flexibilización cuantitativa 3- 2013 -2015: se crearon 1.7 billones de dólares

  • Flexibilización cuantitativa 4 - 2019 - 2022: se crearon 4.9 billones de dólares


El declive constante del crecimiento económico en las últimas décadas requiere una creciente creación de dinero destinada a perseguir la deuda que se pone continuamente en circulación. Lo que hay que subrayar es el efecto retardado de este fenómeno monetario, ya que la inflación actual es, esencialmente, el resultado de la expansión crediticia pasada, que tarda en abrirse camino a través de un sistema que lucha por generar suficiente valor. Insistir en que el entorno inflacionista actual puede explicarse únicamente por factores cuantificables empíricamente significa adherirse a la miopía positivista de la economía neoclásica dominante y, por tanto, a una visión irremediablemente ahistórica del capitalismo. La devaluación secular actual es el resultado inevitable de la avalancha crediticia puesta en marcha en décadas anteriores, y en particular desde 2008; una avalancha que ahora rueda ominosamente cuesta abajo y que los bancos centrales deben manejar con cuidado. Lamentablemente, aún no hemos visto nada en relación con su impacto. En este sentido, juguetear con el cálculo del efecto que la actual subida de tipos puede tener sobre la inflación carece de sentido. Entre otras cosas porque estas subidas de tipos están limitadas por el efecto destructivo que, pasado cierto umbral, desencadenan en la arquitectura financiera -como ha demostrado el reciente colapso bancario.


Gráfico: Deuda mundial - Fuente: World Debt Clock

Tampoco basta con objetar que el crédito y el capital remunerado siempre han marcado la historia del capitalismo. Más bien, lo que importa es el proceso histórico que ha conducido a nuestra grotesca dependencia de la creación de crédito. El salto cualitativo en la función del crédito dentro del modo de producción capitalista puede rastrearse hasta principios del siglo XX, cuando la liquidez adicional comenzó a complementar la masa de valor producida a través de la inversión en trabajo asalariado[i]. Este recurso al crédito exógeno pronto pasó de ser un fenómeno esporádico a convertirse en la condición de posibilidad de la propia producción real. Durante el siglo XX, pues, el apalancamiento crediticio utilizado para la extracción de plusvalía se presenta con características diferentes a las descritas por Marx en el tercer libro de El Capital. Según la lectura de Marx, el interés crediticio se deriva de la plusvalía producida en la economía real, que en la segunda mitad del siglo XIX todavía constituía la base del capitalismo. Pero ahora esa explicación necesita actualizarse.


La asfixia del crédito

El crecimiento histórico del crédito es una consecuencia inevitable del desarrollo del modo de producción capitalista. Como los beneficios de los capitales individuales ya no bastan para cubrir las crecientes inversiones en lo que Marx llamaba "capital constante" (por ejemplo, máquinas y materias primas), las inyecciones de crédito se vuelven endémicas. En otras palabras, la aceleración tecnológica comienza a tensar un lazo crediticio en torno a las corporaciones capitalistas, ya que la ley de la competencia no deja más remedio que aumentar las costosas inversiones en nuevas tecnologías de producción. En este punto, se establece un mecanismo que redefine la lógica interna del modo de producción, al tiempo que deja intacta su finalidad: para ganar nuevas cuotas de mercado, los capitales necesitan aceptar la restricción externa del crédito, que somete gradualmente a los trabajadores no sólo en términos de explotación laboral, sino también a través de las especulaciones financieras de las que llega a depender dicha capacidad de explotación. Y a medida que el capital comienza a luchar por reproducirse a través de las inversiones de beneficio, la dependencia del crédito se convierte en una adicción crónica.


El capitalismo contemporáneo funciona como un bucle de retroalimentación entre los vasos comunicantes del crédito compensatorio y la masa sofocada de plusvalía. Mientras que los capitales individuales deben seguir apropiándose de una parte de la plusvalía para pagar sus deudas, parte de esta plusvalía ya ha sido colonizada por la creciente masa de crédito. Así, el capitalismo acaba presa de una ilusión óptica: cada aumento de la creación de plusvalía no es más que la forma de apariencia de expansiones monetarias exponencialmente mayores. La ampliación de la brecha entre el crédito insustancial y la valorización real significa que la propia economía minorista acaba inundada de liquidez tóxica. En esta fase, la valorización aparente de los capitales individuales corresponde ya a una contracción del valor total producido con respecto a la masa monetaria puesta en circulación - una situación de desequilibrio sistémico que, tras un período de incubación, se manifiesta hoy como un envilecimiento irreversible de la moneda. Una economía canibalizada por el crédito sólo puede destruir el valor-sustancia de su dinero fiduciario.


A medida que la brecha entre el capital real y el crédito ficticio se ensancha, también lo hace el potencial de colapso sistémico. Al mismo tiempo, el capital transnacional no tiene otra opción que intentar controlar las narrativas que garantizan un suministro continuo de crédito. He aquí, pues, la paradoja introducida al principio del ensayo: para que las cadenas de crédito sigan extendiéndose en el futuro, la economía real debe reducirse radicalmente. Para sobrevivir a su propia contradicción devastadora, el capitalismo hiperfinanciado debe limitar y regular la demanda real dando una vuelta de tuerca a la sociedad del trabajo. En este tipo de Nueva Normalidad, a la combinación de empobrecimiento y revuelta se responde con la manipulación a gran escala de los medios de comunicación, el condicionamiento del comportamiento y la ingeniería social. Hoy en día, la "curiosa pareja"[ii] entre la ciencia y el capital no sólo provoca una crisis fatal de valorización, sino también la desmaterialización de lo real como tal, con códigos y algoritmos que funcionan como significantes maestros para la reestructuración ideológica de la realidad social.


Gráfico: Activos reales vs Activos Financieros en bajos históricos. El gráfico muestra la proporción de activos "reales" (materias primas, bienes inmuebles, objetos de colección) respecto a los activos "financieros" (acciones de gran capitalización y bonos del Estado a largo plazo) desde 1925. En su estrecha definición, la ratio ha alcanzado su nivel más bajo jamás registrado, superando los mínimos de las puntocom y de los años sesenta. Fuente: https://thesoundingline.com/chart-real-assets-vs-financial-assets-ratio-the-lowest-since-at-least-1925/


Con respecto a este deprimente panorama, el error histórico de la izquierda (incluida la izquierda marxista) reside en su fetichización del trabajo asalariado. Esencialmente, la izquierda cree que el trabajo (y las luchas obreras) pueden salvar al capitalismo de la implosión o, más radicalmente, llevarnos más allá del capitalismo. Sin embargo, la cuestión debería plantearse de otro modo: no cómo salvar o suplantar al capitalismo mediante el trabajo asalariado, sino cómo superar tanto al capitalismo como al trabajo asalariado, ya que este último siempre ha sido la creación y el pilar del capital, no sólo su oponente dialéctico, sino también su condición de posibilidad. El trabajo asalariado es lo que hizo posible el capital al socializarlo en el capitalismo.


La contradicción que define hoy a la fuerza de trabajo es que hay muy poca para el proceso de valorización, pero demasiada para la capacidad de absorción del sistema. Por esta razón, hay que racionalizarla y regimentarla al tiempo que se la oprime y explota aún más. La necesidad de expansión del capital ya no puede satisfacerse únicamente mediante la explotación del trabajo. El centro actual de "producción de riqueza" es la simulación financiera del crecimiento, que se autopropulsa y carece de sustancia. El crédito funciona ahora como un sustituto del capital real en relación tanto con la demanda -que de otro modo tendería a cero- como con los costes de los ciclos de producción reales. Ya somos rehenes de un futuro en el que la masa de plusvalía se adelgaza en comparación con la masa de crédito necesaria para mantenerla viva. Esto significa que la propia temporalidad del capital se ha desplazado del pasado (reproducción a través de los beneficios que ya se han acumulado) al futuro (reproducción a través de los beneficios que aún no se han realizado). Aunque las dos temporalidades están entrelazadas, el crecimiento relativo del crédito (en paralelo con el crecimiento de la proporción de capital constante) ha fomentado una mutación cualitativa en la composición del capital, que está en el centro de lo que estamos viviendo actualmente.


Perversiones geopolíticas

La ironía es que el capitalismo actual, adicto al crédito, se está ahogando en su propia productividad. La propia "globalización" es un significante ideológicamente neutro que oculta el hecho de que la producción mundial está ahora encadenada a ciclos de déficit cada vez más inmanejables y a la consiguiente economía de burbuja en burbuja. El desenlace de la globalización en un colapso socioeconómico es el principal motor de los conflictos militares. Desde 2001, Estados Unidos se ha enzarzado en una guerra continua que, según una estimación conservadora de un proyecto de investigación de la Universidad de Brown, ha causado (directa e indirectamente) alrededor de 4,5 millones de muertos en las zonas de guerra posteriores al 11-S, incluidos Afganistán, Pakistán, Irak, Siria y Yemen. Si la dimensión de esta carnicería aparece en las noticias, es sólo para apelar a un sentimiento de culpa profundamente hipócrita. Lo que nunca se cuestiona es el vínculo causal que une el dominio económico mundial de Estados Unidos con su complejo militar-industrial, una hidra de múltiples cabezas que seguirá causando estragos para retrasar el fin del hegemón económico liderado por Estados Unidos.


En un momento en que su supremacía mundial basada en el dólar corre el riesgo de fracasar, Estados Unidos sigue confiando en el complejo militar-industrial como columna vertebral de su moneda. Y cuanto más endeudada esté la economía, más razones encontrará el complejo militar-industrial para extender sus tentáculos. La crisis bancaria autoinfligida de marzo de 2023 nos da una idea de lo perverso que se ha vuelto todo el juego. Para intentar mantener la hegemonía mundial, el modelo económico basado en la deuda debe seguir canalizando miles de millones hacia la maquinaria militar. La expansión de la deuda permite a Estados Unidos financiar su gigantesco ejército en casa y, sobre todo, en el extranjero, lo que a su vez mantiene al dólar apuntalado como moneda de reserva mundial: una lógica geopolítica perversa donde las haya. Es necesario añadir que no hay ganadores en esta contienda, ya que estamos asistiendo a un enfrentamiento geopolítico en el Titanic que se hunde, con el declive y el autoritarismo como único resultado compartido.


Es objetivamente difícil ver cómo el yuan -o una nueva moneda BRICS+- podría sustituir al dólar. El crecimiento histórico de la economía china se caracterizó por su monopolio de la producción manufacturera. Tuvo lugar en el marco de los circuitos mundiales de deuda y déficit, en los que la dinámica de la deuda en Occidente generó una demanda de exportaciones chinas que hizo que los mercados occidentales se inundaran de mercancías baratas. Sin embargo, este precario equilibrio terminó con la crisis financiera mundial de 2008, que provocó el declive del superávit chino basado en las exportaciones. Desde entonces, el crecimiento de China -impulsado sobre todo por la burbuja inmobiliaria- también ha funcionado a base de una espiral crediticia, siguiendo los pasos de sus implosivos "socios globales" occidentales. China, por tanto, no parece estar en condiciones de repetir lo que hizo Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, puesto que su industria, intensiva en mano de obra, ya es rehén de excesos financieros comparables a los de Occidente. La Iniciativa Belt and Road de China no es un Plan Marshall. Más bien, el orden mundial multipolar en ciernes se ve afectado por el mismo trastorno compulsivo: la tendencia autodestructiva del modo de producción capitalista. Esto sugiere que una gran guerra es ahora tan posible como un acuerdo silencioso entre enemigos geopolíticos que comparten destinos económicos muy similares, así como la misma necesidad de imponer una infraestructura represiva a las masas.


Las guerras modernas están inextricablemente ligadas a la economía adicta al crédito. A lo largo de la historia reciente del capitalismo, las guerras se han desplegado para generar crédito con el que financiar ejércitos, armas y nuevas tecnologías. En este sentido, las dos guerras mundiales del siglo XX ya pusieron de manifiesto la dependencia del Estado respecto al capital, y la dependencia del capital respecto a la creación de crédito. Especialmente desde la Tercera Revolución Industrial en los años 70, las inversiones masivas en capital constante impuestas por la competencia tecnológica aplastaron el trabajo y, por tanto, comprometieron la capacidad de creación de valor del sistema, al tiempo que convertían el crédito en el nuevo oro. De ahí la privatización progresiva de los bancos centrales, que ahora tienen el poder de influir en las estrategias geopolíticas, así como (al menos indirectamente) en las socioculturales. Por eso la reciente "pandemia" se calificó inmediatamente de "guerra contra el virus". También por eso fue sustituida sin problemas por una guerra militar real, que actualmente se está prolongando hasta el absurdo con el típico desprecio capitalista por la vida humana. Como he argumentado en otro lugar, la "guerra contra Covid" permitió la creación y emisión directa de cantidades colosales de dinero en el sistema (la estrategia de "ir directo" supervisada por BlackRock), condensando en un marco temporal mucho más estrecho la lógica perversa de las dos décadas anteriores de "guerra contra el terror". Pero a medida que la manipulación global se vuelve cada vez más perversa, también debería empezar a surgir la conciencia colectiva.



Notas:


[i] Véase Robert Kurz, Geld ohne Wert: Grundrisse zu einer Transformation der Kritik der politischen Ökonomie (Horlemann Verlag, 2012).


[ii] Jacques Lacan, La otra cara del psicoanálisis. El seminario de Jacques Lacan, libro 17 (Nueva York: Norton, 2007), p. 110.

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