Fuente: The Conversation - Autor: Alf Hornborg - Septiembre de 2019.
En los dos últimos siglos, millones de personas dedicadas - revolucionarios, activistas, políticos y teóricos - han sido incapaces de frenar la desastrosa y cada vez más globalizada trayectoria de polarización económica y degradación ecológica. Esto se debe quizás a que estamos totalmente atrapados en formas de pensar erróneas sobre la tecnología y la economía, como lo demuestra el actual discurso sobre el cambio climático.
El aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero no sólo está generando un cambio climático. Nos provoca cada vez más ansiedad climática. Los escenarios del día del juicio final están captando los titulares a un ritmo acelerado. Los científicos de todo el mundo nos dicen que las emisiones en diez años deben ser la mitad de lo que eran hace diez años, o nos enfrentaremos al apocalipsis. Jóvenes como Greta Thunberg y movimientos activistas como Extinction Rebellion están exigiendo que entremos en pánico. Y con razón. ¿Pero qué debemos hacer para evitar el desastre?
La mayoría de los científicos, políticos y líderes de negocios tienden a poner sus esperanzas en el progreso tecnológico. Independientemente de la ideología, existe una expectativa generalizada de que las nuevas tecnologías sustituirán a los combustibles fósiles aprovechando las energías renovables como la solar y la eólica. Muchos también confían en que habrá tecnologías para eliminar el dióxido de carbono de la atmósfera y para hacer "geoingeniería" del clima de la Tierra. El denominador común de estas visiones es la fe en que podemos salvar la civilización moderna si pasamos a las nuevas tecnologías. Pero la "tecnología" no es una varita mágica. Requiere mucho dinero, lo que significa necesidad de mano de obra y recursos de otras regiones. Tendemos a olvidar este hecho crucial.
Yo diría que la forma en que damos por sentado que el dinero "sirve para todo", es la principal razón por la que no hemos entendido cómo las tecnologías avanzadas dependen de la apropiación de mano de obra y recursos de otros lugares. Al hacer posible el intercambio de casi cualquier cosa - tiempo humano, aparatos, ecosistemas, lo que sea - por cualquier otra cosa en el mercado, la gente busca constantemente las mejores ofertas, lo que en última instancia significa promover los salarios más bajos y los recursos más baratos en el Sur global.
Es la lógica del dinero la que ha creado la sociedad mundial totalmente insostenible y ávida de crecimiento que existe hoy en día. Para que nuestra economía globalizada respete los límites naturales, debemos establecer límites a lo que se puede intercambiar. Lamentablemente, parece cada vez más probable que tengamos que experimentar algo más cercano al desastre - como el fracaso de una cosecha semiglobal - antes de que estemos preparados para cuestionar seriamente cómo están diseñados actualmente los mercados y el dinero.
¿Crecimiento verde?
Tomemos el último asunto que enfrentamos: si nuestra economía moderna, global y en crecimiento puede ser impulsada por energía renovable. Entre la mayoría de quienes apoyan la sostenibilidad, como los defensores de un Nuevo Acuerdo Verde (Green New Deal), hay una convicción inquebrantable de que el problema del cambio climático puede ser resuelto por los ingenieros.
Lo que generalmente divide las posiciones ideológicas no es la fe en la tecnología como tal, sino qué soluciones técnicas elegir, y si requerirán un cambio político importante. Los que se mantienen escépticos ante las promesas de la tecnología - como los defensores de la reducción radical o el decrecimiento - tienden a ser marginados de la política y los medios de comunicación. Hasta ahora, cualquier político que defienda seriamente el decrecimiento no es probable que tenga un futuro en la política.
El optimismo general sobre la tecnología se suele denominar ecomodernismo. El Manifiesto Ecomodernista, una declaración concisa de este enfoque publicada en 2015, nos pide que abracemos el progreso tecnológico, que nos dará "un buen, o incluso gran, Antropoceno". Sostiene que el progreso de la tecnología nos ha "desacoplado" del mundo natural y se debería permitir que continúe haciéndolo para permitir la "reedificación" de la naturaleza. El crecimiento de las ciudades, la agricultura industrial y la energía nuclear, afirma, ilustran esa desvinculación. Como si estos fenómenos no tuvieran huellas ecológicas más allá de sus propios límites.
Mientras tanto, se han hecho llamamientos para un Nuevo Acuerdo Verde durante más de una década, pero en febrero de 2019 tomó la forma de una resolución a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. El centro de su visión es un cambio a gran escala hacia las fuentes de energía renovable y las inversiones masivas en nueva infraestructura. Esto permitiría un mayor crecimiento de la economía, según se argumenta.
Repensar la tecnología
Así, el consenso general parece ser que el problema del cambio climático es sólo una cuestión de reemplazar una tecnología energética por otra. Pero una visión histórica revela que la idea misma de la tecnología está inextricablemente entrelazada con la acumulación de capital, el intercambio desigual y la idea de dinero para todo uso. Y como tal, no es tan fácil de rediseñar como nos gustaría pensar. Cambiar la principal tecnología energética no es sólo una cuestión de reemplazar la infraestructura - significa transformar el orden económico mundial.
En el siglo XIX, la revolución industrial nos dio la noción de que el progreso tecnológico es simplemente el ingenio humano aplicado a la naturaleza, y que no tiene nada que ver con la estructura de la sociedad mundial. Esta es la imagen especular de la ilusión de los economistas, de que el crecimiento no tiene nada que ver con la naturaleza y por lo tanto no necesita contar con límites naturales. En lugar de ver que tanto la tecnología como la economía atraviesan la división entre la naturaleza y la sociedad, se piensa que la ingeniería sólo se ocupa de la naturaleza y la economía sólo de la sociedad.
La máquina de vapor, por ejemplo, se considera simplemente un invento ingenioso para aprovechar la energía química del carbón. No niego que éste sea el caso, pero la tecnología del vapor en la temprana Gran Bretaña industrial también dependía del capital acumulado en los mercados mundiales. Las fábricas impulsadas por vapor en Manchester nunca se habrían construido sin el comercio triangular del Atlántico de esclavos, algodón en bruto y textiles de algodón. La tecnología del vapor no era sólo una cuestión de ingeniería ingeniosa aplicada a la naturaleza - como toda tecnología compleja, también dependía crucialmente de las relaciones mundiales de intercambio.
Esta dependencia de la tecnología de las relaciones sociales globales no es sólo una cuestión de dinero. En un sentido bastante físico, la viabilidad de la máquina de vapor dependía de los flujos de energía de la mano de obra humana y otros recursos que se habían invertido en fibra de algodón de Carolina del Sur, en los EE.UU., carbón de Gales y hierro de Suecia. La tecnología moderna, por lo tanto, es un producto del metabolismo de la sociedad mundial, no simplemente el resultado de descubrir "hechos" acerca de la naturaleza.
La ilusión que hemos sufrido desde la revolución industrial es que el cambio tecnológico es simplemente una cuestión de conocimientos de ingeniería, independientemente de las pautas de los flujos de materiales mundiales. Esto es particularmente problemático en la medida en que nos hace ciegos a la forma en que esos flujos tienden a ser muy desiguales.
Esto no sólo era cierto en los días del Imperio Británico. Hasta el día de hoy, las zonas tecnológicamente avanzadas del mundo son importadoras netas de los recursos que se requieren como insumos en la producción de sus tecnologías y otros productos básicos, como la tierra, la mano de obra, los materiales y la energía. El progreso tecnológico y la acumulación de capital son dos caras de la misma moneda. Pero las asimetrías materiales en el comercio mundial son invisibles para los economistas de la corriente principal, que se centran exclusivamente en los flujos de dinero.
Irónicamente, esta comprensión de la tecnología ni siquiera se reconoce en la teoría marxista, aunque afirma ser tanto materialista como comprometida con la justicia social. La teoría y la política marxista tienden a lo que los oponentes se refieren como una fe prometeica en el progreso tecnológico. Su preocupación por la justicia se centra en la emancipación del trabajador industrial, más que en los flujos globales de recursos que se encarnan en la máquinaria industrial.
Esta fe marxista en la magia de la tecnología toma ocasionalmente formas extremas, como en el caso del biólogo David Schwartzman, que no duda en predecir la futura colonización humana de la galaxia, y Aaron Bastani, que anticipa la minería de asteroides. En su notable libro "Comunismo de Lujo Totalmente Automatizado: Un Manifesto”, Bastani repite una afirmación generalizada sobre la baratura de la energía solar que muestra lo engañados que estamos la mayoría de nosotros por la idea de la tecnología.
La naturaleza, escribe, "nos provee de energía virtualmente libre e ilimitada". Esta fue una convicción frecuentemente expresada ya en 1964, cuando el químico Farrington Daniels proclamó que "la energía más abundante y barata es nuestra, para que la tomemos". Más de 50 años después, el sueño persiste.
Las realidades
La electricidad a nivel mundial representa alrededor del 19% del uso total de energía - los otros grandes drenajes de energía son los transportes y la industria. En 2017, sólo el 0,7% del uso mundial de energía se derivó de la energía solar y el 1,9% de la eólica, mientras que el 85% se basó en los combustibles fósiles. Hasta el 90% del uso de energía mundial deriva de fuentes fósiles, y esta proporción está en realidad aumentando. Entonces, ¿por qué no se está materializando la tan esperada transición a la energía renovable?
Un tema muy discutido es el de los requisitos de la tierra para aprovechar la energía renovable. Expertos en energía como David MacKay y Vaclav Smil han estimado que la "densidad de potencia" - los vatios de energía que se pueden aprovechar por unidad de superficie terrestre - de las fuentes de energía renovable es tan inferior a la de los combustibles fósiles que para sustituir los fósiles por energía renovable se necesitarían superficies terrestres mucho mayores para la captación de energía.
En parte debido a esta cuestión, las visiones de los proyectos de energía solar en gran escala se han referido durante mucho tiempo al buen uso que podrían hacer de zonas improductivas como el desierto del Sahara. Pero las dudas sobre la rentabilidad han desalentado las inversiones. Hace una década, por ejemplo, se hablaba mucho de Desertec, un proyecto de 400.000 millones de euros que se desmoronó a medida que los grandes inversores se retiraban, uno por uno.
Hoy en día, el mayor proyecto de energía solar del mundo es la Central Solar de Ouarzazate en Marruecos. Cubre unos 25 kilómetros cuadrados y su construcción ha costado unos 9.000 millones de dólares. Está diseñada para proporcionar electricidad a alrededor de un millón de personas, lo que significa que se necesitarían otros 35 proyectos de este tipo, es decir, 315.000 millones de dólares de los EE.UU. de inversiones, sólo para atender a la población de Marruecos. Tendemos a no ver que las enormes inversiones de capital necesarias para esos enormes proyectos de infraestructura representan demanda de recursos en otros lugares - tienen enormes huellas más allá de nuestro campo de visión.
Además, debemos considerar si la energía solar es realmente libre de carbono. Como ha demostrado Smil en el caso de las turbinas eólicas y Storm van Leeuwen en el de la energía nuclear, la producción, instalación y mantenimiento de cualquier infraestructura tecnológica sigue siendo críticamente dependiente de la energía fósil. Por supuesto, es fácil replicar que hasta que se haya hecho la transición, los paneles solares tendrán que ser producidos quemando combustibles fósiles. Pero incluso si el 100% de nuestra electricidad fuera renovable, no sería capaz de impulsar los transportes mundiales o cubrir la producción de acero y cemento para la infraestructura urbano - industrial.
Y dado que el abaratamiento de los paneles solares en los últimos años es en gran medida el resultado del traslado de la fabricación a Asia, debemos preguntarnos si los esfuerzos europeos y americanos por ser sostenibles deberían basarse realmente en la explotación mundial de mano de obra con bajos salarios, recursos escasos y paisajes maltratados en otros lugares.
Recuperación de carbono
La energía solar no está desplazando a la energía fósil, sólo la está aumentando. Y el ritmo de expansión de la capacidad de la energía renovable se ha estancado - fue más o menos el mismo en 2018 que en 2017. Mientras tanto, nuestra combustión global de combustibles fósiles continúa aumentando, al igual que nuestras emisiones de carbono. Debido a que esta tendencia parece imparable, muchos esperan ver un uso extensivo de tecnologías para capturar y eliminar el carbono de las emisiones de las centrales eléctricas y las fábricas.
La captura y el almacenamiento de carbono (CAC) sigue siendo un componente esencial del Acuerdo de París de 2016 sobre el cambio climático. Pero prever que esas tecnologías sean económicamente accesibles a escala mundial es claramente poco realista.
Recoger los átomos de carbono dispersos por la combustión mundial de combustibles fósiles sería tan exigente desde el punto de vista energético y económicamente inviable como lo sería intentar recoger las moléculas de caucho de los neumáticos de los automóviles que se dispersan continuamente en la atmósfera por la fricción en las carreteras.
El difunto economista Nicholas Georgescu - Roegen utilizó este ejemplo para demostrar que los procesos económicos conducen inevitablemente a la entropía, es decir, a un aumento de los desórdenes físicos y a la pérdida de potencial productivo. Al no comprender las implicaciones de este hecho, seguimos imaginando alguna nueva tecnología milagrosa que revertirá la Ley de la Entropía.
El "valor" económico es una idea cultural. Una implicación de la Ley de la Entropía es que el potencial productivo en la naturaleza - la fuerza de la energía o la calidad de los materiales - se pierde sistemáticamente a medida que se produce el valor. Esta perspectiva pone al revés nuestra visión económica del mundo. El valor se mide en dinero, y el dinero moldea la forma en que pensamos sobre el valor. Los economistas tienen razón en que el valor debe definirse en términos de preferencias humanas, más que de insumos de mano de obra o recursos, pero el resultado es que cuanto más valor producimos, más se requiere mano de obra, energía y otros recursos baratos. Para frenar el crecimiento incesante del valor - a expensas de la biosfera y de los pobres del mundo - debemos crear una economía que pueda contenerse a sí misma.
Los males del capitalismo
Gran parte del debate sobre el cambio climático sugiere que estamos en un campo de batalla, enfrentándonos a gente malvada que quiere obstruir nuestro camino hacia una civilización ecológica. Pero el concepto de capitalismo tiende a mistificar cómo estamos todos atrapados en un juego definido por la lógica de nuestras propias construcciones - como si hubiera un "sistema" abstracto con sus proponentes, seres moralmente despreciables a los que podemos culpar. En lugar de ver el diseño mismo del juego del dinero como el verdadero antagonista, nuestro llamado a las armas tiende a dirigirse a los jugadores que han tenido mejor suerte con los dados que nosotros.
Yo diría que la obstrucción final no es una cuestión de moral humana sino de nuestra fe común en lo que Marx llamó "fetichismo del dinero". Colectivamente delegamos la responsabilidad de nuestro futuro a un invento humano sin sentido - lo que Karl Polanyi llamó "dinero para todo propósito", la peculiar idea de que cualquier cosa puede ser cambiada por cualquier otra cosa. La lógica agregada de esta idea relativamente reciente es precisamente lo que se suele llamar "capitalismo". Define las estrategias de las empresas, los políticos y los ciudadanos por igual.
Todos quieren que sus activos monetarios crezcan. La lógica del juego monetario global obviamente no proporciona suficientes incentivos para invertir en energías renovables. Genera codicia, desigualdades obscenas y crecientes, violencia y degradación ambiental, incluyendo el cambio climático. Pero la economía convencional parece tener más fe que nunca en liberar esta lógica. Dada la forma en que la economía está organizada ahora, no ve una alternativa que no sea obedecer a la lógica del mercado globalizado.
La única manera de cambiar el juego es rediseñar sus reglas más básicas. Atribuir el cambio climático a un sistema abstracto llamado capitalismo - pero sin desafiar la idea del "dinero para todo propósito"- es negar nuestra propia responsabilidad. El "sistema" se perpetúa cada vez que compramos nuestros comestibles, sin importar si somos activistas radicales o negadores del cambio climático. Es difícil identificar a los culpables si todos somos jugadores en el mismo juego. Al aceptar las reglas, hemos limitado nuestro potencial de responsabilidad colectiva. Nos hemos convertido en las herramientas y sirvientes de nuestra propia creación - dinero para todo.
A pesar de las buenas intenciones, no está claro qué es lo que Thunberg, o Extintion Rebelion, y el resto del movimiento climático están pidiendo que se haga. Como la mayoría de nosotros, quieren detener las emisiones de gases de efecto invernadero, pero parecen creer que tal transición energética es compatible con el dinero, los mercados globalizados y la civilización moderna.
¿Nuestro objetivo es derrocar "el modo de producción capitalista"? Si es así, ¿cómo lo haremos? ¿Deberíamos culpar a los políticos por no enfrentarse al capitalismo y a la inercia del dinero para todo uso? O, lo que debería seguir automáticamente, ¿deberíamos culpar a los votantes? ¿Deberíamos culparnos por no elegir a políticos lo suficientemente sinceros como para abogar por la reducción de nuestra movilidad y niveles de consumo?
Muchos creen que con las tecnologías adecuadas no tendríamos que reducir nuestra movilidad ni nuestro consumo de energía, y que la economía mundial aún podría crecer. Pero para mí eso es una ilusión. Sugiere que aún no hemos comprendido lo que es la "tecnología". Los coches eléctricos y muchos otros dispositivos "verdes" pueden parecer tranquilizadores, pero a menudo se revelan como estrategias insidiosas para desplazar las cargas laborales y ambientales más allá de nuestro horizonte - a la mano de obra insalubre y de bajos salarios en las minas del Congo y Mongolia interior. Parecen sostenibles y justos para sus usuarios acaudalados pero perpetúan una visión miope del mundo que se remonta a la invención de la máquina de vapor. He llamado a esta ilusión, el - fetichismo de la máquina.
Rediseñando el juego del dinero global
Así que lo primero que debemos rediseñar son las ideas económicas que dieron origen a la tecnología de combustibles fósiles y que continúan perpetuándola. El "capitalismo" se refiere en última instancia al artefacto o idea del dinero para todo uso, que la mayoría de nosotros damos por sentado como algo sobre lo que no tenemos elección. Pero la tenemos, y esto debe ser reconocido.
Desde el siglo XIX, el dinero para todo uso ha ocultado los flujos desiguales de recursos del colonialismo haciéndolos parecer recíprocos: el dinero ha servido de velo que mistifica la explotación representándola como un intercambio justo. Los economistas reproducen hoy en día esta mistificación del siglo XIX, utilizando un vocabulario que ha demostrado ser inútil para desafiar los problemas mundiales de justicia y sostenibilidad. Las políticas diseñadas para proteger el medio ambiente y promover la justicia mundial no han puesto freno a la lógica insidiosa del dinero para todo uso, que consiste en aumentar la degradación del medio ambiente así como las desigualdades económicas.
Para ver que el dinero para todos los fines es, en efecto, el problema fundamental, necesitamos ver que hay formas alternativas de diseñar el dinero y los mercados. Como las reglas de un juego de mesa, son construcciones humanas y pueden, en principio, ser rediseñadas. Para lograr el "decrecimiento" económico y frenar la cinta de acumulación de capital, debemos transformar la lógica sistémica del propio dinero.
Las autoridades nacionales podrían establecer una moneda complementaria, junto con el dinero regular, que se distribuya como un ingreso básico universal pero que sólo pueda utilizarse para comprar bienes y servicios que se produzcan en un radio determinado desde el punto de compra. No se trata de "dinero local" en el sentido de LETS o de la Libra de Bristol - que en efecto no impiden la expansión del mercado mundial - sino de un auténtico freno en la rueda de la globalización. Con este tipo de dinero local se pueden comprar bienes producidos en el otro lado del planeta, siempre y cuando se compren en una tienda local. Lo que estoy sugiriendo es "dinero especial" que sólo puede ser usado para comprar bienes producidos localmente.
Esto ayudaría a disminuir la demanda de transportes mundiales - una importante fuente de emisiones de gases de efecto invernadero - , al tiempo que aumentaría la diversidad y la resistencia locales y fomentaría la integración de la comunidad. Ya no haría que los bajos salarios y la laxa legislación ambiental constituyan ventajas competitivas en el comercio mundial, como ocurre actualmente.
Inmunizar a las comunidades y ecosistemas locales de la lógica de los flujos de capital globalizados puede ser la única forma viable de crear una sociedad verdaderamente "postcapitalista" que respete las fronteras planetarias y no genere injusticias globales cada vez más profundas.
Reubicar el grueso de la economía de esta manera no significa que las comunidades no necesiten electricidad, por ejemplo, para hacer funcionar hospitales, computadoras y hogares. Pero desmantelaría la mayor parte de la infraestructura mundial de combustibles fósiles para el transporte de personas, comestibles y otros productos básicos en todo el planeta.
Esto significa disociar la subsistencia humana de la energía fósil y volver a incorporar a los seres humanos en sus paisajes y comunidades. En unas estructuras de mercado de la demanda completamente cambiantes, ese cambio no requeriría que nadie - empresas, políticos o ciudadanos - eligiera entre la energía fósil y la solar, como dos opciones comparables con diferentes márgenes de beneficio.
Volviendo al ejemplo de Marruecos, es evidente que la energía solar tendrá un importante papel que desempeñar en la generación de la indispensable electricidad, pero imaginar que podrá proporcionar algo cercano a los niveles actuales de uso de energía per cápita en el Norte global es totalmente irreal. La transición a la energía solar no debería consistir simplemente en sustituir los combustibles fósiles, sino en reorganizar la economía mundial.
La energía solar será sin duda un componente vital del futuro de la humanidad, pero no mientras permitamos que la lógica del mercado mundial haga rentable el transporte de bienes esenciales a medio mundo. La actual fe ciega en la tecnología no nos salvará. Para que el planeta tenga alguna oportunidad, la economía mundial debe ser rediseñada. El problema es más fundamental que el capitalismo o el énfasis en el crecimiento: es el dinero en sí mismo, y cómo el dinero está relacionado con la tecnología.
El cambio climático y los otros horrores del Antropoceno no sólo nos dicen que dejemos de usar combustibles fósiles, sino que nos dicen que la propia globalización es insostenible.