La tarea de Gaia de mil millones de aƱos: Colonizar la tierra
- Homo consciens
- 31 may 2022
- 4 Min. de lectura

Fuente: The Proud Holobionts - Por Ugo Bardi - 1 de mayo de 2022
Sobre el autor: Ugo Bardi es profesor de QuĆmica FĆsica en la Universidad de Florencia (Italia). Es miembro de pleno derecho del Club de Roma, organización internacional dedicada a promover un mundo limpio y próspero para toda la humanidad, y autor, entre otros, de El efecto SĆ©neca (2017), Antes del colapso (2019) y El mar vacĆo (2021).
Imagina una mĆ”quina del tiempo que te lleva a la Tierra de hace mil millones de aƱos, justo en medio del eón llamado "Proterozoico". En primer lugar, necesitas un respirador de oxĆgeno, pues de lo contrario morirĆ”s asfixiado en pocos minutos. TambiĆ©n necesitas un sombrero de ala ancha y un atuendo que cubra tus extremidades de manera que proteja tu piel de la radiación ultravioleta. Es tu planeta, pero en esta Ć©poca no es especialmente amable con un metazoo como tĆŗ.

Caminas unos pasos cautelosos hacia adelante. Frente a ti, el mar azul. Te das la vuelta: una extensión de rocas secas que se prolonga hasta el horizonte. No hay rastros de nada verde que puedas ver: ni plantas, ni insectos, ni pÔjaros, nada de eso. Por encima de ti, el sol brilla en el cielo azul. Notas que es un poco menos brillante de lo que estÔs acostumbrado a ver, en tu época. No hay rastros de nubes: es lo que esperabas: la ausencia de Ôrboles significa que no hay evapotranspiración de vapor de agua, ni compuestos orgÔnicos volÔtiles que funcionen como sitios de nucleación para las gotas de agua que forman las nubes.
Caminas hacia el mar. Hay principalmente rocas, pero tambiĆ©n algunos lugares arenosos: pequeƱos parches de playa. Si hay una playa, tiene que haber un rĆo, en algĆŗn lugar, que la haya creado. Lo ves, no muy lejos. EstĆ” completamente seco, su lecho atraviesa el paisaje rocoso desde las colinas en la distancia. Las lluvias, cuando llegan, deben ser aguaceros torrenciales que vienen y se van rĆ”pidamente.
Te arrodillas en la playa, frente al mar, levantando un poco de agua con las manos ahuecadas. Sabes que debe ser menos salada que el agua de mar a la que estĆ”s acostumbrado en tu Ć©poca, y estĆ”s tentado de probarla para confirmarlo. Pero no es una buena idea. Esa agua estĆ” repleta de microorganismos, la mayorĆa de ellos distintos a los que estĆ” acostumbrado tu sistema inmunitario. Dejas caer el agua sobre la superficie de una roca, donde se forma una mancha oscura que se evapora rĆ”pidamente y desaparece.
De pie frente a ese mar ajeno, observas las suaves olas que van y vienen. Sabes que allĆ no hay peces. No hay cangrejos, ni conchas marinas, ni algas, nada de eso. Pero hay un enorme nĆŗmero de microorganismos. Hacen la fotosĆntesis, se comen unos a otros, se reproducen dividiĆ©ndose en dos. Sólo pueden vivir en el agua. ĀæHay vida en las rocas secas de la orilla? Tal vez algunas de esas criaturas microscópicas sobrevivan allĆ, tal vez incluso prosperen, tal vez algas o incluso ancestros de los lĆquenes modernos. Pero sólo llevan una existencia precaria. Son invisibles a simple vista, y aĆŗn no ha llegado su hora.
En el horizonte, una enorme luna anaranjada se eleva mientras el sol se desvanece lentamente en el lado opuesto. Sigues mirando las aguas oscuras que tienes delante. Justo bajo la superficie, vislumbras algo que parece un par de ojos grandes. Crees verla sólo por un momento, Gaia en su forma de diosa del mar, nadando lÔnguidamente en el tranquilo mar.
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Vuelves a tu mĆ”quina del tiempo. Marcas 350 millones de aƱos antes de tu tiempo, el comienzo del PerĆodo CarbonĆfero. Aprietas el botón.

Sales de la mĆ”quina, respirando el aire fresco, oliendo algo que nunca antes habĆas olido. Sea lo que sea, el aire es hĆŗmedo, rico en oxĆgeno. Te encuentras en un pequeƱo claro, frente a ti, hay un estanque rodeado de un frondoso bosque. Ćrboles, Ć”rboles altos, que forman un dosel completo bajo las nubes bajas, barridas por un viento suave. El lugar es inquietantemente silencioso: no hay pĆ”jaros, ni insectos, ni nada parecido. Sin embargo, reconoces el lugar: este es tu planeta, la Tierra, aĆŗn no como serĆ” en el futuro que es tu tiempo, pero un mundo familiar.

Mientras estÔs de pie, te llega un ruido: un zumbido. Ves algo que se aleja volando, una especie de insecto. Empieza a llover. Es un chaparrón cÔlido y suave que te moja rÔpidamente, pero que termina enseguida. Ha sido suficiente para molestar a las criaturas que viven bajo los arbustos bajos. Los ves escabullirse: tetrÔpodos, anfibios primitivos. Saltan al agua del estanque y desaparecen. Son tus ancestros, los ancestros de todos los metazoos que se desplazarÔn por tierra en el futuro que es tu tiempo.
Mientras caminas, salpicando tus botas en el barro, te preguntas cómo Gaia hizo este increĆble truco: transformar la roca desnuda de continentes enteros en frondosos bosques. Mientras piensas eso, vislumbras un par de ojos brillantes que te miran fijamente desde el dosel. Miras hacia arriba y desaparecen, dejando sólo una sonrisa de gato de Cheshire de la Diosa de los Bosques, que luego se desvanece entre las ramas.
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