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Stefano Mancuso: El futuro es vegetal


Extracto del libro "El Futuro es Vegetal" de Stefano Mancuso - Publicado: 11/10/2017



 

Una planta no es un animal esta afirmación puede parecer la quintaesencia de la banalidad, pero me he dado cuenta de nunca está de más recordarlo. Lo cierto es que nuestra idea de una vida compleja e inteligente corresponde a la vida animal, y como, inconscientemente, no encontramos en las plantas las características típicas de los animales, las catalogamos como seres pasivos (es decir, “vegetales”), negándoles cualquiera de las capacidades típicas de los animales, desde el movimiento a la cognición. Es por eso que, cuando vemos una planta cualquiera, debemos recordar que estamos observando algo que está construido a partir de un modelo completamente distinto del modelo animal. Un modelo tan diferente que, comparados con él, los alienígenas del cine de ciencia ficción no son más que simpáticas fantasías infantiles.

Las plantas no se nos asemejan en nada; son organismos distintos, una forma de vida cuyo último antepasado común con los animales se remonta a 600 millones de años, la época en que la vida, recién salida de las aguas, empezaba a conquistar la tierra firme. Plantas y animales se separaron en ese momento para seguir cada cual un curso distinto. Mientras que los segundos se organizaron para desplazarse por la tierra, las primeras se adaptaron al entorno arraigándose en el suelo y empleando como fuente de energía las inagotables emisiones luminosas del sol. A juzgar por su éxito, nunca hubo elección mas acertada: hoy en día, no existe un solo rincón del planeta que los vegetales no hayan colonizado, y su grado de difusión con respecto al total de seres vivos es aplastante. Existen varios cálculos -muy variables, no es fácil medir el peso de la vida- acerca de la cantidad de biomasa vegetal de la Tierra, pero ninguna atribuye a las plantas una cantidad inferior al 80%. En otras palabras: al menos el 80% del peso de todo lo que vive en la Tierra se compone de vegetales. Un porcentaje que da la medida, única e indiscutible, de su extraordinaria capacidad adaptativa.

Fuente: Yinon M. Bar-On, Rob Phillips, and Ron Milo (2018) The biomass distribution on Earth | PNAS doi: 10.1073/pnas.1711842115


La elección inicial de permanecer ancladas al suelo condicionó las sucesivas modificaciones del cuerpo de las plantas, el cual evolucionó adoptando soluciones tan distintas de las de los animales que para nosotros resulta poco menos que incomprensible. El resultado final es que las plantas no tienen cara ni articulaciones ni, en general, una estructura reconocible que las aproxime a los animales, y eso hace que sean prácticamente invisibles. Las consideramos una parte más del paisaje: vemos lo que comprendemos, y no comprendemos más que lo que es similar a nosotros. Esto es lo que determina la alteridad de las plantas.


¿En que sentido el modelo vegetal se aparta del modelo animal? ¿Qué características tienen las plantas que las hacen tan lejanas e incomprensibles? Una primera, y enorme, diferencia es que las plantas al contrario de los animales, no poseen órganos individuales o dobles a cargo de las funciones principales del organismo. Para una planta que vive arraigada al suelo, sobrevivir a los ataques de los depredadores representa un problema mayúsculo: puesto que no puede huir como haría cualquier animal, su única posibilidad de supervivencia reside en resistirse a la depredación, en no doblegarse a ella. Esto es fácil de decir, pero muy difícil de lograr. Para cumplir este milagro es necesario poseer una constitución distinta de la de los animales. Hay que ser una planta y carecer de puntos débiles evidentes, o, cuando menos, tener menos puntos débiles que los animales. Los órganos, por ejemplo, son un punto débil. Si una planta tuviera un cerebro, dos pulmones, un hígado, dos riñones u demás, estaría destinada a sucumbir ante el primer depredador -por minúsculo que fuera, como un insecto- que atacase uno de estos puntos vitales y mermara su funcionalidad. Por eso las plantas no disponen de los mismos órganos que los animales, y no porque, como podríamos pensar, no sean capaces de llevar a cabo las mismas funciones. Si las plantas tuvieran ojos, orejas, cerebro y pulmones, nadie dudaría que fueran capaces de ver, oír, calcular y respirar. Pero como no poseen los mismos órganos que nosotros, necesitamos hacer un esfuerzo con la imaginación para comprender sus refinadas capacidades.


En general, las plantas distribuyen por todo el cuerpo las funciones que en los animales se concentran en órganos específicos. La clave esta en descentralizar. Con los años hemos descubierto que las plantas respiran con todo el cuerpo (de eso hemos hablado en el capítulo tercero, "El sublime arte de la mímesis"), que oyen con todo el cuerpo, que calculan con todo el cuerpo y así sucesivamente. Distribuir todas las funciones lo más posible es el único modo para sobrevivir a la depredación, y las plantas han sabido hacerlo tan bien que pueden permitirse que les extirpen grandes porciones del cuerpo sin que ello mengüe su funcionalidad. El modelo vegetal no prevé la presencia de un cerebro que ejerza un control central o imparta órdenes a los órganos que de el dependen. En cierto sentido, su organización es el símbolo de la modernidad: poseen una estructura modular, colaborativa, distribuida y sin centros de mando, capaz de soportar perfectamente depredaciones catastróficas y continuas.


Un caso clásico que ejemplifica la capacidad de resistencia de las plantas es su habilidad para sobrevivir a los incendios. A decir verdad, incluso han ideado estrategias brillantes para combatir el fuego, el elemento destructor por excelencia. Existen plantas que toleran las llamas; otras son resistentes a ellas, otras incluso han ligado su ciclo vital y reproductivo a los incendios recurrentes del sotobosque. En todos estos casos, su capacidad para combatir el poder destructor del fuego, tiene algo de milagroso.



Voy a poner un ejemplo sacado de mi experiencia personal. Yo paso las vacaciones de verano en una zona de Sicilia occidental donde crece espontáneamente la Chamaerops humilis, la palmera enana, la única de origen europeo. Desde que veraneo allí, varios incendios han devastado las maravillosas colinas que se alzan junto al mar, cubiertas de prospera poblaciones de palmeras enanas. la destrucción tiene lugar, por termino medio, cada dos años, con una regularidad pasmosa (se diría que los pirómanos se atienen a un programa de destrucción bastante rígido…).

A pesar de esta desgracia periódica a la que no logro acostumbrarme, las palmeras siempre siguen ahí una vez extinguido el fuego: algunas chamuscadas, otras carbonizadas, otras incluso reducidas a ceniza. A los pocos días, con una humildad que hace honor a su nombre, empiezan a germinar de nuevo y brotes conmovedores de un verde deslumbrante -con un brillo de esmeralda contra la superficie negra de la ceniza- despuntan aquí y allá, resurgiendo de una planta que nadie habría creído que pudieran seguir vivas. Se trata de una demostración contundente de resistencia frente la adversidad, resultado de la distinta organización de los vegetales; una organización que no conoce parangón en el mundo animal y que es posible, justamente gracias a la ausencia de un centro de mando y a la distribución de las funciones.



Quienes solucionan los problemas y quienes los evitan

Muchas de las soluciones que desarrollan las plantas son el reverso exacto de las que se aplican en el mundo animal. Como si  de un negativo fotográfico se tratase, lo que para los animales es blanco para las plantas es negro, y viceversa: los animales se desplazan, las plantas son sésiles; los animales se nutren de otros seres vivos, las pantas nutren a otros seres vivos; los animales producen CO2, las plantas fijan CO2, y así podríamos seguir un buen rato, entre las tantas antinomias que los diferencias, para mi la decisiva es precisamente la más desconocida: la contraposición entre concentración y distribución que acabamos de apuntar.


Sin duda, la centralización típica de los sistemas animales garantiza una mayor celeridad a la hora de tomar decisiones. Pero, aunque reaccionar con rapidez puede representar una ventaja para un animal en muchos casos (cuidado, no siempre: las respuestas ponderadas requieren tiempo), la velocidad es un factor del todo marginal en la vida de las plantas. Lo que de veras interesa a estas no es tanto reaccionar con rapidez como reaccionar de forma adecuada a la resolución del problema. A primera vista puede parecer atrevido, e incluso insensato, sostener que las plantas son capaces de hallar soluciones mejores que las de los animales. Pero ¿de verdad estamos seguros de la superioridad de estos cuando se trata de resolver problemas?


Cuando uno estudia el asunto con atención, se da cuenta de que los animales responden a las exigencias mas diversas empleando siempre la misma solución, una especie de passe partout con el que salen al paso de cualquier emergencia. Esta reacción milagrosa tiene un nombre: movimiento. Una respuesta todopoderosa, como una panacea que todo lo arregla. Sea cual sea el problema, los animales lo resuelven desplazándose: si no hay alimento, se van a donde puedan encontrarlo; si el clima es demasiado caluroso, demasiado frio, demasiado húmedo o demasiado seco, migran adonde las condiciones sean mas adecuadas; si los competidores aumentan de numero o se vuelven mas agresivos, se van hacia nuevos territorios; si no hay parejas con las cuales apararse, salen en su búsqueda. La lista es larga, podríamos incluir en ella mil casos para los cuales la solución es siempre idéntica: la fuga. Que, si nos ponemos puntillosos, no es una solución, sino como mucho una manera de sacudirse el problema de encima. Los animales, pues, no resuelven los problemas, mas bien los evitan, y estoy seguro de que cualquiera de nosotros podría enriquecer la casuística que sustenta esta afirmación con numerosas experiencias personales.


Dado que el movimiento es para los animales un recurso crucial -es más, en situaciones de peligro, la fuga es su respuesta estereotípica-, la evolución ha trabajado sin descanso durante cientos de miles de años con el fin de pulir esta capacidad y hacer que funcione de forma óptima, rápidamente y sin estorbos. Desde esta óptica, una organización jerárquica del cuerpo, con un mando central del cual emanan todas las decisiones, es lo mejor que podía esperase.


Para los vegetales, en cambio, la cuestión de la velocidad es de todo punto irrelevante. Si bien el entorno en el que vive una planta también puede enfriarse, calentarse o llenarse de depredadores, la presteza de la respuesta animal no tiene para ella ningún sentido. Le interesa más encontrar una solución eficaz al problema, algo que le permita sobrevivir a pesar del calor, el frio o los depredadores. Para salir bien librado de tan difícil misión, es preferible contar con una organización descentralizada. Como veremos, esto posibilita respuestas mas innovadoras y, dado que la planta se halla literalmente arraigada al medio, le permite un conocimiento mucho más detallado de este.


Para obtener respuestas correctas es fundamental recabar datos exactos. De ello se sigue que las plantas, de resultas de su condición sésil, han desarrollado una sensibilidad excepcional. Como no pueden huir de donde están, si sobreviven es tan sólo porque pueden percibir en todo momento y con gran fiabilidad, multitud de parámetros químicos y físicos como la luz, la gravedad, los elementos minerales disponibles, la humedad, la temperatura, los estímulos mecánicos, la estructura del suelo, la composición de los gases de la atmosfera, etc. En cada caso, la planta analiza separadamente la fuerza, la dirección, la duración la intensidad y las características específicas del estímulo. Las señales “bióticas” (es decir, con origen en otros seres vivos), como la cercanía o lejanía de otras plantas, la identidad de éstas y la presencia de depredadores, simbiontes o patógenos, son reclamos, de naturaleza a veces compleja, que la planta no deja de registrar y a los que siempre responde manera adecuada. una confirmación mas de que asociar la idea de vegetal a la falta de sensibilidad es un colosal disparate.


Como vemos, mientras que los animales reaccionan a los cambios del ambiente que los rodea con el movimiento para así escapar a dichos cambios, las plantas responden a un contexto siempre cambiante mediante la adaptación.


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